Revista Cultura y Ocio

Ian Curtis: 35 años después, una leyenda eterna

Publicado el 21 mayo 2015 por Martaserrano @Uni_Actualidad

Si hay algo que caracterizaba a Ian Curtis era su indecisión, su paso hacia atrás en lo personal, su pasos (en plural) hacia adelante en lo profesional. Murió como él quiso, a los 23 años, en su casa situada en Barton Street, el número 77. Maldito o no, esta cifra quedó grabada en la memoria de todos los que encontraron en Joy Division una nueva forma de entender el mundo de posguerra más allá del amor de propaganda de los hippies.

Su suicidio, como en muchos otros casos más, supuso el inicio de una nueva leyenda… Una leyenda que, de por sí, ya existía por el giro revolucionario que impuso en la música punk de los 70. Más bien post-punk, rozando lo que a raíz de su muerte se convertiría en rock gótico, en Joy Division era todo peculiar, comenzando con su nombre que deriva del grupo de prostitutas y esclavas sexuales que tenían los nazis en los campos de concentración. Desde luego

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el nombre que adoptaron podía dar lugar a equivocaciones y en ocasiones fueron acusados de neonazis pero está claro que tenía más gancho que el primer nombre que utilizaron como grupo: Warsaw, que procede de el título de una canción de David Bowie ‘Warszawa’ (Low, 1977) a quien el pequeño Ian (y es que saber que con 23 años ya tenía la vida hecha parece casi imposible) adoraba e idealizaba como el Duque Blanco se merece.

Warsaw eran Peter Hook, Bernard Sumner y Terry Mason (más tarde le sustituye Stephen Morris a la batería). Ian vino después, justo cuando se encontraron en un concierto de los Sex Pistols en Manchester en 1976. Éstos eran amigos de la infancia pero necesitaban un vocalista que hiciera más amigable su sonido estrecho, así que cogieron a un tipo de las mismas características que medía 1,83, tenía 19 años y usaba siempre una parka color caqui con la palabra ‘HATE’ escrita en la espalda. De nuevo las apariencias engañan, y ese chico amante de la música de Iggy Pop que le llevó a la muerte un 18 de mayo de 1980 mientras escuchaba ‘The Idiot’ se había enamorado y trabajaba en una agencia que buscaba trabajo en los alrededores de Manchester. También le encantaba pasar las horas leyendo poesía, sumergirse en La Metamorfosis de Kafka y encontrar el sentido de los escritos de Hermann Hesse y William Burroughs… todo ello con un porro en la mano. Se dice que el consumo de sustancias tóxicas y drogas durante su etapa adolescente y más tarde en las giras con Joy Division fueron las causantes de los ataques epilépticos que padeció y que al principio eran confundidos con su puesta en escena… Y es que tener el placer de ver a Ian Curtis disfrutando de la música como no lo ha hecho otro artista no tiene precio. Los médicos nunca supieron la causa de estos ataques pero él encontró su solución de una forma que todos sabemos.

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Tenía depresión y su única vía de escape era trasladar todas sus preocupaciones a sus letras, de las que el significado de Love Will Tear Us Apart no se tuvo en cuenta hasta que no se grabó a relieve en la lápida del vocalista. Oscuras, siniestras y solemnes son algunos de los calificativos que acogen las pistas que componen ‘Unknown Pleasures’, que con el tiempo ha ganado confianza por los interesados en entender a Curtis y su sonido. Quería expresar su mundo interior, la incomprensión por los demás, la incapacidad de expresarse y, sobre todo, la personalidad autodestructiva que lo tenía todo y no quería nada. No está claro quién fue el amor de su vida pero desde luego a su esposa, Deborah (que ha llevado su vida a páginas impresas en Touching from a Distance, adaptada más tarde por el director belga Anton Corbijn en Control (2007).

La rapidez con la que formaron una familia tras casarse a los 19 años es la misma que la que emprendió el cantante para abandonarla por completo, para mentir y enamorarse de Annik Honoré. “Mi matrimonio fue un error”, llega a decir en la película que hemos nombrado. No parece haber tenido mucho interés por su única hija Natalie, que veía a su madre constantemente llorando y a su padre en contadas ocasiones. Ian no expresaba lo que sentía excepto si tenía un lápiz y un papel. En estos momentos escribió memorables temas como She’s lost control o Atmosphere que más tarde llevaría a las tablas de los escenarios con bruscos movimientos y una voz que le echaba años encima. La soberbia la llevaba de serie. Uno de los grandes poetas barítonos del siglo XX, al igual que Jim Morrison, con el que también comparte desgraciado final aunque este unos años más tarde, concretamente cuatro, entrando en el famoso grupo de los 27 del que destacan Janis Joplin o Amy Winehouse (tirando de féminas ya que el documental de Amy se acaba de estrenar en Cannes).

Al igual que estas dos grandes figuras, Curtis teñía sus letras de fuertes matices suicidas y obsesivos con la muerte. Parece curioso que hace un tiempo me comentaba un amigo músico que el buen rollo en el grupo no solo se queda en las risas sino también en los llantos. En Joy Division no fue así. La personalidad de sus integrantes no dejaba espacio, paradójicamente, al aspecto personal de los mismos. Nunca se preguntaron qué se les pasaba por la cabeza y quizá esa incomprensión incluso en su círculo más cercano se trasladó a un final de esas características. Es, quizá, lo más interesante de Control, que recordamos al “celebrar” el 35 aniversario de su desaparición. Su lado más personal, más íntimo. Sus momentos de tristeza y reflexión, sus momentos de euforia y depresión. De pocas palabras, Ian Curtis nos deja el sabor agridulce de un personaje enigmático envuelto en el blanco y negro que nos presenta Corbijn en todo su metraje, fiel reflejo del ambiente del Manchester de finales de los 70, un territorio apoderado como muchos otros de la gran influencia pesimista de postguerra.

Control
Prácticamente todos los países que conforman el mundo habían perdido de alguna manera gran parte de su identidad, no solo física sino también personal. Los movimientos contraculturales surgidos en la década de los sesenta marcada por diferentes acontecimientos como el nacimiento de la banda más grande de todos los tiempos The Beatles, la dichosa Guerra de Vietnam que desembocó en el famoso Summer Of Love donde las gafas redondas y el pelo largo eran la mejor seña de identidad, terminaron en el festival más recordado de esta época y del mundo, Woodstock (1969). Este optimismo hippie surgido en EEUU como respuesta a la intervención norteamericana en la Guerra que finalizó en 1975, un conflicto psicológico que Stanley Kubrick y Francis Ford Coppola nos han mostrado en La chaqueta metálica y Apocalypse Now, respectivamente; no era fácil de extender en un país frío y gris como es Inglaterra. Allí se pretendía terminar con la violencia con la violencia. Los Sex Pistols gritaban a los cuatro vientos una nueva versión de God Save The Queen con imperdibles hasta en las orejas y el pelo de punta. El descontento general de los jóvenes nacidos en la post-guerra se presentóde forma abrupta y visible, se encaró al optimismo hippie y decidió terminar una época en la que cantar a la libertad se hacía en agudos. Pasamos a los incontenibles gritos de Johnny Rotten y los futuros Joy Division estaban ahí para beber de sus satánicas y más que expresivas letras que han llegado impecables a la actualidad. Una utopía que por aquel entonces no se veía como tal, ya que no cambió la situación de las cosas en su totalidad pero supuso un paso que dejó huella en la historia de la música y la cultura mundial.

Ian Curtis, al igual que Sid Vicious, perdió el control. Así es como como la protagonista de su canción, que se enteró de su muerte por un ataque epiléptico, produjo en él una mayor desconfianza que quebró por completo su figura. Le asustó y le marcó tanto que temía que su propia muerte fuera provocada por la epilepsia y no por el descontrol de su vida amorosa que le influenció más que su ídolo Bowie.

Por todas estas razones, el bicolor de la película de Corbijn inmortaliza de alguna manera ese ambiente que todos quisimos vivir y pocos pudieron salir sin consecuencias catastróficas, acompañado con la canción perfecta en el momento perfecto. Joy Division pasó a llamarse New Order. Podría decirse que de esta manera se cae el mito de que las grandes bandas terminan con la desaparición de sus fundadores. Ian Curtis no inauguró una nueva formación musical, fue más allá, convirtiendo en arte la desesperación y en leyenda la insatisfacción emocional cuando lo tenía todo menos el ingrediente esencial: la felicidad.

We’ll share a drink and step outside
An angry voice and one who cried
“We’ll give you everything and more
The strain’s too much, can’t take much more”
Oh, I’ve walked on water, run through fire
Can’t seem to feel it anymore
It was me, waiting for me
Hoping for something more
Me, seeing me this time
Hoping for something else

Joy Division- New Dawn Fades

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