“Siempre es bueno tener héroes. Si no los tenés, en algún punto de tu vida no crecés. Nadie tiene todas las respuestas: es saludable y legítimo tener héroes” asegura sin miedo a reiterarse Robert Duvall, a sus 84 años, en esta entrevista que Página/12 publicó a principio de la semana. La declaración del actor nominado a un Oscar por su trabajo en El juez motivó el siguiente repaso de algunos de los prototipos heróicos que Hollywood revindica este año a través de los largometrajes que competirán por la famosa estatuilla dorada el próximo 22 de febrero. El repaso -cabe aclarar- se limita a la cantidad de candidatas made in USA que la autora de este post vio hasta ahora.
Bradley Cooper, de galán a toro protector de la SEAL Navy.
Oda al sacrificio patriótico
El equipo de Mar, Aire y Tierra de la Armada de los Estados Unidos, conocido por el acrónimo SEAL (Sea, Air and Land en inglés), vuelve a inspirar un tributo cinematográfico con chances de imponerse en varias categorías. Así como en 2013 Kathryn Bigelow compitió en cinco secciones y ganó en dos por haber reconstruido la labor del equipo que persiguió y ejecutó a Osama Bin Laden (quizás a La noche más oscura le habría ido mejor sin las escenas de tortura que levantaron sospechas sobre la ideología presuntamente progresista de su directora), en breve Clint Eastwood asistirá a la disputa de su Francotirador por seis títulos, entre ellos los de “Mejor película”, “Mejor actor” y “Mejor adaptación”.
Con American sniper, Eastwood pretende reflexionar sobre las secuelas que la guerra provoca en los combatientes, sus familias, la sociedad entera, un poco a la manera de Bigelow con la también ganadora Vivir al límite. Insensibles a esa postulación, algunos espectadores entendemos este largometraje como una oda al sacrificio patriótico con algunas pinceladas poco originales de corrección política: por ejemplo, el conflicto moral que asalta al protagonista cuando le toca matar niños.
Lo que más impresiona de esta película es algo frecuente en las producciones de Hollywood: el parecido del actor protagónico (en este caso Bradley Cooper) con el personaje de la historia real (en este caso, Chris Kyle). La transformación física del galán evoca el recuerdo del esfuerzo que Matthew McConaughey llevó adelante para devenir en el Ron Woodroof de Dallas Buyers Club, y que le valió el Oscar al mejor actor protagónico en 2014.
Alice, Jane, Stephen, ejemplos de lucha contra la enfermedad.
Cuando la enfermedad es la gran adversidad
La irrupción de una enfermedad crónica, progresiva, irreversible, incurable es el gran disparador de Siempre Alice y La teoría del todo. El Alzheimer precoz en el primer largometraje y la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) en el segundo convierten a sus víctimas directas y colaterales en héroes a pesar suyo.
Son dos las principales diferencias entre ambas películas. Por un lado, la de Richard Glatzer y Wash Westmoreland le presta más atención al enfermo (a la enferma en este caso) mientras la de James Marsh se concentra en la principal cuidadora (en este caso, en la esposa del enfermo). Por otro lado, la historia de Alice proviene de la ficción (de una novela de Lisa Genova) mientras que la de Jane Hawking es un raconto de los años de convivencia real con el científico Stephen Hawking.
La ausencia de un tratamiento capaz, ya no de curar, sino de detener o retrasar el avance de estas enfermedades, legitima la necesidad de héroes que señala Duvall. En este sentido Still Alice y The theory of everything satisfacen la demanda de los dos prototipos inherentes a semejante problemática: aquél del paciente lúcido, determinado, valiente y aquél del cuidador amoroso, contenedor, (casi) incansable.
Héroes anti-sistema
El sistema fabrica héroes claramente funcionales y otros cuya utilidad es menos explícita porque irrumpen en la escena con intención crítica, a veces incluso desestabilizadora. La naturaleza transgresora de estos personajes los convierte en individuos a simple vista incorrectos, impresentables, irrecuperables pero en el fondo tan o más necesarios que los sujetos adaptados, primero porque su sola existencia prueba que la sociedad es menos intransigente, represora y excluyente de lo que parece. En segundo lugar, porque algunas de sus historias contribuyen a instalar la idea de que el statu quo a veces se equivoca y, cuando esto sucede, no sólo reconoce el error sino que se encarga de repararlo.
Alan Turing, víctima de estigmatización social. Riggan Thomson, a merced de un atípico superyó.
El código Enigma subraya la condición (anti)heroica de Alan Turing con un estilo similar al de la revista Billiken. En pocas palabras, la adaptación que Graham Moore hizo de la novela de Andrew Hodges aborda tres temas que, tratados en profundidad, no habrían podido caber en una sola película: los entretelones del armado de la máquina que consiguió descifrar el código de la comunicaciones bélicas nazis; el retrato de Turing como un adelantado a su época; los conflictos originados en su condición homosexual. El abordaje superficial apunta a un único objetivo: denunciar la responsabilidad que les cabe a la sociedad y al Estado inglés de los años ’50 por la muerte prematura del genio heroico, sin dejar de señalar el acto oficial de desagravio que, más de medio siglo después, buscó reparar la falta.
En Birdman o La inesperada virtud de la ignorancia, Alejandro González Iñárritu, Nicolás Giacobone, Armando Bo y Alexander Dinelaris se mofan tanto del statu quo hollywoodense como de quienes lo ignoran, desprecian o resisten. La ocurrencia de que justo Michael Keaton encarne a un actor acosado por la voz del personaje cinematográfico que lo hizo famoso en los años ’80 constituye una buena carnada para una fábula menos irreverente de lo que en principio promete.
Miles Teller encarna a un héroe imperfecto pero digno de una victoria por partida triple.
Héroe imperfecto pero digno de reconocimiento
Whiplash de Damien Chazelle evoca el recuerdo de incontables películas sobre docentes tiranos y/o alumnos de ambición inquebrantable. A título ilustrativo, vale mencionar uno de los referentes más trillados -Fama de Alan Parker- y, en las antípodas, un largometraje exquisito, poco conocido y menos lejano en el tiempo: La cambiadora de páginas o La tourneuse de pages de Denis Dercourt.
En el film nominado a cinco premios Oscar, Andrew representa a un héroe imperfecto pero, por su tezón y su capacidad de resiliencia, digno de la victoria anhelada. Una victoria que consiste en la superación de tres instancias: individual (con respecto a sí mismo), interpersonal (con respecto a su adversario), social (con respecto al público en general). El final, muy al estilo de Hollywood, y la composición algo estereotipada del Profesor Fletcher atentan contra los niveles de tensión y suspenso que exige la crónica de un duelo entre discípulo y maestro.
Como Marvel y Disney, Baymax y Hiro hacen juntos el bien y predican las bondades del trabajo colectivo.
Heroismo para niños
Aunque -o quizás porque- nuestros niños viven en una sociedad especialmente sensible a la ilusión globalizada de éxito individual, Disney insiste en enseñarles y/o recordarles que la unión y la diversidad también hacen la fuerza. La última iniciativa en este sentido es la adaptación de un comic de Marvel.
Grandes héroes se convierte entonces en una prueba de que, a veces, la compañía fundada por el legendario Walt predica con el ejemplo. De hecho, los chicos aprenden gracias a esta película que a las grandes corporaciones también les conviene juntarse… para aumentar las chances de conquistar un mercado tan nocivamente impredecible como el profesor Robert Callahgan.