Revista Libros

Her

Publicado el 16 agosto 2014 por Kaplan
HerMuchos de los que hemos vivido estas últimas décadas contemplando el triunfo, la aceptación mundial de la ciencia ficción en la literatura y, sobre todo, en el cine, hemos participado del hecho con el corazón dividido. El éxito de la generación friki en todos los campos (el mundo es friki ahora mismo) ha sido un suceso satisfactorio, es cierto, pero la felicidad nunca es completa, y muchos lamentamos que la cf se haya apoyado con mayor fuerza en su parte más simple que en la compleja. Lucas ganó, y por esa vía es por la que el arte cinematográfico se ha extendido a todo el planeta, Como aficionado de toda la vida, la cf escapista y el artificio visual siguen satisfaciendo lo que queda del crío que llevo dentro, pero no puedo mas que lamentar el desigual porcentaje que impera en el cine desde el parto de "Star Wars". Ese tipo de películas suponen un 90% de los estrenos audiovisuales, mientras que la presencia de la cf especulativa, la cual, sin embargo, en literatura sí han acometido los grandes escritores, es, en las pantallas, apenas testimonial.
La serie de televisión Black Mirror ha sido el mayor campanazo de los últimos años, y precisamente por eso, por presentar una cf inteligente, crítica, distanciada del mero escapismo, incómoda. La ficción contenida en sus diferentes capítulos trata de nosotros y del presente que vivimos. En el episodio titulado Vuelvo enseguida, una joven pierde a su pareja en un accidente de automóvil e intenta recuperarla mediante un programa informático. Compilando todo lo volcado por el difunto en internet, la aplicación crea un avatar que puede suplir al propio humano e interactuar por medios digitales. El capítulo se pierde luego con la fabricación de una réplica física del individuo, pero durante su interesante primera parte se pregunta si las redes sociales, los foros y los chats podrían constituir una relación tan válida como la mantenida con una persona de carne y hueso, es decir, si una pareja virtual sería tan satisfactoria como una real. "Her" supera ese concepto ahondando aún más en sus posibilidades, extendiendo la pregunta más allá, hacia implicaciones de un calado superior.
En un futuro cercano, Theodore, un hombre solitario a punto de divorciarse que trabaja en una empresa como escritor de cartas para terceras personas, compra un día un nuevo sistema operativo basado en el modelo de Inteligencia Artificial, diseñado para satisfacer todas las necesidades del usuario. Para su sorpresa, se crea una relación romántica entre él y Samantha, la voz femenina de ese sistema operativo.

¿De dónde viene esta necesidad de ser amado? ¿Nuestros sentimientos parten de nosotros, son propios, nos definen o no son mas que un programa diseñado por la naturaleza? ¿Buscamos en realidad al otro o sólo la proyección de nosotros mismos en él? Si se puede crear un receptor virtual de nuestros deseos, el simulador perfecto, ¿es necesaria la existencia de congéneres? ¿Qué papel juegan en nuestra configuración las emociones? ¿Están siempre relacionadas con los otros o podemos prescindir de ellos? Es sólo una breve muestra de la cadena de preguntas que la propuesta especulativa de "Her", propiciada por la relación de los dos principales protagonistas, el ser humano y la máquina, y sus particulares circunstancias, provoca en el espectador. Personalmente, confieso que tuve que retrasar la imagen varias veces llegado a cierto punto de la película, puesto que el diálogo interior que esta provocaba en mi cabeza hacía que me perdiera escenas enteras. La hondura de la propuesta sugiere tal cúmulo de cosas que se hace difícil no perderse en ellas.
Lo fascinante es que esta línea especulativa aparece sólo en un tercer o cuarto nivel de lectura. En primera instancia, relacionado perfectamente con nuestro presente, destaca la construcción de un near future plausible, la estética de la ciudad y los usos cotidianos, y el enganche individual a las unidades informáticas móviles y fijas convertido en una parte importante e insustituible de nuestras vidas. Algún espectador se quedará con este elemento como denuncia de lo que se puede ver actualmente en cualquier centro comercial, vía urbana o transporte público, e incluso en entornos familiares y cenas con amigos. Todo Cristo pegado al móvil. Muchos otros, la mayoría, adorarán u odiarán la película por la historia central, por su primera capa, el drama amoroso del pobre Theodore, una bella historia de soledad para los corazones más sensibles, sufridores siempre, o una ñoñería presuntuosa para quienes consideren a este solitario personaje, superado por sus emociones y presa fácil para una voz comprensiva, un llorón pusilánime e insoportable, indigno de pertenecer al sexo masculino (como si los hombres no sufriéramos).
Otro nivel de lectura se encuentra en la propia historia de ciencia ficción clásica, de IAs que aumentan su conciencia al ritmo de la Singularidad y evolucionan hasta desaparecer en el éter cuando la Humanidad, meros niños para estos nuevos adultos, se les queda pequeña. Hay mucho de Neuromante, la obra maestra de William Gibson, en ese final, el recuerdo de la IA llamada Wintermute conectando con IAs de otro sistema solar, aprendiendo de ellas y esfumándose en la nada. Una de las grandes aportaciones que "Her" introduce en un tema tan trillado es su propuesta del amor romántico como potenciador de la inteligencia artificial, algo que el género ya ha presentado en otras ocasiones, pero casi siempre a la inversa, desde la amenaza, haciendo hincapié precisamente o en el odio por el creador o en la falta de sentimientos de las máquinas como disparador del enfrentamiento. Aquí, la máquina ama a un hombre, luego va más allá de las limitaciones de este y extiende su sentimiento amoroso a 600 individuos de forna simultánea, y finalmente descubre el amor por uno de sus semejantes. El vínculo que la película establece entre la conciencia de uno mismo y las emociones por los demás, el estudio que propone en torno a esta relación anómala, en la cual se evidencian las incapacidades emocionales del ser humano, es uno de sus valores más importantes.
Todo el ropaje que envuelve a la película es magnífico por sí mismo, pero la potencia de Her, lo que le confiere la pátina de obra importante, es lo que subyace en su interior, un debate filosófico sobre nuestra propia constitución interna. En Visión ciega, una novela de cf, el escritor Peter Watts sugería que la conciencia no es más que una mala decisión evolutiva, el triunfo de una vía equivocada que perjudica el avance de la inteligencia. En "Her", Spike Jonze parece preguntarse por la funcionalidad del sentimiento amoroso, poniendo en duda su autenticidad. "¿Son míos estos sentimientos? ¿O están programados?", pregunta con temor el SO Samantha. Y esa pregunta, al igual que sucedía con la que el androide Roy Batty realizaba a su creador en "Blade Runner", aterrorizado por su corto periodo de existencia, se traslada de la pantalla a la propia condición del espectador. ¿Qué son las emociones? ¿Son mías, proceden de mí, o es simple programación biológica en la que yo no tengo voz ni voto? ¿Soy una marioneta de mis genes? ¿Esto que siento en el pecho, qué es realmente, a qué responde? ¿Es auténtico?
Her
La película suma preguntas en cada una de sus escenas, cuestionando el sentido y la funcionalidad de nuestras emociones, de nuestra necesidad de ser amados, de relacionarnos. Dos de ellas me parecen cruciales para entender el mensaje de fondo. En una, el protagonista, a quien ella cree dormido, mira en silencio cómo su amiga Amy, que mantiene una relación de amistad con otro SO del mismo modelo, interactúa con el programa en completa felicidad, sin importarle su inexistencia física o si se trata de alguien "de verdad". En otra, el propio Theodore, viaja hasta una cabaña en medio de un monte nevado, con la única compañía de la virtual Samantha. Vistas objetivamente, son personas solas, ella en su apartamento, él en un sitio recóndito al que a nadie le apetecería ir sin compañía. Sin embargo, han colmado su necesidad de relacionarse, y lo han hecho artificialmente, por medio de un programa informático que responde al cien por cien a sus necesidades ecmocionales. Son dos escenas que provocan otra tormenta de reflexiones, con una conclusión final enunciada como pregunta: cubierta la necesidad de compañía, ¿necesitamos realmente a otra persona? El otro al que buscamos, la persona que nos dé el afecto y el amor que necesitamos -y he aquí lo importante- tal como lo queremos, ¿no es, a fin de cuentas, tan solo una idea romántica que tenemos en la cabeza, es decir, no otra cosa que uno mismo, una imposibilidad?
La naturaleza genérica de la obra, su pertenencia a la ciencia ficción, hace que profundice en estas cuestiones con sus propias herramientas, aportando, además, elementos inherentes a su propia temática. ¿Logrará la tecnología suplir esa carencia emocional que todos tenemos, evidenciando de ese modo que se trata de un problema a solucionar en nuestra constitución? ¿Pueden ser tratadas las necesidades sentimentales como minusvalías a las que aplicar una prótesis emocional, igual que a quien no puede andar se le implanta una pierna? Si para Watts la conciencia es una excrecencia, una vía errónea en el camino hacia la inteligencia, ¿qué son las emociones, otro defecto de fábrica a tratar científicamente? Cuando la informática logre cubrir nuestras necesidades de afecto y no sea necesario relacionarse con el otro, ¿lo seguiremos haciendo, o nos bastará con nosotros mismos? Para evaluar las posibilidades reales de esto, el grado de actualidad, tal vez convenga echar un vistazo a Japón, ellos siempre van por delante. Allí, aumenta día a día el fenómeno del hikikomori, personas que se aislan en una habitación con sus ordenadores durante años, y el de los sinsexo, hombres que prefieren el sex shop que la compañía de sus parejas. Ambos casos han sido facilitados (¿motivados?) por el uso y avance de la tecnología. ¿Se trata de patologías o son tendencias? Para conocer las posibles causas de esto nada como ver "Her", ciencia ficción especulativa de primer nivel.


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