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Historias de casetes

Publicado el 14 enero 2014 por Kike Morey @KikinMorey

Historias de casetes.01

En el Perú de mediados de los ochenta los vinilos habían prácticamente desaparecido, los discos compactos todavía no eran comercializados y los casetes que se editaban eran de una calidad bastante pobre. Una de las maneras para conseguir cintas originales, de vistosa presentación y sonido aceptable, era mediante la importación o aprovechando el viaje de algún familiar o amigo al extranjero.

 Mi padre solía volar cada tres años a los EE.UU. y a su vuelta me traía media docena de casetes con los títulos que le había escrito en una priorizada lista. Eran nuevas producciones de grupos que no se editaban en el Perú o álbumes de hace algunos años imposibles de encontrar en una tienda local. De uno de sus periplos me trajo “Under a blood red sky” de U2 que contenía varias de las canciones que eran de las favoritas de mi barrio para bailar.

Una noche fuimos a una fiesta más allá de nuestros confines habituales. Mis amigas me pidieron que llevara un par de cintas por si acaso la música no fuese de nuestro agrado, algo que finalmente ocurrió. Al rato me acerqué al disc-jockey de turno y le dije “pon la primera del lado B, está lista para darle play”. Empezó a sonar “Sunday bloody Sunday” y con toda mi patota colmamos el salón, bailando y cantando los coros. Cuando fui a recoger mi casete, este ya no estaba ni en el equipo de sonido ni en ninguna otra parte. El dj me puso cara de yo no fui y se hizo el desentendido. Empecé a increparle. Los gritos se escuchaban más alto que la propia música. Empezamos a empujarnos, a punto de rompernos la cara por recuperar mi cinta importada de U2. En ese instante sus colegas se acercaron y me botaron de la casa. Nunca supe quien se robó el casete pero desde entonces no volví a dejar a extraños nada con tanto valor.

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En los noventa no era todavía habitual encontrar en los coches radiocasetes con ranura para CD. Además por entonces la grabación casera de discos compactos era un lujo reservado sólo para muy pocos. Por ello, para disfrutar de mi música preferida mientras conducía, grababa cintas de noventa minutos con una cuidada selección de pistas de los discos compactos que ya ocupaban un lugar primordial en mi colección musical.

“The Police no comercial” o “El Último de la Fila de la A a la Z” eran algunos de los casetes que, debidamente rotulados, se podían encontrar en la guantera de mi Toyota de segunda mano. Había logrado intercalar las canciones de manera de aprovechar al máximo la duración de la cinta. Así descubrí, por ejemplo, que cada lado tenía un minuto y veinte segundos más de lo que se indicaba. Nunca antes una hoja Excel me había servido para tanto.

Un día dejé estacionado el coche frente a la casa de mi enamorada de aquellos años. Luego de una velada romántica salí de su casa para enrumbar a la mía. Antes de subir al auto me di cuenta que el vidrio pequeño de la puerta del copiloto estaba destrozado. La alarma no sonó o no la escuchamos quizás más interesados en nuestros juegos amorosos que en lo que sucedía a nuestro alrededor. Revisé con detenimiento la guantera para ver lo que se habían llevado. Sabía que no tenía objetos de gran valor, pero algunos accesorios como un cargador de teléfono celular, un medidor de presión de las ruedas o incluso la máscara desmontable del radiocasete podrían ser vendidos por unos cuantos soles en cualquier esquina de Lima. Estaba todo a excepción de los casetes recopilatorios con la música de mis artistas favoritos. Fue la única vez que un robo me dejaba tan contento.

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En los primeros años de la década de los 2000, llegaron de visita a Lima algunas amistades que había conocido a partir de una lista de Internet creada en torno a la música de Joaquín Sabina. Una vez llegaron al mismo tiempo tres amigos, dos argentinos y una mexicana, con quienes hice un recorrido de varios kilómetros en coche por pueblos y ciudades al sur de Lima.

A mitad del trayecto hacia Paracas, luego de una parada para repostaje, el más acelerado hincha albiceleste se sentó en el lugar del copiloto para lo que restaba del viaje. Cansados de escuchar a Sabina, buscó en la guantera otros intérpretes para que nos acompañasen en las próximas horas de viaje. Encontró un casete casero rotulado como “Lo mejor de Culture Club”. “¡Esto es música de putos!” gritó indignado mientras bajaba su ventanilla y lanzaba la cinta, con estuche incluido, a un lado de la carretera. En medio de las carcajadas del asiento posterior y el estupor de mi rostro, mi amigo sacó otro casete: “Soda Stereo, los lados B”. “¡Esto también es de putos!” volvió a vociferar el fanático de “Los Redonditos de Ricota”, los antagonistas de la banda de Cerati, antes de que la cinta corriera el mismo destino que la anterior. Imposible de detener el asalto musical, no me quedó más que reírme de la ocurrencia y agradecer que el resto de mis casetes artesanales estuvieran a buen recaudo en casa, por si acaso no fuera del agrado de mi exaltado acompañante.

Sin ningún tipo de resentimiento, el hecho se convirtió en una de las anécdotas más divertidas dentro de nuestro grupo de Internet. Es más, de vuelta en Lima, mi amigo se preocupó de reponer la guantera del coche con casetes originales de bandas como “Los Fabulosos Cadillacs” o “Serú Girán”. “Para que aprendas a escuchar buena música” me dijo mientras nos envolvíamos en un fuerte y sincero abrazo. Finalmente salí ganando porque amplié mi colección musical y no me costó mucho trabajo grabar otra vez esas cintas. Todo estaba debidamente registrado en mis hojas Excel.

Escucha el album “Under a blood red sky”de U2 completo en este enlace de Spotify

 


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