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Historia de la telebasura en España – Tercera Parte

Publicado el 18 julio 2013 por Cinefagos

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Ir a la segunda parte.

Los últimos años de la telebasura se caracterizan por su voracidad y por ser extremadamente difíciles de analizar. Hasta ahora hemos podido seguir una línea cronológica clara, con sucesos claves que daban origen a personajes y situaciones cada vez más inverosímiles. Pero con la desaparición de Crónicas Marcianas, el mundo entero pareció volverse loco por ocupar el hueco que quedaba libre, y el medio explotaría vomitando programas, tragedias y gente con la cara más dura que el hormigón que haría lo necesario para forrarse a costa del público. Pero antes de meternos en materia y finalizar este especial deberíamos ir por un momento al año 2003, con Javier Sardá aún pilotando su nave espacial de frikis y tetas de silicona, y el famoso artículo de la revista El Semanal centrado en la telebasura. La portada de aquel número retrató a Boris Izaguirre, Nuria Bermúdez o el propio Sardá saliendo de varios cubos de la basura, y aunque no sería la crítica más agresiva que le harían sí lograron que el presentador le dedicase treinta minutos de su programa en exclusiva a criticarlos.

Dejando al margen que la dueña de El Semanal era accionista de Telecinco y por tanto se lucraba con los mismos contenidos que criticaba en su publicación, lo más interesante es que Sardá se cabreó tanto que soltó una frase que no era ningún prodigio de la dialéctica pero se acabaría convirtiendo en una de sus citas más memorables: Telebasura, tu puta madre.

El presentador defendía lo que hacía amparándose en la libertad de expresión y animaba al Semanal a acabar con la hipocresía y donar a la caridad los ingresos obtenidos con la telebasura si tanto les avergonzaba, a la vez que decía que llamar de esa forma a los programas era insultar a un sector importante del público, que disfrutaba con su emisión Esto podría llevarnos a un nuevo debate acerca de quién soy yo o nadie para decidir qué debe ver la gente en televisión, o qué debería responder cuando me preguntan qué hay de malo en que te gusten esos programas, que todo el mundo ve “para reírse un poco”, o si, incluso es perjudicial o hay alguna consecuencia más allá del dolor de cabeza que levantan los gritos en el plató.

Svetlana en El Diario de Patricia

Y para empezar a responder a esa pregunta,  debería fijarnos en El Diario de Patricia, un talk show de estilo muy conocido y explotado en otros países, que consistía en un grupo de invitados sentados en unos sofás de aspecto hortera que conversaban con la presentadora sobre sus problemas personales. Rupturas, deudas, salidas del armario y gilipolleces varias eran sometidas al escrutinio del público, que daba su opinión entre aplausos, gemidos y grandes oooohhhes, manteniéndolo en antena durante unos diez años. El programa se haría especialmente infame en Noviembre de 2007, cuando invitasen a una mujer para recibir una de las innumerables “sorpresas” que eran habituales en el show.

Svetlana Orlova, de origen ruso y que había llegado a España ocho años atrás para intentar labrarse un futuro, salió al plató sin tener ni idea de lo que iba a pasar, tal vez una visita inesperada de algún familiar llegado de Rusia o algo parecido. Pero la cara se le cambió de inmediato cuando a través de una pantalla pudo ver a su ex pareja Ricardo, que aseguraba estar allí para pedirle perdón por un supuesto préstamo. Cuando abrieron las puertas, Ricardo cayó de rodillas entre balbuceos cambiando la disculpa por un intento de reconciliación con anillo incluido frente a las decenas de personas entusiasmadas por el espectáculo de una pedida de mano. Incluso Patricia Gaztañaga intervino cuando ella negó con la cabeza, tal vez buscando que ese “no” no fuera tan definitivo ya que el público prefería un final feliz. Svetlana rechazó a un hombre tras dejar claro que allí había algo raro, algún problema más grave que esa supuesta deuda que no pudo pagar, pero cuando se apagaron las cámaras, ambos abandonaron juntos el estudio por la puerta principal. Cinco días más tarde, Ricardo, que afirmó ser un hombre celoso que vigilaba a su ex novia, se presentó en su casa y la acuchilló en el cuello hasta matarla.

Cuando se conoció la noticia, a El Diario de Patricia se le exigió responsabilidad civil por lo ocurrido, pero ellos, aparte de lamentarlo, aseguraron que siempre habían mantenido una gran profesionalidad y cumplían un estricto protocolo para seleccionar a los participantes. Concretamente, a Svetlana se le entregó un formulario donde le preguntaban entre otras cosas si había sufrido maltratos en el entorno conyugal o si tenía alguna causa penal pendiente, y la mujer lo negó. Lo que me resulta molesto es que la productora intentase echar las culpas de forma sutil a la víctima alegando desconocimiento, en vez de pararse a pensar si ellos habrían contestado otra cosa cuando un programa nacional lleno de desconocidos se interesase por facetas de su vida personal. El problema no fue que Svetlana no reconociese que su ex la había maltratado en un formulario de dudosa eficacia, sino pretender que alguien iba a hacerlo sin saber ni siquiera la razón por la que estaba allí, ya que el miedo es un elemento presente en todas las personas que han sufrido cualquier tipo de maltrato.

Podemos ver a la víctima en un vídeo de tres minutos de duración que se ha convertido en un éxito en Youtube y que yo he sido incapaz de ver del todo. No porque no me guste ese tipo de programas, sino porque me da rabia que nadie se fijase en la cara de pánico e incomodidad de la mujer o el comportamiento extraño de Ricardo, ni hicieran nada para detenerlo. Ahora el encuentro se reproduce una y otra vez no para aprender de nuestros errores, sino porque a muchos les resulta más atractiva una muerte en televisión, un drama real, tangible y morboso que poder comentar. Svetlana se convirtió en una víctima al permanecer sentada junto a su asesino mientras los demás miraban a través de la cerradura que es la televisión.

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Pero si tenemos que hablar de morbo, de explotación, de acoso, de contenidos vomitivos, reportajes estúpidos y personajes me hacen que me hierva la sangre, tenemos que hablar de ‘Aquí hay Tomate’. Un programa que se convirtió en lo que Tómbola no llegó a ser, o tal vez, en lo que jamás se atrevió a convertirse. Una parodia de informativo centrado en los asuntos del corazón y los líos de famosos que buscaba un acercamiento lo más histérico, informal y chabacano posible. Se trataba de un espacio dedicado claramente a las amas de casa que se apoltronaban tras la mesa camilla en las horas de sobremesa, pero su influencia y éxito acabaría traspasando a su público objetivo y llegando más lejos, atrayendo incluso a un gran número de teleespectadores masculinos, impensable hasta aquel entonces, y que se unirían gracias a los gratuitos planos de las glándulas mamarias de la presentadora Carmen Alcayde.

Ella, junto a Jorge Javier Vázquez, tenían material para hablar durante horas, eligiendo sus blancos de forma magistral. No se conformaban con regresar a Isabel Preysler, sino que querían alcanzar todos los aspectos posibles de la sociedad. Querían ir a por políticos, a por escritores, a por otros presentadores… a por quien fuera. Por aquel entonces salió a la luz un nuevo caso de corrupción en la ciudad de Marbella, y el principal implicado era el actual alcalde de la ciudad, Julián Muñoz. Es paradójico que Muñoz ocupara el cargo tras la destitución de Jesús Gil, de quien ya hablamos largo y tendido en el post anterior, dando la sensación de que siempre hablamos de los mismos temas. El interés mediático por Julián Muñoz vino no a causa de sus desfalcos y actos criminales, sino a su relación con la cantante Isabel Pantoja. Esta historia de amor que incluía infidelidades, divorcios, apariciones en importantes ferias, declaraciones míticas (dientes, dientes, que es lo que les jode), construyeron una bola de nieve en torno a los dos. Política, corazón, toreo, economía… todo se convertía en lo mismo, y cuando el programa necesitaba descansar, siempre podía acudir al hijo de la cantante para ocuparse del segundo tema favorito del público: el de los hijos de ricos y famosos que no saben qué hacer con su vida y para lo único que sirven es para dar la nota. El fenómeno de Paquirrín crecería paralelamente al de su madre y su nuevo novio, y se convertiría en una versión Light para adolescentes que estaban iniciando su andadura en el mundo del corazón. Así, Aquí hay Tomate funcionaba como un vendedor de drogas que te daba poco a poco hasta que, cuando querías darte cuenta, estabas viendo cómo uno de sus reporteros salvaba a Aramis Fuster del intento de suicidio más sobreactuado de la historia.

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Paralelamente al éxito del “Tomate”, el público tendría una buena ración de sangre fresca que llegaría con la creación de dos nuevas cadenas de televisión, La Sexta y Cuatro, que lograrían hacerse un hueco entre sus primos mayores para consolidarse como opciones viables y que llegarían a lo grande, a la vez que se convertían en la personificación de dos formas diferentes de hacer su trabajo, en ocasiones de forma irreverente y con muchas ganas de cambiar las cosas.

La Sexta sorprendió al público al ser su presidente el mítico Emilio Aragón, un hombre conocido por todos desde hace muchísimo, y al que jamás hubiésemos imaginado en tal papel. Levantar una cadena nacional no fue fácil, así que vimos sus inicios llenos de programas repetidos, producciones amateurs y más buena voluntad que medios. Los informativos tardaron en aparecer, no tanto como el fútbol desde luego, pero parecían ir por buen camino, todo lo contrario que Cuatro, que parecía acusar aún más la falta de presupuesto. Lo que tenemos que entender es que querían aportar algo nuevo, y durante sus primeros meses incluso logramos ver hentai en una cadena nacional. Pero pronto aparecerían las acusaciones de que La Sexta emitía pornografía infantil porque en un capítulo de la serie de animación se veía a un personaje de rostro aniñado (pese a que recalcaban que era mayor de edad), y eso obligó a replantearse su programación y a eliminar “El mercenario del sexo” de la parrilla.

Pero el hentai no sería el mayor éxito de la cadena, sino que aparecía poco a poco, casi sin querer, con el nombre de ‘Sé lo que hicisteis la última semana’, un espacio presentado por Patricia Conde, a quien el público ya conocía de sobra por El Informal, uno de los programas clave para entender el humor de los noventa y que gracias a Youtube se ha convertido casi en inmortal. Cuesta mucho saber cómo empezó a ser conocido, pero se trata sin duda de un espacio singular que merece nuestra atención, un programa divertido que contaba con imitaciones de algunos famosos pero que tuvo su mayor éxito basándose en dos conceptos: contratar a una reportera cañón (con mejor físico que aptitudes) y poner de colaborador a un hombre desconocido por la mayoría pero con una gran capacidad para el guión: Ángel Martín. Ángel analizaría los medios de comunicación centrándose en todo tipo de programas absurdos, vergonzosos o con una relación directa con la telebasura en busca del humor y el entretenimiento. Pero con el paso del tiempo, la figura de Ángel empezó a ser el pilar básico del programa y contó con más tiempo para él solo. Desarrolló una curiosa química con Patricia Conde, hasta el punto de que todo lo que se veía en el plató era la interacción de dos personajes, él, borde y desencantado, y ella, conocida como “la rubia tonta”.

“Aquí hay Tomate” y “Sé lo que Hicisteis” se convirtieron en dos opciones completamente enfrentadas. El primero rebuscaba en la mierda de los famosos, y los segundos exponían sus vergüenzas y hacían humor inteligente y ácido a la vez. Ángel y Patricia, demostrando la evidente falta de profesionalidad de esa gente, los puso contra las cuerdas y les tomó el pelo en varias ocasiones. El suyo no hubiese sido un zapping más si no fuera porque los responsables de Telecinco los marcaron como su enemigo número 1 y con ello les dieron aún más publicidad. Durante unos meses, la televisión se polarizó en torno a esas dos ideas: los que consumían telebasura y los que consumían a los que criticaban la telebasura. La Sexta fue más allá en su tono de parodia, hasta que visitar el plató de Telecinco se convirtió en algo corriente. Los dos eran los productos estrella de su cadena y se beneficiaban mutuamente de la existencia del otro, pero al final pasaría lo obvio: el desgaste haría mella en ellos y éstos intentarían encontrar una forma de seguir adelante pese a que ya no daban para más.

Vídeo erótico ‘Aquí hay Tomate’

El Tomate empezó a espaciar los contenidos, llenando su programa de cebos y supuestos avances de contenidos especiales que llegarían minutos más tarde. Estos cebos acabaron ocupando todo el espacio posible, y al final nunca enseñaban nada. Entrevistas en exclusiva que se convertían en un paparazzi corriendo tras el coche de un famoso, declaraciones en directo que consistían en un reportero frente a una puerta… la ausencia de contenidos se compensaba con el exceso de promoción, y cuando les dio por introducir vídeos pseudoeróticos, la cosa ya fue demasiado como para aguantarla.

“Aquí hay tomate” emitía fragmentos de vídeo con chicas en ropa interior y una voz en off empalagosa como los gemidos de un maníaco sexual describiendo la escena. No había nada sobre lo que informar o sobre lo que debatir. Era la nada más absoluta destinada a un público “que sólo se quería reír” y pasar un buen rato. “Sé lo que hicisteis”, por su parte, le sacaba los colores a su competidor demostrando que no tenían nada que hacer en televisión, pero a la vez, tenían que estirar sus propios guiones para abarcar todo lo que La Sexta les pedía. Acabaron haciendo un trabajo cinco veces mayor y la calidad de los guiones empezó a resentirse porque apenas había tiempo para redondear los chistes o recabar información. El zapping que se convirtió en el heredero de El Informal sufrió un gran varapalo cuando Telecinco ganó un juicio que les prohibía emitir imágenes de la cadena, una resolución a la que se sumarían varias afectadas por el humor ácido de Ángel Martín y los demás. Aun así, todas estas restricciones no harían sino aumentar la audiencia del programa, hasta que ocurrió lo inevitable:

En las fiestas del orgullo gay de 2007 Pilar Rubio se encontraba dando un reportaje cuando se cruzó con el presentador de “Aquí hay Tomate”, borracho como una cuba y vestido como si acabase de escapar de un videoclip de Elton John. La reportera se acercó a entrevistarle, tal vez porque el roce hace el cariño y Jorge Javier Vázquez ya casi debería figurar en la nómina del programa de La Sexta, y las imágenes del presentador, ebrio, fuera de sitio y frotándose un micrófono por el paquete, fueron el mayor logro de “Sé lo que hicisteis”.

Jorge Javier Vázquez borracho

Las repitieron una y otra vez sabiendo que habían conseguido algo muy valioso, tal vez atacar al Tomate con sus propias armas, pero seamos sinceros: De ese vídeo aprendimos que la línea entre criticar algo y convertirse en ellos es muy fina, y “Sé lo que hicisteis” acababa de traspasarla. Se acabaron absorbiendo el uno al otro entre disputas, entrevistas cruzadas y chistes sin gracia, hasta que Ángel Martín abandonó el programa y el Tomate desapareció de la parrilla apuntando a decisiones políticas. Telecinco intentaría repetir el éxito de alguna forma sin lograr remontar, y parecía que la vertiente mas dura de la prensa rosa estaba agotada. Curiosamente el suceso del orgullo gay coincidía con la pronta marcha de Pilar Rubio a otra cadena, precisamente a aquella que tanto criticó y puso en evidencia. Sería antes de que la apodasen “El Iceberg” al hundir todos los programas que tocaba, entre ellos, una nueva reedición de Operación Triunfo.

Y es que como dije en el anterior post, Operación Triunfo era mucho más difícil de hacer que Gran Hermano ya que requería más esfuerzo, y la prueba fue que su estela se apagó mucho antes. Aún a día de hoy hay un grupo de gente encerrada en alguna casa de campo con la excusa del experimento sociológico, cuando hace mucho que los responsables de Endemol no pudieron mantener el acuerdo con Eurovisión, así que el festival de festivales musicales estaba abierto de nuevo a todo tipo de participantes, y no sería hasta el año 2008 cuando el público volvería a interesarse por él de la mano de Andreu Buenafuente.

El showman catalán que destronó a Sardá sabía muy bien cómo congeniar con el público gracias a una gran cantera de colaboradores. La necesidad de improvisar, de hacer reír y entretener todas las noches daba espacio a que actores del programa de vez en cuando interpretasen personajes variopintos y caricaturescos. Una noche, entre una más de las diversas actuaciones de su reparto, el actor David Fernández decidió ponerse una peluca, un chaleco de colores y coger una guitarra de juguete, y presentarse como un supuesto cantautor de origen argentino que quería ir al festival de Eurovisión con una canción tan ridícula como improvisada llamada “El chiki chiki”.

Por desgracia para el actor, el programa de Buenafuente contaba con tanto público que su broma empezó a ser tomada en serio por los televidentes, que le eligieron a través de sus votaciones telefónicas para asistir a todas las galas de selección, consiguiéndole el primer puesto. Se repetía de nuevo el fenómeno del friki, y al igual que la parodia de Rambo de “Esta Noche cruzamos el Mississippi”, lo que nos parecía más importante era reventar un acto más que participar en él. Pero cuando llegó el momento de subirse al escenario, el chiste ya se había desinflado y tenía muy poco que ver con aquella aparición improvisada en el programa de Buenafuente. El festival de Eurovisión a día de hoy no es más que una pérdida de tiempo y dinero para muchos, y siempre se repite aquello de que jamás ganaremos porque España no podría permitirse organizarlo. Lo cierto es que da la sensación de que Eurovisión sigue existiendo como un recordatorio para nosotros mismos de que formamos parte  de Europa junto con otros como Israel, ese gran país europeo. 

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Acontecimientos como este hicieron que el festival editase sus reglas para evitar la presencia de estos frikis, pero eso no impediría que dos años más tarde gente como John Cobra ganase muchos adeptos gracias a páginas como Forocoches, de la que no hablaré porque quiero acabar este especial algún día. Sin embargo, Forocoches y John Cobra van de la mano y son muy importantes para entender los últimos años de la telebasura.

Si poco a poco habíamos visto cómo cada vez la gente se hacía famosa por medios más absurdos, y una cantinela de personajillos excéntricos lograban acaparar la atención de los medios, la aparición de Internet lo multiplicó. Hasta entonces los frikis habían aparecido como resultado de la búsqueda de unos profesionales que les pusieron frente a una cámara,  pero de pronto la gente podía encontrar sus propios fenómenos de circo. En un mundo en el que todos tienen un móvil, y todos los móviles cuentan con una cámara y conexión a Internet, los vídeos absurdos se hicieron famosos. Lo que tenemos a día de hoy es lo que hace años se conoció como ‘Vídeos de primera’, pero masificado. Grabar, compartir y hacer el chorra en Internet es el mayor uso que le damos a uno de los mejores inventos de la humanidad, y así fue como saltaron a la fama personajes como El Batu o John Cobra. De ser (a falta de una palabra mejor) unos flipaos que se grababan demostrando sus supuestas habilidades de combate en mitad de un botellón, acabaron retándose el uno a otro a través de vídeos que acumulaban miles de visitas. Era cutre y hortera, pero el público estaba deseoso de enviar a Eurovisión a un tipo capaz de pedirle al público en directo “que le comiera la polla”. Al final, Santiago Segura incluso los invitó al rodaje de Torrente 4 (símbolo de la caspa cinéfila) y los dos se hicieron buenos amigos hasta el fallecimiento de El Batu hace unos meses.

Lógicamente todo lo anterior era una gran broma. Incluso Torrente no es más que una parodia de un tipo de persona que en nada se parece a Santiago Segura. Es un chiste, una imitación, no invitan a nadie a comportarse así, de la misma forma que otro de los personajes de Buenafuente. El Neng, no es más que una parodia de gente con la que nos cruzamos todos los días por la calle. El problema viene cuando la gente o no entiende la ironía o pasa de ella, y cree que en vez de reírse de un estilo de vida, lo ensalzan, convirtiéndolo en un modelo a imitar.

La televisión se convirtió en una vorágine de gente inculta, payasa y estrafalaria. Ya habían explotado a gente como Paquirrín, así que había que ir más allá. Las sucesivas ediciones de Gran Hermano buscaron a personajes egocéntricos e incultos, que no supieran escribir correctamente pero conocieran veinte o más sinónimos de la palabra pene y pudiesen gritar más alto que nadie. Se había iniciado la edad de oro de la casquería, la bajada de pantalones cultural y la violación anal de la ignorancia y la mediocridad, y con ello, uno de los mayores fenómenos de los últimos años: Belén Esteban.

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Esta mujer, que saltó a la fama como muchas otras (acostándose con un torero) empezó a colaborar con diversos programas a principios de la década pasada. Realmente no había nada que la hiciese destacar del resto de la fauna, pero poco a poco empezó a experimentar una transformación similar a la de Lady Gaga al saltar el estrellato o Tom Ryddle al convertirse en Lord Voldemort. Se convirtió en una marca a explotar cuando sus declaraciones empezaron a ser más violentas, más extremas. No era ya una ex de un famoso, era un espectáculo andante que hablaba a gritos, que no sabía comportarse y a quien cuyo rostro se le iba derritiendo poco a poco por el abuso de las drogas. Era el friki definitivo, la siguiente iteración  de todos los John Cobras, Karmeles, Juan Antonio Cantas o Tamaras del mundo. Siempre tenía algo que decir aunque fuese una incoherencia, y era precisamente eso lo que le daba éxito. Los televidentes tenían por fin delante a alguien que era como la vecina loca del quinto a quien la oyes gritar por el hueco del patio, un auténtico aunque pésimo modelo a imitar. La gente de la calle podía sentirse identificada con ella porque parecía muy tangible, convirtiendo toda su vida en un espectáculo. Las revistas se gastaban más rápido cuando su cara aparecía en ellas, sus frases se repetían hasta la náusea, y su casa, sus problemas matrimoniales y la negativa de su hija a comerse sus aberraciones culinarias dieron la vuelta al país. Ella sería la única persona capaz de hacer sombra a Jesús Gil y discutir con víboras como Lidia Lozano en una competición por cual de las dos era más desagradable.

El caso de Belén Esteban es quizá uno de los más extremos, y su fama es digna de estudio. Grandes tesis analizan por qué una persona a todas luces inculta y chabacana es capaz de atraer la atención del público de una forma desmesurada, y la han llegado incluso a denominar “heroína posmoderna”, donde establecen un paralelismo entre sus desgracias personales y las complicadas tramas de las telenovelas. No digo que no tengan razón, pero ese ser me produce tanta repulsión que soy incapaz de leer sus estudios para comprobarlo. Pero la teoría de la telenovela es cierta. Las historias de los famosos son interesantes porque se actualizan con frecuencia casi diaria, avanzamos un poco y descubrimos qué les ocurrió el fin de semana anterior. Y lo peor es que cada vez elegimos peores personas para enterarnos de su vida. A veces, la línea entre lo correcto y lo ilegal, lo ético y lo perverso, o lo directamente enfermizo es muy fina, y la televisión ya no hace distinción.

La prueba definitiva de que todo era una broma de mal gusto y material de disección televisiva vino en Enero de 2008. Pasado el circo de Madeleine McCann, (donde cada vez queda más claro que los padres hicieron negocio con la muerte de su propia hija), España entera salía a la calle a buscar a Mari Luz Cortés, de cinco años de edad y que desapareció de la calle en la que vivía mientras se dirigía a comprar golosinas a una tienda cercana. Letreros, anuncios y peticiones de ayuda inundaron el país, pese a que en esas situaciones casi todos sepamos que no van a tener un final feliz. Casi de inmediato las sospechas recayeron en Santiago del Valle, un hombre con antecedentes penales por pedofilia que estaba en la calle gracias a la ineptitud de nuestro sistema judicial. Mientras la investigación se centraba en qué habría pasado con la niña y cómo había acabado ahogada en un río dentro de un carro de la compra, la audiencia matinal del programa de Ana Rosa Quintana tenía la exclusiva para su deleite: Lo que ni los policías, ni los jueces ni el sentimiento de culpa habían conseguido lo logró una reportera con pocos escrúpulos al conseguir que la mujer del “presunto” asesino confesase en vivo y en directo cómo acabaron la vida de la pequeña.

Lo que ni el gesto de sobrecogimiento de Ana Rosa ni la reportera podían ocultar eran las preguntas sobre cómo se consiguió esa exclusiva, y por qué una mujer claramente retrasada mental estaba llorando en el momento de romper el muro de silencio que había mantenido, qué había ocurrido tras la cámara para que eso fuera posible. Y fue muy fácil averiguar que la productora de Ana Rosa Quintana había decidido ir más allá de una simple entrevista al coger a la mujer y llevársela de su domicilio, trasladarla a Madrid y mantenerla vigilada e incomunicada día y noche. Desayunos, comidas e incluso llamadas telefónicas estaban controladas, porque era carroña de la que podían alimentarse en cuanto lograsen sacarle algo.

Cómo consiguió Ana Rosa Quintana la confesión del crimen de Mari Luz

Secuestrar a una mujer para conseguir una exclusiva hace que nos cuestionemos los límites del periodismo y la falta de ética profesional. En el vídeo que no se emitió en directo podemos ver a la mujer claramente desorientada diciendo a un conocido que no sabe dónde se encuentra, mientras llora y suplica que no la graben más. La reportera intenta consolarla, pero a la vez pide al cámara que siga grabando. Esta actitud tan repugnante no pasó desapercibida ni para el público ni para la policía, que acabaron imputando a la propia Ana Rosa Quintana, pero para entonces España entera se había tragado el nuevo capítulo del enésimo culebrón pensado para entretener y sacar dinero a costa de grandes audiencias. Ficción, realidad, corazón y tragedia se habían transformado en el producto a explotar, y que llegaría a su máximo nivel de locura cuando “La Noria” decidiese pagar a la madre de uno de los asesinos de Marta del Castillo por entrevistarla, consiguiendo así la sublimación de la telebasura, su máximo esplendor, su forma final. Los medios de información pasaron a llamarse medios de comunicación, pero jamás profundizamos en qué comunicaban. Los crímenes del pasado resultaron ser los beneficios del present, y sin la noche de Alcasser jamás hubiésemos llegado hasta donde estábamos ahora, inmersos en una época de cambio y crisis, tanto económica como de identidad. La telebasura no es solo un medio para reírnos un rato, es una forma de control y de autoengaño, que abarca mucho más que unos cuantos ridículos programas del corazón. Sin dinero, sin trabajo y con pocas o nulas aspiraciones, la televisión es ese objeto tranquilizador y familiar que nos invita a sentarnos frente a él, a consumir lo que nos da y a relajarnos en nuestro sofá. Es el opio de un pueblo cada vez más inculto, apático y desganado, al que no le interesa luchar o profundizar por cualquier tema. El ensalzamiento de la mediocridad que nos vende la televisión no es sino una forma de darnos palmadas en nuestras propias espaldas, y en momentos de crisis económicas, no es casualidad que hayan proliferado todo tipo de programas destinados a hacernos sentir más cómodos con nosotros mismos y nuestra situación.

En ese sentido, el televisor se convierte en el espíritu de George Orwell, que ya nos anunció que toda sociedad se dividía en tres grupos. En el más alto de todos se encontrarían los ricos y poderosos, que no se privaban de nada y contaban con todos los lujos. El segundo grupo sería la amplia mayoría, controlados por el régimen que les gobernaba y viviendo bajo sus órdenes, y el tercer grupo, el más bajo, sólo existía para ser aplastado por la clase media y como recordatorio de que tu situación podría ser mucho peor. Programas como “Mujeres ricas” o “hijos de papá”, o sea cual sea el nombre absurdo que se le da, sólo sirve para mostrarte lo que el exceso de riqueza hace a las personas. El público medio las envidia y admira a partes iguales, pero ve sus comportamientos excéntricos como algo absurdo. Para alguien en paro, no hay nada más satisfactorio que ver cómo un multimillonario es incapaz de moverse por un supermercado, porque refuerza su imagen de confianza y satisfacción con lo que el mundo le ha dado, generalmente, muy poco. 

Mario Vaquerizo demostrando su cultura

En el otro extremo tendríamos programas como “Callejeros” o “Hermano mayor”, que mostrarían las desgracias de los barrios marginales, logrando éxitos de audiencia y, con ello, lograr que incluso la gente en los botellones y en los polígonos industriales vea salir en ese espacio casi como un logro, algo de lo que estar orgulloso. Sé de lo que hablo cuando “Callejeros” emitió un programa entero dedicado a un barrio que está a dos calles de donde me encuentro ahora mismo.

En ese caso, comprendemos que Orwell tal vez no fue el que acertó con mayor precisión en cuanto a cómo los medios y los gobiernos nos manipularían. En nuestra situación, nos parecemos más a los protagonistas de Un Mundo Feliz, adormecidos por el consumo, aletargados por la comodidad. Lo tenemos todo para ser felices o lo que nosotros creemos que es ser felices. Y la televisión e Internet lo único que consiguen es perpetuar ese ciclo de entretenimiento y pasividad. Los medios ya no están para informarnos, sino para entretenernos y darnos la razón, e incluso canales enteros como Intereconomía han sido levantados basándose en esa idea, en la de que ya no importa el pensamiento objetivo sino satisfacer a un público que se ha convertido en cliente. Así que no es justo echarles a ellos toda la culpa porque, en última instancia, los culpables somos nosotros. Curiosamente el presentador Jordi González criticaría la cadena más despreciable de la televisión española, y cuando una usuaria le respondiese que no era la persona más idónea para ello, respondería con una nueva versión de ese “Telebasura, tu puta madre” que tan famoso hizo Sardá diez años atrás.

Tenemos la televisión que nos merecemos, porque es la que nosotros hemos buscado. Cada vez que les hemos dado grandes audiencias, cada vez que nos hemos sentado frente al televisor, cada vez que nos hemos preguntado qué tenía de malo relajarnos, desconectar y “reirnos un poco” hemos apuntalado la telebasura. Hemos propiciado la aparición de frikis y verduleras que entre polvo y polvo desgranan sus aventuras sexuales en un plató, hemos entrevistado a asesinos, a políticos corruptos y a todo aquel que tenga una relación directa o indirecta con el famoso de turno. Y con ello, España se ha convertido en un baluarte de la mediocridad, en un país donde se celebra la ignorancia y se repudia todo lo demás. Siempre que se anuncia que somos el país con mejores científicos, con mejores cineastas o grandes escritores, olvidamos mencionar que todos ellos están cogiendo los últimos vuelos que abandonen este país para siempre, sabedores de que aquí no hay ningún futuro. No lo habrá porque jamás se valorará sus horas de esfuerzo y estudio, porque vende más la enésima novia de botellón de Paquirrín que cualquier otra cosa, porque sólo se necesitan famosos para sacarlos los trapos sucios y así entretener a una masa descerebrada que grita más alto cuando a su equipo favorito le meten un gol que cuando descubre que su propio gobierno les roba, miente y recorta en derechos. La educación y la sanidad están siendo diezmadas, consiguiendo que tal vez en varios años España sea una nación tercermundista y donde sólo quede esa gente que vemos en televisión, de encefalograma plano y preguntándose qué demonios pasa en el matrimonio entre Pipi Estrada y Lucía Lapiedra, o cuánto tardarán en entrevistar a Jose Bretón acerca del asesinato de sus propios hijos, juicio que fue televisado hace unos días mientras la gente criticaba que hubiesen quitado “Mujeres y hombres y viceversa”, o el último y más sangrante de todos los casos, el de la presentadora Raquel Sánchez Silva, que aparece en televisión días después de la inesperada muerte de su marido para recibir un pésame mientras anuncia teléfonos móviles.

Así que la próxima vez que os pongáis frente al televisor y una jauría de chacales hambrientos armados con micrófonos griten desde sus respectivos sillones, plantearos cómo es en realidad el mundo de la telebasura, ya que no se trata solamente de ex concursantes de Gran Hermano gritando en un plató. Es una forma de entretenimiento, sedación y atontamiento mental, es un circo pensado para hacerte sentir contento con quien eres y para que no te preocupes de nada más, es un estilo de vida, una decisión propia y, como tal, no exenta de consecuencias.

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Historia de la telebasura en España – Tercera Parte
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