Ayer, después de tomarme un vaso de horchata en el Mercado Central, y cuando iba a salir por la puerta que da a la parroquia de los Santos Juanes, me topé con una cara conocida: la del torero Tomás Sánchez, que tiene un puesto de pescado justo ahí. En la sección de cefalópodos. Estaba descargando de una furgoneta blanca una caja de congelados de la India, de la marca Maharajá. Me produjo cierto asombro la imagen. Y la escena. Hoy he vuelto. Y en su mostrador y con guantes estaba Tomás cortando tiras de sepia impecable. Un mostrador de pescadería, con sus canalillos y su aroma pegadizo. Y su balanza de peso. No es lo mismo hacerle tiras a una sepia que matar un toro. Pensé que este Tomás es de los más capaces y valientes que ha dado esta tierra en los últimos quince años. Tiene, físicamente, el aire de Julio Aparicio hijo. No es gitano. Toreando recordaba un poco al Padilla poderoso.
Uno de los libros de poesía más hermosos que he leído y releído en mi vida lleva por nombre "Ossi di sepia". Huesos de sepia. De Eugenio Montale, italiano y genovés, del segundo tercio del siglo XX. Melancólico, severo, sonoro. Amargo como el hueso de los cefalópodos, escondido y punzante, traicionero. Es decir, que no hay una sola manera de ser mediterráneo ni una sola manera de valerse de las sepias como excusa o motivo.
Reflexión de Barquerito, tras una tarde fallera, una más de las tantas en las que había espacio para tres pegapases pero no para Tomás Sánchez, torero.