Revista Cultura y Ocio

Ignacio de Luzán .- Leandro y Hero

Publicado el 03 abril 2018 por Biblioteca Virtual Hispanica @BVHispanica
Musa, tú que conoces 
los yerros, los delirios, 
los bienes y los males 
de los amantes finos, 
dime quién fue Leandro, 
qué dios o qué maligno 
astro en las fieras ondas 
cortó a su vida el hilo. 
Leandro, a quien mil veces 
los duros ejercicios 
del estadio ciñeron 
de rosas y de mirtos. 
ya en la robusta lucha, 
ya con el fuerte disco, 
ya corriendo o nadando 
diestro, gallardo, invicto, 
amaba a Hero divina, 
bellísimo prodigio 
sobre cuantas bellezas 
Sesto admiró y Abido. 
Negro el cabello, ufano 
de naturales rizos, 
realzaba del cuello 
los cándidos armiños…
Vióla Leandro un día 
en los cultos festivos 
que a Venus tributaban 
se Sesto los vecinos. 
(Que era sacerdotisa 
del templo y sacrificio, 
y aun emulaba en todo 
al sacro numen ciprio.) 
Vióla el gran concurso 
de los solemnes ritos 
brillar, único asombro: 
vióla, y quedó perdido. 
Y a la deidad del templo, 
con el nuevo, excesivo 
ardor que le abrasaba, 
frenético le dijo: 
”Gran diosa de Citera, 
de Pafos y de Gnido, 
esta mortal belleza 
es tu traslado vivo. 
Perdona, pues, si a ella 
tus mismos cultos rindo 
y si un traslado adoro 
equívoco contigo.“
Oyó Venus sus voces, 
oyólas el dios niño, 
y decretaron ambos 
venganzas y castigos. 
¿Tanto el enojo puede 
en animos divinos? 
¿Un lenguaje del alma 
ha de ser un delito? 
Dígame el que conozca 
a Venus y a Cupido 
si es más cruel la madre 
o es más cruel el hijo. 
Qué sé yo: cruel la madre, 
crüel y vengativo 
es el hijo, que ejerce 
tiránicos caprichos. 
Miró tierno Leandro, 
habló amante, instó fino, 
ya mudo, ya elocuente, 
con ojos y suspiros. 
Oyóle Hero con pecho 
ya tímido, ya esquivo, 
mas poco a poco un fuego 
la entró por los sentidos: 
un fuego que es veneno, 
un fuego que es martirio; 
si es martirio y veneno, 
¿Cómo es apetecido?
De una torre en la playa 
el murado recinto 
de esta sacerdotisa 
era albergue y retiro. 
Allí, cautos, sus padres 
del concurso y bullicio 
este bello tesoro 
guardaban escondido. 
Mas contra amor, ¿qué muro 
será seguro asilo 
si todo lo penetran 
sus vencedores tiros? 
Leandro enamorado, 
resuelto y atrevido, 
los rellanos allana, 
desprecia los peligros. 
Pasar nadando ofrece 
del uno al otro sitio, 
prometiendo himeneos 
nocturnos y furtivos…
El joven en la playa, 
arrojando el vestido, 
a las ondas entrega 
con intrépido brío, 
y alternando de brazos 
y pies el ejercicio, 
ágil y diestro rompe 
el ímpetu marino…
Fuese el favor del numen 
o fuese el norte fijo 
del farol, que ya cerca 
vio arder con grato auspicio, 
o fuese amor, que suele 
con prósperos principios 
atraer los amantes 
a infaustos precipicios, 
Cobrando nuevo aliento 
a esfuerzos repetidos, 
afierra de la arena 
el suelo movedizo. 
Allí a guardarle sola 
su fina esposa vino, 
y al verle tiembla toda 
de susto y regocijo. 
”Ven, esposo - le dice -, 
llega a los brazos míos; 
para exponerte tanto, 
¿cómo ha de haber motivo? 
Amor venció tan duro 
insólito camino. 
¿Cómo vienes? ¿Qué numen 
tu conductor ha sido?“
Así diciendo, enjuga 
los restos del rocío 
salobre que del cuerpo 
corrían hilo a hilo, 
y a la torre le guía, 
aliviando el prolijo 
afán con oficiosos 
brazos entretejidos. 
Entretanto Himeneo, 
volando en torno, el vivo 
sagrado fuego enciende 
de sus nupciales pinos. 
Pero antes que saliese 
el astro matutino, 
ya volvía Leandro 
a su confín nativo. 
Así todas las noches 
por el silencio amigo 
iba nadando a Sesto, 
centro de sus cariños…
En fin, salió una aurora 
con ceño y desaliño; 
siguióse triste día 
en tenebroso Olimpo. 
La noche añadió horrores, 
y para más cumplirlos 
dio licencia a los vientos 
Éolo, su caudillo…
Leandro, en tanto, triste, 
anhelaba ver tranquilo 
el mar, y ya calmados 
los vientos enemigos. 
Pero al fin, impaciente, 
cediendo a su destino, 
fuese a la playa, y de esta 
manera habló consigo: 
”Corazón, ¿qué te espanta? 
¿Qué importará que, tibios, 
huyamos de una muerte 
si de otra morimos?“
Dijo, y de su arrestado 
amante desvarío 
impelido, se arroja 
al mar embravecido. 
Y a pesar de su furia, 
contra los torbellinos 
lucha con fuerte brazo 
por no poco distrito. 
Pero ya se redoblan 
del Aquilón los silbos, 
levanta el mar sus olas, 
aumenta sus bramidos. 
¡Ay, mísero Leandro, 
ya con dolor te miro 
contiguo a las estrellas 
y al Tártaro contiguo! 
Agotadas las fuerzas, 
sin aliento, sin tino, 
y del farol amado 
el claro norte extinto, 
viendo por todas partes 
presente a los sentidos 
de la pálida muerte 
el bárbaro cuchillo, 
a las ondas se vuelve 
trémulo y semivivo, 
hallar piedad pensando 
donde nunca la ha habido: 
”Ondas, si darme muerte 
es decreto preciso, 
no a la ida, a la vuelta 
matadme a vuestro arbitrio.”
Las crueles ondas niegan 
al ruego oídos 
y le sepultan dentro 
de su profundo abismo. 
Entonces, exhalando 
el último suspiro, 
tres veces a Hero llama 
con lamentable grito…

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