Continúa aquí mi artículo sobre los orígenes del Islam, en Mapping Ignorance. Dentro de unas semanas, la tercera y última parte.
.
En el primer artículo de esta serie vimos lo que los textos cristianos
de Oriente Medio en el siglo VII decían acerca de los invasores árabes que
habían tomado abruptamente aquellos ricos territorios (primero Palestina, Siria
y Mesopotamia; poco después, Persia y Egipto) que en los siglos anteriores
habían sido disputados por los romanos y los persas. Por resumir, en esos
textos se describe a los invasores como guiados por un “profeta”, aunque
durante las primeras décadas de la invasión los cristianos se referían a la fe
de los árabes (en las poquísimas ocasiones que lo hacían) como algo vagamente cercano
al judaísmo, y sólo cien años después de la fecha en que supuestamente murió
Mahora hay alguna referencia en aquellos textos al contenido de algo similar al
Corán. Tal vez podríamos pensar que las fuentes literarias árabes de esa época
contendrían alguna información más explícita sobre las creencias religiosas de
aquel pueblo, pero eso sería una vana esperanza, como veremos inmediatamente.
Describiré sucintamente las evidencias documentales más importantes. Los datos
están tomados sobre todo de Spencer (2012) y Hollan (2012).
1) La referencia más antigua que se conserva al uso del calendario
islámico es seguramente el recibo de la expropiación de 65 ovejas en la ciudad
greco-egipcia de Heracliópolis, escrito tanto en griego como en árabe, y con la
fecha en los dos calendarios correspondientes (22 de la era musulmana, 632 DC).
Según la tradición, los árabes habían empezado a contar los años a partir de la
hégira (la huída de Mahoma desde la Meca a Medina,, en 610 DC) diecisiete años
después del suceso, es decir, sólo cinco años antes del documento en cuestión.
Aunque, por desgracia, nada de él permite averiguar a qué se refería su autor
exactamente con esa cifra, está claro que, siendo una fecha tan próxima al año
de comienzo de la cuenta, la memoria de aquel acontecimiento “inaugural” no se
habría perdido por entonces, o distorsionado en exceso. Compárese, p.ej., con
el caso del calendario cristiano, que se empezó a usar más de cinco siglos
después de la supuesta fecha del nacimiento de Jesús. Por tanto, esta es una
razón que apoya la historicidad de la hégira, aunque no en igual medida los detalles
de la misma según la tradición islámica.
2) Otro texto recientemente descubierto, casi contemporáneo, es una
inscripción en la roca, en el desierto al sur de Palestina, y que menciona que
fue escrito “a la muerte de Omar, en el año 24”. Omar fue el segundo califa, y
la fecha en la que según la tradición que fue asesinado coincide con la de la
inscripción. Esto también constituye un importante documento a favor del
carácter histórico de algunos personajes y acontecimientos mencionados por
dicha tradición.
3) De unos 15 años más tarde data otra inscripción, aunque esta vez
está escrita en griego, procedente de unos baños construidos en la ciudad siria
de Gádara (sí, la misma Gádara que sale en Regalo
de Reyes). La inscripción elogia a Muawiya (el primer califa Omeya)
como “siervo de dios y jefe de los protectores”, y da la fecha “42 según los
árabes”. La inscripción no hace ninguna referencia a la religión musulmana (salvo
que, se supone, “protectores” quiere decir “protectores de la comunidad
cristiano-biznatina a la que pertenecen estos baños”) ni al significado religioso
de la fecha. Más significativo es que la inscripción no hace ninguna referencia
a Mahoma, y además está precedida por una cruz.
4) Otra inscripción, esta vez de nuevo en árabe, y encontrada en
Kerbala (Irak), procede del año 64 AH (683 DC), y aunque en este caso contiene
la tradicional invocación musulmana “En el nombre de dios, el misericordioso,
el compasivo”, también se refiere a Alá como “el Señor de Gabriel, Miguel y
Arafil” (tres ángeles bíblicos), de nuevo sin ninguna mención a Mahoma. Otro dato
curioso es que la inscripción menciona la oración en tres momentos del día
(como hace el Corán, y no cinco, como se hizo tradicional años después). La
falta de mención alguna al profeta del islam es lo normal en casi todas las
inscripciones oficiales del mundo árabe procedentes del primer siglo de la era musulmana.
5) Igual de sorprendente es el hecho de que las monedas acuñadas por
los primeros califas raramente incluyen la palabra “Mahoma” (y cuando lo hacen,
no está claro si funciona como el nombre propio del profeta, o en el sentido de
“el califa sea alabado en el nombre
de dios”, pues recuérdese que “muhammad” significa en árabe “bendecido” o “alabado”).
En cambio, contrariamente a la ley islámica posterior, estas monedas
representan una figura humana (en general, el propio califa; tal vez en algunas
el profeta)… ¡que lleva una cruz en la mano! No es hasta la época de Muawiya en
la que se añade a la cruz una diminuta luna creciente.
6) Probablemente, el primer texto islámico aparte del Corán son las
inscripciones de los mosaicos de la Cúpula de la Roca, en Jerusalén, terminada
en 691 DC. Este texto incluye fragmentos del Corán (aunque no literalmente), y
menciona expresamente a Mahoma (aunque, como veremos, aquí también vale la
precisión del punto anterior). Lo más curioso es que la mayor parte del texto
está dedicada a criticar la afirmación cristiana de que Jesús es el Hijo de
Dios, aunque se le alaba como uno de los mayores profetas. De Mahoma
propiamente dicho, el texto dice poco más que “Mahoma es el mensajero de dios”,
lo que puede traducirse como una alabanza a Mahoma, o como una alabanza
genérica: “bendito sea el mensajero de dios”, sea cual sea la identidad de ese
mensajero (es decir, tal vez la expresión se refiera a Jesucristo, como el
resto de la inscripción, o a cualquiera de los muchos profetas bíblicos o
post-bíblicos que la religión islámica reconoció).
Decíamos que sería de esperar en este artículo alguna referencia a lo
que decían sobre Mahoma y el origen el islam los cronistas árabes del siglo VII.
Por desgracia, la verdad es que esos cronistas sencillamente no existieron, al
menos como autores de obras escritas. Los primeros historiadores musulmanes
escribieron más de un siglo después de la muerte de Mahoma, e incluso los
libros de esos historiadores no han llegado directamente a nosotros, sino sólo
a través de citas y menciones hechas por otros autores que escribieron a partir
del siglo II de la era islámica. El propio Corán es la única fuente literaria
árabe que data del siglo VII, y presentaremos algunos resultados de la
investigación filológica sobre él en la próxima entrada de la serie.
El hecho es, por tanto, que prácticamente todos nuestros datos de
procedencia islámica sobre la época de Mahoma e inmediatamente posterior
dependen de la tradición oral. Los
primeros historiadores árabes hicieron un arte de la “certificación” de los isnads, esto es, las cadenas de
transmisores que supuestamente habían ido pasando de unos a otros un hadiz (un dicho o hecho del Profeta o de
alguien cercano a él). Por supuesto, no existía por entonces ningún
procedimiento fiable para llevar a cabo esa certificación sin ningún error, y
en cambio, sí que existían ocasiones y motivaciones para corromper, o incluso
inventar, tanto los hadizs como las isnads, en una época (más de un siglo) en
la que la ortodoxia e instituciones islámicas, y los núcleos de poder en el
mundo árabe, estaban precisamente tomando forma. Se dice que Bukari, un ode los
primeros recolectores de hadizs en el
siglo IX, compiló nada menos que 300.000 de estas historias, de las cuales
decidió publicar sólo unas 7.500 como relativamente “fiables”, y de ellas sólo
un tercio como “auténticas” (es decir, ¡menos
de una de cada mil!).
Terminaremos indicando un poderoso argumento propuesto por Jansen
(2008) que permite sembrar la duda sobre la credibilidad de la mayor parte de
los hadizs. Se trata del hecho de que
la primera biografía (sira) de
Mahoma, escrita por Ibn Ishaq a mediados del siglo VII (es decir,
aproximadamente siglo y medio después de la muerte del Profeta), recoge
meticulosamente la fecha en la que
cada acontecimiento sucedió. Esto ha dado gran credibilidad al relato de Ibn
Ishaq entre los historiadores posteriores, incluidos los estudiosos
occidentales. Pero hay un grave problema con esas fechas; veamos.
El calendario islámico sustituyó a uno pre-islámico (ambos lunares) el
año 629 DC, aún en vida de Mahoma. La principal diferencia entre ambos
calendarios es que en el pre-islámico se incluía un “mes bisiesto” cada tres
años, para mantener el compás con el año solar (pues doce meses lunares
equivalen a unos 354 días). Se dice que Mahoma prohibió la práctica de incluir
ese mes bisiesto por considerarla “pagana”, y por lo tanto, el calendario islámico
es unos 11 días más corto que el solar, lo que hace que 34 años musulmanes
equivalgan a sólo 33 años solares. Pero, curiosamente, ¡ninguno de los
acontecimientos de antes de 629 DC relatados por Ibn Ishaq tiene una fecha
situada en un mes bisiesto! ¿Es que no le ocurrió nada relevante a Mahoma o a
sus compañeros en un mes de cada 37? Según Jansen, la única explicación
razonable es que esos acontecimientos fueron inventados o reelaborados en una
época en la que la mayoría de la gente sencillamente había olvidado que los
meses bisiestos habían existido.
REFERENCIAS
Holland,
Th., (2012), In the Shadow of the Sword. The
Battle for Global Empire and the End of the Ancient World, Little, Brown.
Jansen, H., Mohammed: Eine biographie, München,
Beck.
Spencer, R., (2012), Did Muhammad Exist? An Inqury into Islam’s
Obsucre Origins, Washington, ISI Books.
.
Más:
.
Historia y leyenda en los orígenes del Islam (1).