Revista Salud y Bienestar
El día se encendió antes de que levantara la niebla prendida en los árboles de las cunetas. Los camiones entraban en ella y, al instante, desaparecían. Sólo alcanzabas a ver las luces rojas de los remolques. No te atrevías a adelantar. La noche se quedó en la presa y las piedras negras del hospital brillaron en lo alto tras la última curva a la izquierda. Firmaste el contrato, te entregaron dos batas blancas y una clave para el ordenador. Te esperaban en el consultorio de Allande. Una consulta más, tan igual y tan diferente a todas las anteriores. ¿Estás nervioso?, te preguntó anoche justo antes de dormir. No, no mucho, dudaste. Han pasado cuatro meses pero pocas cosas se habrán olvidado, espero. Dos pacientes tardaste en perder el miedo, tres en sonreír. La consulta del sustituto es sencilla; pero la consulta siempre es importante. Dos sillas, un papel y un bolígrafo, una ventana con vistas al río. Cuatro en comprobar lo que el pasado puede conceder. Ahora te levantas, llamas desde la puerta, saludas y dices tu nombre. Una mujer te preguntó tal vez usted conozca una pastilla que acabe con este aburrimiento.