Revista Informática

Homo Deus. Breve historia del mañana de Yuval Noah Harari en tres minutos (2)

Publicado el 17 julio 2019 por Sesiondiscontinua
Homo Deus. Breve historia del mañana de Yuval Noah Harari en tres minutos (2)

"Cuando nos disponemos a evaluar las redes de cooperación humana, todo depende de la vara de medir y del punto de vista que adoptemos. El Egipto de los faraones, ¿lo juzgamos en términos de producción, de nutrición o quizá de armonía social? ¿Nos centramos en la aristocracia, los campesinos humildes, o los cerdos? [...] Al examinar la historia de cualquier red humana es recomendable detenerse de cuando en cuando y considerar las cosas desde la perspectiva de alguna entidad real. ¿Cómo sabemos si una entidad es real? Muy sencillo. Bastará con que nos preguntemos: "¿Puede sufrir?" [...] Cuando olvidamos que son pura ficción, perdemos el contacto con la realidad. Entonces iniciamos guerras enteras "para ganar mucho dinero para la empresa" o "para proteger el interés nacional". Empresas, dinero y naciones existen únicamente en nuestra imaginación. Los inventamos para que nos sirvieran, ¿cómo es que ahora nos encontramos sacrificando nuestra vida a su servicio" (p, 160-164).

La teoría de la evolución --no la de la relatividad, como algunos científicos creen-- fue la primera en resquebrajar el edificio humanista de Occidente: esta teoría rechaza que mi yo verdadero sea una esencia indivisible, inmutable y potencialmente eterna, al contrario, defiende que todas las entidades biológicas están compuestas de partes más pequeñas y simples que se combinan y se separan sin cesar. Los seres humanos son el resultado de un desarrollo gradual de esa combinación y división entre partes y, en virtud de esa premisa, nos negamos a aceptar que algo que no puede dividirse ni cambiarse (el alma humana) pueda ser el fruto fortuito de la selección natural. Esta idea aterra a un gran número de personas, que prefieren rechazar sin más la teoría de la evolución en su totalidad antes que renunciar a su alma (pp. 98-105). A su favor juega el hecho de que la política y la ética modernas se sustentan en esta premisa humanista del alma como sede de la ética y fuente de experiencias subjetivas; en contra tienen al gremio de científicos, que reman en dirección opuesta.

"De la misma manera que la brecha entre la religión y la ciencia es menor de lo que solemos pensar, la brecha entre la religión y la espiritualidad es mucho mayor. La religión es un pacto, mientras que la espiritualidad es un viaje [...] El objetivo de las religiones es cimentar el orden mundano, mientras que el de la espiritualidad es escapar de él. Con mucha frecuencia, la demanda más importante que se hace a los viajeros espirituales es que pongan en duda las creencias y las convenciones de las religiones [...] Desde una perspectiva histórica, el viaje espiritual siempre resulta trágico, porque es una senda solitaria adecuada para individuos y no para sociedades enteras. La cooperación humana requiere respuestas firmes y no solo preguntas, y los que se enfurecen contra las estructuras religiosas anquilosadas acaban forjando nuevas estructuras en su lugar [...] La ciencia no tiene autoridad ni capacidad para refutar o corroborar los juicios éticos que emiten las religiones. Pero los científicos sí tienen mucho que decir acerca de sus afirmaciones fácticas" (p. 166-175).

De ese pacto entre Religión y Ciencia surgió el Humanismo, que en realidad es una combinación entre un juicio ético y otro de origen religioso -- "La vida humana es sagrada" -- que la ciencia es incapaz de poner a prueba y de la que se derivaría, a su vez, una declaración fáctica: "Todo humano posee un alma eterna" , que es una proposición que sí está abierta al debate científico. Pero mientras los sistemas políticos y morales duraban siglos gracias al predominio de la religión, el Humanismo llegó para ponerlo todo patas arriba y convenció a los humanos de que el caos es preferible al orden, que la avaricia es una virtud que se materializa en el crecimiento y que se vive mejor si desmantelamos los milenarios y sagrados frenos a la codicia. Como consecuencia, ahora los sistemas éticos y políticos apenas sobreviven a la generación que los parió. El Humanismo prometió un poder sin precedentes, y esa promesa se ha materializado; a cambio, se espera de nosotros que desistamos a otorgar un significado trascendente --ya no sagrado-- a la existencia. Parece una profecía apocalíptica, pero lo cierto es que hoy en día la humanidad no solo es mucho más poderosa que nunca, sino más pacífica y cooperativa (pp. 201-203).

El Humanismo ha impedido que en un mundo sin Dios nos sintiéramos desamparados, despistados y deprimidos, sustituyendo los planes cósmicos de las religiones por experiencias individuales generadoras de sentido último (aunque no tengan vigencia más allá de una semana): en lugar de sistemas ajenos que nos digan qué sentir y esperar, debemos fiarnos de nuestros propios deseos y sentimientos. La premisa básica del Humanismo es: "Si hace que te sientas bien, hazlo" . Las pasiones y los sentimientos ya no se consideran vulgares o fugaces, sino la expresión instintiva de nuestra verdad más íntima (también la que más nos conviene en cada momento). Una visión desde nuestros sentimientos sobre cualquier cosa --la moral, la guerra, los Derechos Humanos, la política-- son la autoridad suprema a la hora de determinar nuestros actos y respuestas, pero también la naturaleza de las ficciones intersubjetivas que utilizamos en el día a día. Tras imponerse en todo Occidente, el Humanismo estableció que cada ser humano es un individuo único con una voz interior distintiva y una serie de experiencias irrepetibles. Y esto se aplica a todos los órdenes de la vida: en política significa que el votante siempre sabe lo que le conviene; en arte que la belleza está en los ojos del espectador ( Hume dixit) y en economía que el cliente siempre tiene la razón. Las decisiones libres de votantes, consumidores y clientes nos proporcionan todo el sentido que necesitamos para funcionar. Es así y es muy complicado argumentar en contra...

Sin embargo, la ciencia socava la principal fuente de legitimidad de los sentimientos individuales --su inviolabilidad e infalibilidad-- haciéndolos depender de reacciones en cadena de procesos bioquímicos. Y con eso desaparece nuestra noción de libre albedrío, de rasero válido para dotar de sentido al mundo y de verdad a nuestras decisiones. Cuando los accidentes aleatorios se combinan con procesos deterministas obtenemos resultados probabilistas, lo cual equivale a decir que no tenemos libertad para elegir ni decidir. Esa simple idea resquebraja de arriba abajo el edificio del Humanismo, nos confirma que no es una ideología eterna --como tampoco lo eran las religiones-- y que otro paradigma vendrá a sustituirlo. Ni nuestros sentimientos dan sentido al mundo ni decidimos a partir de una libertad individual inexpugnable. Resulta entonces que el Yo humanista es un relato intersubjetivo de la misma naturaleza falible que Dios, el Capitalismo, el Arte o la Política...


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