Revista Cine

Infierno Hollywood – Barton Fink (Joel Coen, 1991)

Publicado el 02 noviembre 2015 por 39escalones

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Brillante y sarcástica, surrealista y tenebrosa, mordaz y descacharrante, tan crítica e irreverente con el Hollywood dorado como perdidamente enamorada de él, Barton Fink (1991) es otra de las joyas cinematográficas de ese par de hermanos llamados Joel y Ethan Coen: todo en la película respira cine, en el fondo y en la forma; su argumento late al ritmo de una impagable galería de personajes surgidos de su excéntrica y sugerente factoría creativa.

La acción transcurre en 1941. Barton Fink (John Turturro, premiado en Cannes por su interpretación), la nueva promesa del teatro americano, un autor que busca conectar el teatro con la realidad social de América, es contratado después de las excelentes críticas de su última obra neoyorquina para escribir películas en los estudios Capitol, dirigidos por el magnate Jack Lipnick (Michael Lerner, nominado al Óscar a la mejor interpretación de reparto), hombre enérgico, priosionero de su hiperactividad tanto como de su verborrea y su retórica. Recién aterrizado en Hollywood, se aloja en el hotel Earle, un edificio antiguo y decadente que lo mantiene alejado de los lujos y las tentaciones de la vida social del cine y en el que espera encontrar la concentración necesaria para trabajar. El poco interesante panorama laboral (el objeto de su contrato es la escritura de películas del subgénero de lucha libre para el actor Wallace Beery) y su desencanto vital (no tardamos en descubrir que es un hombre volcado en su profesión, esto es, apartado de las mujeres y con las únicas amistades que le procura su actividad teatral) le provocan un bloqueo creativo y una agobiante soledad sólo rota por las efusiones románticas de sus vecinos de habitación, las manchas de humedad de paredes y techo, el retrato de una mujer en traje de baño observando el mar que cuelga de su habitación y, sobre todo, el ruido proveniente de la habitación de al lado. Sus quejas le permiten conocer a Charlie (John Goodman, inmenso en todos los sentidos), un vendedor de seguros que resulta ser la única compañía cálida que Barton encuentra en su aventura californiana.

Los Coen reflejan esa edad dorada de Hollywood a través de su prisma distorsionado, del continuo cruce entre el asombro, el humor y el patetismo. De entrada, tenemos al celebrado autor del Este reclutado por los grandes estudios, personificado tanto en el propio Fink, digamos el “antes” (con una estética próxima a la estrella del cine mudo Harold Lloyd), y en el escritor W. P. Mayhew (John Mahoney), el “después”, una de esas glorias de las letras americanas consumidas por el alcohol y la demencia y que atesoran una personalidad al tiempo fascinante, frágil e irritante, en la línea de los Faulkner, Scott Fitzgerald y compañía, un tipo cuyas últimas y exitosas obras las ha terminado escribiendo su mujer (Judy Davis). Por otro lado, Lipnick ejerce de productor total a lo Thalberg, Selznick, Zanuck o Goldwyn, si bien, a diferencia de los anteriores, se trata de una bestia de los negocios especializada en la fabricación en cadena de películas de género para la serie B, en proyectos preconcebidos para la taquilla y el público más alimenticio. Esta imagen corrosiva de Hollywood no se sustenta solamente en los personajes ligados más directamente al mundo del cine (como Lou, interpretado por Jon Polito, antiguo ejecutivo de los estudios denigrado como secretario y maltratado asistente de Lipnick, y que se peina con cortinilla…); todos los personajes, desde el conserje del hotel (Steve Buscemi) a la pareja de policías (Richard Portnow y Christopher Murney), sin olvidar a Charlie, contribuyen a construir esa idea de Hollywood como una incesante e implacable máquina de desnaturalización, de envilecimiento y degeneración. Y no sólo los personajes: también la atmósfera y la puesta en escena colaboran en la construcción de esta imagen de enviciamiento.

La habitación del hotel, asfixiante, opresiva, agobiante, con la humedad que despega el papel de la pared; el escritor prostituido, que de genio de la literatura ha pasado a ser una caricatura de sí mismo regada en alcohol de garrafón; el productor que aborrece el arte pero se adorna con cadenas y anillos de oro, podrido de opulencia en su mansión, disfrazado de militar con un uniforme del departamento de vestuario después de que los japoneses ataquen Pearl Harbor; la esposa del escritor, que de colaboradora termina ejerciendo de “negra”, y que se erige en el principal símbolo de la ‘coeniana’ visión esperpéntica de Hollywood al ser el personaje que acaba perdiendo, literalmente, la cabeza (excelente giro de guión que confiere a la historia la lectura definitiva); el autor neoyorquino de éxito que, resistiéndose a verse prostituido desperdiciando su talento en la escritura de irrelevantes películas de lucha libre para un actor en decadencia que alimente los programas dobles de las salas de segunda categoría, crea en un brote de inspiración su mejor obra, inapelablemente rechazada por un estudio que no quiere calidad sino taquilla, y que será el único equipaje que le quede a Fink cuando el infierno estalle (de nuevo literalmente). Y Charlie, el actor por excelencia en este drama, el vendedor de seguros que bajo su superficie campechana y bonachona oculta una realidad truculenta, esquizoide, terrible, lo mismo que Hollywood envuelve sus miserias en oropeles, mansiones, lujos, avenidas y playas pobladas de palmeras. La luminosidad californiana, la eterna primavera de Los Ángeles, se convierte en la habitación en calor sofocante, en sudor pegajoso, en una apremiante sensación viscosa que nubla la razón y el pensamiento, que confunde, pervierte y trastorna. Pero no todo en Hollywood es malo; existe una ventana positiva: esa chica en traje de baño que observa el mar encerrada en un marco, una estampa que se ofrece a Barton como si fuera la pantalla del cine, y que cobra forma tangible, de carne y hueso, cuando menos lo espera.

Los Coen conforman así una de sus mejores obras (premiada, además de al mejor actor, al mejor director y también como mejor película en Cannes, primera vez que esto ocurría en más de cuatro décadas): la visión de Hollywood como un lugar que transforma a las personas, que las manipula, las exprime y roba su alma, que más tarde o más temprano las condena al infierno. A no ser, claro, que un auténtico demonio los salve y los redima para siempre.


Infierno Hollywood – Barton Fink (Joel Coen, 1991)

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