Hoy mi tierra huele a esencia de apocalipsis. Lo he olido durante 180 kilómetros. A humo de cenizas y brasas. Huele a palurdo del terruño. Le molesta la naturaleza rebelde libre y orgullosa. La doblega con lumbre asando su propio hábitat. Desbrozan con fuego para descubrir los lindes de las propiedades desaparecidas entre la espesa maleza tras años de abandono en el destierro de la emigración. Herramienta que sale gratis. Huele a hombre primitivo que ansía el terreno ‘limpio’ en el que ramoneen sus cabras y ovejas junto a los cabrones que prenden fuego para que así sea. Huele a delincuente, a mercenario a sueldo. A Pirómano. Huele al Guinness del incendiario. A soluciones a corto plazo, a medidas electoralistas. Huele a votos y a canallas. Huele a disculpa barata, año tras año. Huele a gobiernos cobardes. A pan para hoy y hambre para mañana. A gente ciega de futuro. Huele a cateto, a hipotenusa. A círculo vicioso. Huele a la fiesta macabra del fuego, imparable. Huele a hartazgo.
Huele a incomprensión: no entiendo cómo en Navarra o el País Vasco no hay incendios teniendo tanta masa forestal y mucho menos presupuesto para combatirlos. Ah, sí, lo he oído, “el monte es nuestro y, si queremos, lo quemamos”. Huele a la Galicia oscura y rancia.