Revista Arquitectura

Homenajes fallidos.

Por Arquitectamos
Hace años que el Ayuntamiento de Aranjuez le dedicó al maestro Joaquín Rodrigo esta estatua:
Homenajes fallidos.
Uno diría que se la hicieron en justa venganza por el dichoso concierto. El caso es que mala no es. Vamos, que la cara se parece a la del retratado, cosa que en materia de estatuaria, sobre todo urbana, es casi lo único que sé decir con cierta seguridad. Lo malo es la composición. ¿Por qué la cabeza asoma a través de un muro? ¿Por qué se humilla hacia abajo? Voy mucho a Aranjuez (me queda al lado de casa) y no puedo evitarlo: Cada vez que veo la estatua me recuerda a un cepo de castigo.
Homenajes fallidos.
Faltaría que asomara una mano a cada lado de la cara.
(Tal vez el que no asomen sea una fina alusión a que se las han cortado metafóricamente para que deje de fastidiar con el pianito y con la guitarrita. Y con la batutita).
¿Por qué? ¿Qué les ha hecho este hombre? Sí: Durante un tiempo le pusieron al reloj del ayuntamiento el comienzo del segundo movimiento, y saltaba a cada hora. A cada una de las veinticuatro horas del día. Y a los cuartos. Y a las medias. Era insufrible. En seguida, atendiendo -por una vez- las protestas vecinales, desactivaron la cajita de música por la noche, y al cabo de unos meses lo quitaron todo.
Pero ya entonces este monumento escultórico que os muestro llevaba años erigido. Vamos, que no entiendo tanta saña con el maestro.
Para rematar la jugada, la acera de la calle de Las Infantas, delante del monumento, ha sido pavimentada con unas baldosas de piedra lisa (demasiado lisa) con los primeros compases del segundo movimiento del Concierto de Aranjuez grabados en ellas. En estos días de lluvia esas baldosas resbalan.
¿Qué pasa con los monumentos? ¿Por qué esa saña para no dejar en paz ni al homenajeado ni a los sufridos ciudadanos? ¿Por qué es casi siempre una desgracia y una humillación ser objeto de homenaje? ¿Por qué las administraciones públicas que homenajean a los desamparados ciudadanos han de ser siempre tan terribles, tan ariscas, tan horteras, tan desaprensivas, tan cansinas? ¿Por qué no podemos homenajear a nuestra gente de una forma más culta, más inteligente y más discreta?
¡Por Dios!
(Nota.- Me acabo de dar cuenta de que en ese monumento el maestro Rodrigo también parece un trofeo de caza: Este músico es nuestro, parece decir el Ayuntamiento, y lo exhibe).
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