
El premio Planeta 2015 no decepciona. Aunque creo que no pasará a la historia como una de las obras cumbre de la Literatura se lee con facilidad; esto es lo que tiene nuestra sociedad capitalista, que algunos artistas logran el enganche inmediato del público y viven gracias a su arte, en determinados casos hasta muy bien, y otros que, por circunstancias diversas, malviven a pesar de su obra. No quiero que se malinterprete mi intención, que no es otra que dejar constancia del mal reparto de premios, pero el arte, aunque tiene unas normas, es en gran medida subjetivo, por eso los resultados no contentan a todos por igual. He empezado con esta pequeña digresión porque conforme leía la novela pensaba que la vida es injusta, no nos trata con el mismo rasero a todos, a veces he llegado a vislumbrar cierto determinismo y otras un existencialismo; y es que en el fondo creo que es una novela filosófica: "Todo acto tiene consecuencias, y esas consecuencias generan nuevas consecuencias. Si optas por no actuar da lo mismo, las omisiones también generan consecuencias. Y así hasta que te mueres. El primer error que comete el ser humano es no suicidarse en cuanto alcanza un mínimo uso de razón."

Esto es lo que ha hecho, y bastante bien, Alicia Giménez Bartlett , escribir para el pueblo, y al pueblo le ha gustado, porque, si es cierto que el protagonista es un perdedor, que el coprotagonista es otro perdedor que además pertenece al lumpen, también lo es que son portadores de unos valores de los que carecen las antagonistas de la clase alta, quienes, por lo tanto, terminan peor. El lector experimenta una catarsis que lo deja en paz consigo mismo. No importa el trágico final, la empatía es tal que aun segregamos jugos gástricos al leer el suculento desayuno del que los protagonistas disfrutan. Incluso la nota periodística es irrelevante, a no ser para dejar patente de forma sarcástica, el fatalismo que envuelve a la sociedad y al ser humano.

Trasfondo duro, como todo el que rodea a la crisis de un país, pues a las desgracias usuales de una persona hay que añadir la humillación de sentirse inútil, el desasosiego al no poder hacer frente a los gastos primordiales y el desconsuelo de no importarle a nadie, de ser un parásito molesto del que todos se quieren librar.
Hombres desnudos es la historia de cuatro personajes de distinto origen y condición social que tienen como punto en común la soledad. Vidas en principio totalmente distintas que, por circunstancias casuales, se entrecruzan hasta que casi se confunden, momento en el que habrá que retomar posiciones y volver cada uno a su lugar.
Javier es un idealista de clase media, profesor de literatura, de buenas intenciones pero poco combativo; aspira a ser feliz y para ello se contenta con poco, tener tiempo para leer y estar junto a Sandra, su novia, quien lo acepta hasta que Javier se queda en paro. La necesidad de dinero hace que Sandra inste a Javier a buscar cualquier cosa, pero en el fondo, cualquier cosa no vale, así que lo deja; sólo se preocupará de él Iván, un estríper perteneciente al sector social más deprimido, abandonado y maltratado por unos padres drogadictos, criado por su abuela hasta que decide vivir bien sin importarle nada más, esto lo consigue porque nunca se olvida de que pertenece al estrato más débil, por lo que se protege constantemente bajo una apariencia dura, grosera, insensible, que esconde, en el fondo, un gran sentido de la amistad y la honestidad.
Genoveva es una mujer madura, irresponsable, sin ningún valor moral y para encubrir esa forma de ser vacía se viste con un escudo feminista que no es más que eso, pura fachada, pues en ningún momento piensa trabajar o renunciar a la sustanciosa pensión de un exmarido que le permite llevar un ritmo de vida desmedido.
Irene es una reprimida, sin personalidad, que siempre ha acatado las órdenes de su padre hasta que descubre el placer de ser ella quien ordene y los demás obedezcan al momento; se siente pletórica, cómoda; sin embargo llega demasiado lejos y no sabe cómo canalizar todo el rencor acumulado.
La narración es fluida, las expresiones son coloquiales, pertenecen al lenguaje oral, lo que facilita ir uniendo, sin interrupción, los diálogos con monólogos interiores y autorreflexiones; esto permite que el lector sea consciente de las incongruencias de los personajes que no son otras que las propias del ser humano: "Tengo amigos en el mariconeo y son la hostia de graciosos y de buena gente. Pero si el show fuera para maricas, por mucho que me pagaran el oro y el moro, no saldría en él".
Todo se interpone en la narración, el humor en las situaciones graves

La historia que se plantea en Hombres desnudos es una sátira de la realidad, los personajes son absolutamente creíbles, verosímiles, por lo que incluyen a esta novela dentro del Realismo crítico. En sus reflexiones podemos analizar el sufrimiento de las personas, la ironía al vislumbrar una falsa libertad, y llegar a la conclusión de que el título no se refiere sólo a los hombres, tal como pretende Irene, sino que expone el plural generalizador de un ser humano exento de voluntad: "¡Pobres hombres desnudos de voluntad propia! siempre embarcados en las gestas que el mundo ha creado para ellos [...] soy muy feliz. Cuando algo me atormenta tomo una raya de cocaína. No dependo de nadie. Todo está en mis manos. Tengo poder".Pero es una novela, pertenece a la ficción, por eso lo que le da fuerza, lo que consigue enganchar al lector, es la relación tópica entre Iván y Javier, dos personajes de mundos diferentes pero con iguales sentimientos; dos piezas que luchan por encajar en el puzle social ocasionando situaciones entrañables o humorísticas dentro de unas condiciones duras, deprimentes "...si llegamos a tener una conversación larga de sobremesa me habría martirizado "¡Yo un prostituto, qué horror, que inmoralidad!" [...] mientras íbamos a la fiesta me dio un coñazo salvaje "-¡Ostras, Iván, creo que no voy a ser capaz!" [...] Yo, ni puto caso; a lo mío [...] Ahí me planté [...] paré el coche delante de una casa muy grande con jardín donde había un perro que se puso a ladrar a tope [...] Le pasé una rayita de farlopa [...] Yo me casqué otra, y porque el material vale tan caro, si no, de buena gana [...] le habría soplado un poco de nieve al hijoputa del perro en los mismo morros, a ver si se quedaba flipando y dejaba de tocar los cojones, el gilipollas".
Dos personajes que triunfan en el sueño pero que, en la realidad sólo les queda una opción "¡Pues aguantar, tío, aguantar y seguir adelante como todo el mundo!"
