Hoy día es posible disfrutar de la ópera en directo a un precio bastante asequible. Hablo de Madrid y más concretamente del Teatro Real. Para conseguir esas entradas hay que estar muy pendiente "de horarios y fechas en el calendario", aparte de hacer un esfuerzo, yendo a la taquilla a horas poco usuales para esos menesteres.
Hace unos cuantos años esto no era así. Para mí fue una alegría enorme poder permitirme una plaza en la Ópera de Viena (la Staatsoper), allá por 2002. Una tarde me pasé por el teatro y vi que se vendían tickets de última hora para quienes quisieran asistir a la función de pie. ¿De pie? ¡Qué demonios, es El barbero de Sevilla!, pensé, ¡por ese precio me atrevo a verla incluso haciendo el pino!
Aquello fue más cómodo de lo que imaginaba y pude disfrutar de la obra desde una posición centrada y a nivel del escenario. La había escuchado varias veces en CD y algunos de sus pasajes han sido siempre de mis favoritos. Es sorprendente que Rossini la compusiera y ensayase, no sin contratiempos, en tan sólo mes y medio, y a contrarreloj, pues la temporada de ópera en Roma tenía que acabar con el último día del Carnaval.
Lo cierto es que el estreno -con caídas de algunos cantantes, la rotura de una cuerda de la guitarra del tenor y la intervención de un gato negro que cruzó el escenario de un lado a otro- fue un fracaso estrepitoso. Pero su autor tuvo los reflejos suficientes como para hacer algunos cambios en la partitura y, por suerte, la siguiente función fue un éxito. Aunque Rossini era muy criticado por ser demasiado moderno y atrevido, aparte de por su juventud, para algunos insultante, muchos le reconocieron su genialidad y el Barbero ha quedado para la posteridad.
El propio Gioachino Rossini también pasó a ella junto al hecho curioso de que en los últimos 40 años de su vida no volviera a componer ninguna ópera más. Hoy se conmemoran los 220 años de su nacimiento.