Eduardo Carrasco detesta su nueva vida. En cuestión de meses ha descubierto que es un hombre lobo, ha huido a la ciudad con su padre y, para colmo, ahora éste ha desaparecido porque cree que el cazador de licántropos Leo Bataglio está tras su pista. A esto hay que sumarle la soledad opresiva en la que vive, que es nuevo en el instituto y que Alba, su primer amor, le ha roto el corazón. Pero lo peor de todo es el dolor que siente al transformarse y, cuando eso pasa, el poder del lobo que se cierne sobre él y le hace anhelar carne y sangre humana. Por si no tuviera suficiente con todo eso, un siniestro grupo llamado Bersekir ha irrumpido en la fauna nocturna de la ciudad y viene dispuesto a hacerse con su cabeza, con o sin su consentimiento.
Tras el buen sabor de boca que me dejó El furtivo, me volqué con ganas en la lectura de su continuación… y he de confesar que la primera impresión no fue muy positiva. Huyendo de cualquier interés por saturar al lector de escenas de acción y respuestas al desenlace del primer libro, Los Bersekir se recrea en su propia introducción, llenando páginas y páginas sobre hechos pasados que no aportan nada nuevo, y regodeándose en sentimientos y desgracias. Así, en los primeros capítulos Riera se limita a recordarnos la situación actual de Eduardo (su condición lupina, su situación familiar y el mal de amores), todo con su ya característico estilo repleto de diálogos kilométricos sin apenas descripciones ni acotaciones. En resumen, un inicio lento y tedioso que en más de una ocasión invita a tirar la toalla. Pese a todo, si se insiste se llega a la verdadera historia. Y qué historia. Si en El furtivo se nos ponía al corriente del escabroso tratado de Anastasio, que hablaba de un mundo gobernado por los hombres lobo en el que los humanos sirvieran como esclavos, en esta segunda parte nace el ejército opresor, los Bersekir. Y aunque a más de uno (yo la primera) le parezca un tanto inverosímil todo esto, hay que reconocer que la idea de los Bersekir de convertir en soldados a los miembros violentos y racistas de las bandas callejeras ayuda a que la historia se sostenga. Este giro en la trama nos permite dar un salto de gigante y abandonar los frondosos bosques de Castañares para toparnos con la atrocidad urbana, la violencia gratuita y el lenguaje soez. En este ambiente tan encantador, el protagonista tiene todo a su favor para evolucionar como personaje… sin embargo, avanza hacia atrás. Toda la madurez que demostraba en el primer libro aquí ha desaparecido, se transforma en un auténtico fanfarrón, y no es hasta el final de la novela cuando recapacita y vuelve en sí. Menos mal, claro, pero ya es un poco tarde para el lector, que ha tenido que aguantar sus lloros demasiado tiempo. Aun así, la verdad es que tampoco es un personaje tan mal definido: es monotemático, sí, pero sus sentimientos son tremendamente creíbles. Aunque Eduardo tenga sus más y sus menos, los demás personajes aprueban con mejor nota, porque Riera ha hecho un estupendo trabajo de descripción con ellos. No voy a negar que son ligeramente superficiales y se alimentan de estereotipos, pero se les comprende con facilidad y cada uno representa un defecto o una virtud.
Los Bersekir aporta una nueva visión del mito del hombre lobo. Pedro Riera traslada a la bestia a la ciudad y demuestra que incluso las pesadillas más vaporosas tienen forma e ideología, y cabezas maquiavélicas para llevarlas a cabo. Aunque pueda cojear al principio y sus personajes no sean especialmente brillantes, la historia termina por volverse interesante y adictiva; incluso morbosa, diría yo. Eso sí, la constante violencia gratuita y el realismo de las descripciones consiguen incomodar al lector en más de una ocasión.