Revista Sociedad
Hugo Grocio, un latrocinio y el nacimiento del Derecho Internacional Público
Publicado el 19 octubre 2011 por TiburciosamsaA los holandeses se les llena la boca contando cómo el Derecho Internacional Público fue inventado por su compatriota Hugo Grocio en el siglo XVII. Lo que no cuentan es que Grocio no inventó nada, que el Derecho Internacional Público ya lo había inventado el español Padre Francisco de Vitoria en el siglo XVI. Tampoco cuentan que más que un tratadista especializado en derecho, Hugo Grocio fue un relaciones públicas que reinventó el Derecho Internacional Público para justificar el secuestro y saqueo por los piratas holandeses de un pacífico buque mercante portugués.
A finales del siglo XVI los rebeldes holandeses comenzaron a enviar expediciones navales a Asia. Los objetivos eran dobles. Por un lado había un objetivo financiero: introducirse en el comercio de Oriente por las buenas o por las malas y recabar fondos para las maltrechas arcas holandesas. Por otro había un objetivo político y estratégico: tocarle las narices a la corona española. Incidentalmente eso implicaba también tocarle las narices al Estado da India portugués, dado que la corona lusitana estaba unida a la hispana desde 1580.
El 23 de abril de 1601 el almirante holandés Jacob van Heemskerk zarpó de Amsterdam al mando de ocho buques pertenecientes a la Compañía de las Indias Orientales (VOC). En diciembre de ese año llegó a Aceh en Sumatra. Los meses siguientes los pasó negociando por las islas de la actual Indonesia con pobres resultados. Durante estas travesías se enteró de que las autoridades portuguesas de Macao habían colgado recientemente a 17 marinos holandeses. La indignación que la noticia le produjo les fue muy provechosa a van Heemskerk y a sus panegiristas posteriores: serviría para justificar cualquier cosa que hiciera a continuación. En diciembre de 1602 van Heemskerk decidió apostarse junto a los estrechos de Malaca para esperar a los navíos portugueses que viniesen de Macao.
A primera hora de la mañana del 25 de febrero de 1603, la espera dio su fruto. Los holandeses divisaron una carraca portuguesa de 1.400 toneladas, la “Santa Catarina”, que viajaba sola. Dos navíos holandeses iniciaron la persecución. Durante el intercambio de fuego que siguió, la “Santa Catarina” llevó las de perder. Era un buque menos maniobrero que los holandeses y con menor potencia de fuego. Los soldados a bordo además se veían entorpecidos para combatir por los más de 100 no combatientes,- básicamente mujeres y niños-, que había en el barco. Al atardecer, la “Santa Catarina” hacía aguas y se había vuelto ingobernable. Su capitán capituló y llegó a un acuerdo con los holandeses: a cambio del barco y su valioso cargamento, los holandeses respetarían las vidas de los que iban a bordo y les ayudarían a llegar a Malaca, lo que efectivamente hicieron.
Van Heemskerk regresó a Holanda con su presa en abril de 1604. Fue recibido con gran entusiasmo, comprensible si pensamos el botín que traía: 1.200 balas de seda cruda china; baúles llenos de damasco cromado, gran cantidad de hilo de oro; telas tejidas con hilo de oro; ropas, juegos de cama en seda; ropas de algodón y lino, 60 toneladas de porcelana de todo tipo, azúcar, especias, almizcle, camas, cajas, 70 toneladas de oro y un trono real con piedras preciosas incrustadas.
La mercadería fue subastada y vendida con un beneficio de 3 millones de florines. Para poner esa suma en perspectiva: representaba más del doble de todos los ingresos anuales de la Corona inglesa y representaba la mitad del capital de la VOC que había sido creada dos años antes. El único pero fue que algunos se preguntaron si esas ganancias habían sido lícitas o si se había tratado de un simple acto de piratería.
De hecho, se mirase como se mirase, el apresamiento de la “Santa Catarina” olía a latrocinio que apestaba. Para empezar, los holandeses eran rebeldes a su soberano legítimo, con lo que el apresamiento de la “Santa Catarina” era equiparable a que el mayordomo de El Escorial le hubiera robado a Felipe III un cenicero de plata. De hecho, cuando en 1609 España firmó la Tregua de los Doce Años con los holandeses, Enrique IV de Francia, que veía en ellos a aliados potenciales contra la Corona de España, comentó que podían ser libres, pero que no eran todavía soberanos.
Cuando dos estados estaban en guerra en el siglo XVII era habitual que los soberanos dieran patentes de corsos a capitanes individuales para que se dedicaran a lo que no era más que piratería institucionalizada. Es dudoso que una patente de corso emitida por el Almirantazgo holandés hubiera sido legítima, por la razón aducida de que Holanda no era un país soberano. Pero incluso si lo hubiera sido, resulta que cuando Van Heemskerk zarpó de Amsterdam sus instrucciones eran que se dedicase al comercio y sólo recurriese al uso de la fuerza en caso de legítima defensa. El apresamiento de la “Santa Catarina” había sido un robo premeditado, imposible de calificar como legítima defensa: Van Heemskerk había estado al acecho durante varias semanas. Por esto, los defensores de Van Heemskerk mencionan tanto lo de la indignación que le produjo la ejecución de los 17 marinos holandeses. Vale, le dio un calentón, que le llevó a robar un barco cargado de riquezas. No sé como que no me convence.
En condiciones normales a los holandeses se la hubiera sudado que les llamaran ladrones. Pero aquéllas no eran condiciones normales. Estaban en guerra contra su soberano y andaban buscando el reconocimiento internacional. Inglaterra y Francia, sus aliados potenciales, se encontraban en esos momentos en paz con España. Lo último que les interesaba era que la comunidad internacional pensase que eran una panda de chorizos. Había que hacer un ejercicio de relaciones públicas y ahí es donde entra Hugo Grocio.
Hugo Grocio tenía entonces 21 años. Había estudiado retórica, filología y filosofía y también había hecho estudios de los otros, de los que te dan de comer, y se había doctorado en Derecho Civil y Canónico por la Universidad de Orleans. Hasta entonces no había publicado ninguna obra teórica sobre Derecho, pero estaba bien conectado, que es mucho más importante.
La VOC debió de decirle: “Ya sabemos que somos unos cabronazos, pero tú escribe que somos muy buenos chicos.” Le proporcionaron las dos cosas que necesita todo buen abogado: papeles para defender el caso y dinero para motivarle. Grocio cogió unos y otro y escribió un tratado que tituló provisionalmente “De Indis” (“Sobre las Indias”), cuyas ideas incorporó posteriormente a su gran obra “Mare Liberum” (“El Mar Libre”), que publicó en 1609. ¡Qué tiempos más duros eran aquéllos para los relaciones públicas! Currarse todo un pedazo de tratado, cuando hoy en día habría bastado con un comunicado de prensa y una entrevista en la CNN.
Hugo Grocio aplicó los principios que aplican los buenos abogados cuando se encuentran con un caso complicado: ser audaces y agresivos. A ver, ¿qué hacía esa anciana entorpeciendo el tráfico en el paso de cebra cuando el pobrecito Ferrari iba a 120 por hora? ¡Y luego nos quejaremos de que el tráfico está imposible! ¡Mucha anciana desaprensiva es lo que hay!
Hugo Grocio defendió que el mar es un territorio internacional y que, por consiguiente, los portugueses no podían arrogarse derechos comerciales exclusivos. Grocio argumentó que los portugueses habían emprendido una campaña sistemática para expulsar a los holandeses del comercio en Asia, por lo que la captura de la Santa Catarina se había producido en el contexto de una guerra justa. Asimismo defendió que existe un derecho natural en virtud del cual todas las naciones tienen libertad para navegar y comerciar e incluso yendo más allá, Grocio reconoció ese derecho a una compañía comercial igual que si fuese un soberano. O sea, que la V.O.C. no sólo no era una ladrona, sino que era una noble paladina del Derecho Natural.
La ironía de todo esto es que al cabo de muy pocos años la V.O.C. estaría defendiendo a muerte su monopolio sobre las especias de las Molucas y tratando de impedir a los británicos que comerciasen con las Indias, o sea, lo mismo que los portugueses habían hecho con ellos años antes y que Grocio había dicho que justificaba que se les atacase.
Habrá quien siga diciendo que Grocio inventó el Derecho Internacional Público. Para mí lo que hizo fue servirle de inspiración a La Fontaine cuando escribió la Fábula del Cordero y el Lobo, cuya moraleja es que justo y legítimo es aquello que el que tiene la sartén por el mango declara que es justo y legítimo.