Revista Expatriados

Hong Kong y la democracia (1)

Por Tiburciosamsa
Hong Kong y la democracia (1)Esta era la bandera del Hong Kong britanicoEmpecemos con una ironía: Hong Kong goza ahora de más democracia de la que gozó durante la mayor parte del periodo de la dominación británica y sin embargo, sale a la calle para pedir más democracia. Sigamos con otra ironía: posiblemente Hong Kong estuviese mejor gobernado durante ese periodo antidemocrático que en la actualidad. Y es que en política nada es lo que parece.Los británicos se apoderaron de Hong Kong mediante el Tratado de Nanking de 1842, que puso fin a la primera Guerra del Opio. El Tratado establecía que el Imperio chino cedía a Gran Bretaña en perpetuidad la isla de Hong Kong, cuya extensión era de poco más de 70 kilómetros cuadrados. Podrá parecer poca cosa, pero para los comerciantes británicos fue un regalo del cielo: contar con un puerto soberano a dos pasos de China para utilizarlo como plataforma en su comercio con el Imperio Medio, sin tener que pasar por los funcionarios imperiales chinos. Las posesiones británicas aún se ampliarían más en 1860 con la Convención de Pekin, al término de la segunda Guerra del Opio. En ella adquirieron los 47 kilómetros de la península de Kowloon, al norte de la isla de Hong Kong. Hong Kong resultó ser tan exitoso que para finales del siglo XIX a los británicos ya se les había quedado pequeño. Dado que las potencias coloniales tenían un pacto tácito para no despiezar China (no era tanto por respeto a la soberanía china como por miedo a que otro se quedase con un pedazo más grande que el tuyo), ya no se trataba de montar otra guerra para extender la colonia. En 1898  Gran Bretaña firmó un convenio con China en virtud del cual ésta le cedía una serie de islas y tierras en torno a Hong Kong en alquiler gratuito por un periodo de 99 años. La extensión de estos territorios era de 952 kilómetros cuadrados. O sea que de un plumazo la extensión de Hong Kong se decuplicó. El negociador británico de este contrato leonino optó por darle una vigencia de 99 años por la simple razón de que un plazo de tiempo tan largo casi le pareció lo mismo que decir “a perpetuidad”. Lo mismo hubiera podido poner 200 o 1.000 años. Los chinos habrían firmado en todo caso y ambos asumían implícitamente que esos territorios serían “Santa Rita, Rita, Rita, lo que se da, no se quita”. Poco podían imaginarse ambas partes que, cuando el contrato expirase, Gran Bretaña ya no sería un imperio y China sería una potencia en ascenso, muy distinta del desfalleciente Imperio manchú que firmaba todo lo que le pusiesen delante.El régimen colonial de Hong Kong se rigió por las Cartas Patentes de 5 de abril de 1843, que centralizaban la autoridad en el gobernador y otorgaban a la nueva colonia un sistema parejo al que ya funcionaba en otras partes del Imperio británico. El gobernador era nombrado por la Corona y le asistían un Consejo Ejecutivo, para la acción de gobierno, y otro Legislativo, para el desarrollo legislativo. Ambos eran puramente asesores. La capacidad decisoria final correspondía únicamente al gobernador. Es más, ambos Consejos no tenían iniciativa por sí mismos, sino que debatían únicamente aquellas cuestiones que les sometía el gobernador. El gobernador también tenía autoridad para designar jueces, conceder perdones y cesar a funcionarios. Aunque el sistema no fuera democrático, no respetase la división de poderes y otorgase poderes casi autocráticos al gobernador, lo cierto es que funcionaba. Por mucha autoridad que tuviese el gobernador en Hong Kong, se sabía fiscalizado por Londres y era consciente de que tendría que rendir cuentas allí de cualesquiera abusos que cometiera. Por otra parte, sabía que se esperaba de él que garantizase la estabilidad de la colonia y que ésta tuviese una próspera vida comercial. Lo peor que un gobernador hubiese podido hacer era alienarse a los poderosos intereses económicos que había en la colonia. O sea que había toda una serie de controles legales y sociales que garantizaban que al gobernador no se le subieran sus poderes a la cabeza.  Entre 1942 y 1945 Hong Kong estuvo ocupado por los japoneses. Cuando los británicos lo recuperaron, estaban traumatizados. Ya no eran los conquistadores de antaño, si no unos boxeadores groguis que veían cómo el Imperio se les descomponía. Con la guerra civil china a dos pasos y el ascenso del comunismo, ya no parecía muy presentable un sistema que trataba a los hongkonitas como súbditos. En 1946 el gobernador Mark Young propuso la creación de un Consejo Municipal, cuyos miembros serían elegidos democráticamente y que tendría competencias en lo referido a los servicios públicos, la educación, el bienestar social y la planificación urbana. Young también propuso que se ampliase el número de representantes no-oficiales en el Consejo Legislativo y que fuesen elegidos por sufragio indirecto. Su sucesor, Alexander Grantham, arrastró los pies a propósito de la democratización. Ni él ni las élites británicas de la colonia sentían entusiasmo con unas transformaciones que harían que los chinos tuvieran más voz en el gobierno de la colonia. Además existía el temor de que el Consejo Municipal se viera infiltrado por miembros del Kuomintang y del Partido Comunista y que tuvieran en la colonia una repetición a pequeña escala de la guerra civil que azotaba al continente. Hay que reconocer que este último temor era menos exagerado de lo que pudiera parecer. Al final las reformas propuestas por Young no se ejecutaron y la Guerra de Corea vino a aparcar definitivamente toda idea de democratización. 

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