Revista Sociedad

India sin ataduras (2)

Publicado el 06 noviembre 2013 por Tiburciosamsa

La descripción que hace Das de las políticas económicas de Indira es devastadora:más controles”, “burocrática y autoritaria”, “nacionalizó bancos, desanimó la inversión extranjera y puso más trabas a las empresas nacionales”.Rakesh Mohan del Consejo Nacional de Investigación Económica Aplicada, ha estimado que las políticas de Indira Gandhi supusieron que la economía dejase de crecer cada año un 1,3%. Sin ellas, la renta per cápita en 1990 habría sido un 80% más elevada, 550 dólares en lugar de 300. Las políticas de Gandhi hicieron que se invirtiese excesivamente en industrias pesadas del sector público, mientras que las empresas del sector privado se veían trabadas por el exceso de regulación. Y ya, para colmo, se descuidaron las infraestructuras en buena medida porque su construcción no siguió las fuerzas del mercado, sino los caprichos de los políticos y los burócratas que decidían en cada momento qué había que construir.
La India salió perdiendo por los efectos de esas políticas, pero hubo tres sectores que salieron beneficiados. El primero fue el de los burócratas que se encontraron con que disponían de un poder amplísimo para decidir sobre qué producir, a quién subvencionar, a quién otorgar licencias, qué precios fijar… En fin, la madre de todas las corruptelas. El segundo fue el de los políticos que vieron que podían influir para que se ejecutasen proyectos que les proporcionasen votos, con independencia de si eran rentables y racionales desde un punto de vista económico. El tercero fueron los sindicatos, que vieron cómo su poder crecía porque ningún político quería alienarse los votos de los trabajadores. Das describe la situación creada de esta manera: “Los sindicatos querían que se contratase a más trabajadores y los trabajadores que había querían trabajar menos. Esto convenía a los políticos, ya que significaba que podían crear empleo y satisfacer a los votantes. Según la ley, nadie podía despedir a un trabajador por no trabajar. A medida que la ética laboral declinaba, la productividad se hundía.”
Un ejemplo que parece sacado de un monólogo de Gila de adónde llevaban tanto burocratismo e interferencias políticas y sindicales lo ofrece el caso de Haldia, una empresa estatal de fertilizantes. Haldia empleaba a miles de empleados. Una pequeña ciudad creció en torno a la fábrica con viviendas para los obreros y los directivos. Había una escuela, un dispensario y un economato subvencionado. Los obreros iban a la fábrica cada día y los operarios garantizaban que las máquinas estuviesen limpias y engrasadas. Se cobraban horas extras y bonificaciones a fin de año. Todo era tan bonito que tenía que haber un “pero” por alguna parte. Lo había: la fábrica nunca produjo ni un solo kilo de fertilizante. Poco después de haberla terminado, se dieron cuenta de que económicamente era inviable. Cerrarla era imposible por motivos políticos y además la ley lo impedía. En resumen, que la mejor opción y la más barata era mantener la fábrica abierta y sin producir.
Económicamente la India se había metido en un callejón sin salida y entonces llegó lo que Das denomina “El verano dorado de 1991”. Las elecciones de 1991 dieron la mayoría absoluta al Partido del Congreso gracias a la oleada de simpatía generada por el asesinato durante la campaña de su candidato Rajiv Gandhi. El Partido escogió a Narasimha Rao para sustituirlo porque era septuagenario, hablaba poco y era aburrido, cualidades que a veces ayudan para alcanzar el poder.
Rao se encontró con que su herencia estaba envenenada. Desde mediados de los ochenta el gobierno de Rajiv Gandhi se había endeudado a corto plazo y había derrochado el dinero. Con la primera Guerra del Golfo el petróleo se había encarecido y la India de pronto no tenía suficientes reservas para comprar energía y casi ni para comprar caramelos. Los indios de la diáspora habían comenzado a sacar sus capitales del país y estamos hablando de 20 millones de personas a las que en general la vida les ha ido muy bien.
Rao nombró a Manmohan Singh Ministro de Finanzas y se puso inmediatamente manos a la obra. Devaluó la rupia un 20%. Abolió los subsidios a la exportación, lo que forzó a los productores a ser más eficientes y de paso redujo el déficit público un 0,4%, Las licencias de importación que habían sido una fuente de corruptelas e ineficiencia monstruosas, fueron abolidas de un plumazo. Amplios sectores de la economía se abrieron al capital extranjero.
Los resultados de las reformas fueron abrumadores. El déficit fiscal pasó en dos años del 8,4% del PIB al 5,7%. Las reservas en divisas se multiplicaron por veinte en poco tiempo, pasando de los 1.000 millones de dólares a los 20.000 millones. La inflación en dos años pasó del 13% al 6%. La inversión extranjera creció en un quinquenio de 150 millones de dólares a 3.000 millones.
Das resalta que todos estos éxitos no habían sido planificados. Rao simplemente había reaccionado como había podido a una mala situación y a la presión del FMI y del Banco Mundial. Esto hizo que, cuando la crisis hubo pasado, el impulso reformista se frenase. Entre los deberes que quedaron por hacer están la privatización del sector público, la reforma laboral para facilitar los despidos, la introducción de una ley de quiebras, la apertura de sectores como la agricultura o los seguros al capital extranjero, la abolición de algunos subsidios… Das cree que se falló en venderle las reformas a la gente, algo que habría ayudado para derrotar a los intereses creados vinculados al viejo sistema. El problema fue que Rao no era un Deng Xiaoping o un Vaclav Havel, le faltaba una plena convicción en las reformas que había emprendido. Tampoco supo crear una vasta coalición que hubiese apoyado las reformas.
El libro, escrito en 2000, termina con la visión esplendorosa de una India que se salta la fase de la industrialización y pasa directamente de ser una economía de base agrícola a una economía del conocimiento y donde la clase media se impone. El libro concluye con una nota de optimismo desaforado: “La nueva India es cada vez más una India de competencia y descentralización. Y ahora, gracias a nuestro capital intelectual y a las oportunidades abiertas por la tecnología y la globalización, se nos presenta la perspectiva muy real de derrotar la pobreza que ha caracterizado la vida de la mayoría de la gente. Tenemos buenas razones para esperar que la vida de la mayoría de los indios en el siglo XXI sea más libre y más próspera que la de sus padres y abuelos. Nunca antes en la Historia tanta gente ha estado en posición para crecer tan rápidamente.”
Mi libro tiene un postfacio escrito en enero de 2007, justo seis meses antes de que estallara la crisis financiera, y en él Das ya toca el cielo. Entre 2002 y 2006 la economía india creció a razón de un 8% anual y “es ya una de las más fuertes del mundo”. Das entrevé en el horizonte una India en la que la mayoría de la población será acomodada y menciona que la tasa de crecimiento demográfico en 1998 había bajado al 1,7% (nota para matemáticos escépticos: eso significa que para un país de casi 1.000 millones de habitantes, ese año la población creció en 16 millones de personas, vamos el equivalente a unos Países Bajos o a dos Austrias). Y ya puestos a soñar “si nuestra economía sigue creciendo a este ritmo durante las siguientes dos a tres décadas- y no hay razones por las que no debiera-, entonces amplias partes de la India serían de clase media para el primer cuarto de siglo.” Ve a la India en 2025 representando el 13% del PIB mundial y siendo la tercera economía del planeta y señala que una de sus fortalezas será que una buena parte de los menores de quince años del planeta serán indios, lo cual (esto no lo dice él) es genial cuando esos niños nacen en un hogar de clase media y tienen acceso a la educación, pero resulta bastante menos genial cuando nacen desnutridos en una chabola.
Y lo mejor de todo es que la India no ha copiado a nadie, sino que ha seguido un modelo de crecimiento único. Nada de imitar al resto de los asiáticos, la India se ha basado en su mercado interno, más que en las exportaciones, en el consumo más que en las inversiones, en los servicios más que en la industria, en la alta tecnología más que en la mano de obra no cualificada. Además, ha crecido sin la ayuda del Estado, es más, a pesar del Estado. Todo ha sido obra de los empresarios privados. Y mientras lo dice, le pega un viaje al modelo chino, donde el protagonismo ha sido del Estado.
En un momento dado Das baja un poco a la tierra y reflexiona sobre las trabas que pueda encontrarse este crecimiento formidable y al final de todas ellas está el dichoso Estado. El Estado que no proporciona electricidad barata, que no reforma la legislación laboral, que envuelve todo en una burocracia pesada y disfuncional, que no ha conseguido crear un sistema de educación pública decente… Pero enseguida vuelve a las alturas y termina diciendo que el primer cuarto del siglo XXI se recordará ante todo por el ascenso de China e India.
Me gustaría saber qué tipo de postfacio habría escrito Das en 2013. El crecimiento ya no está en torno al 8%, sino que va acercándose al 5% y bajando. El socialismo nehruviano ha resurgido de sus cenizas. Las carencias en infraestructuras son cada día más clamorosas. El crecimiento demográfico es una bomba de relojería, agravada por el hecho de que quienes más se reproducen son precisamente los que menos dineros tienen para criar niños. La economía no consigue crear suficientes empleos para absorber a los que entran cada año en el mercado laboral. La deuda india tiene una calificación sólo un grado por encima del bono basura (bueno, no es que las agencias calificadoras se hayan caracterizado por su presciencia en lo que llevamos de siglo). Y no sigo.
Reconozco que el libro de Das me ha irritado en ocasiones con su optimismo neoliberal reduccionista y desplazado: lo único que hace falta para que las cosas funcionen bien es que el Estado desrregule y deje a los empresarios que son los que saben. La posibilidad de que el crecimiento económico vaya acompañado de un aumento en la desigualdad social no se le pasa por la cabeza. También me hace gracia su visión puramente economicista del ser humano: parece pensar que si todos gozásemos de libertad para realizarnos, lo primero que haríamos sería fundar una empresa para enriquecernos. Quiero pensar que realizarnos como personas es mucho más que montar un chiringuito para hacer dinero. La vida está para otras cosas, algunas valiosas y otras menos, como leer al señor Das.

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