Revista Ilustración
Crítica musical.
La sangre aún me hierve/ cuando pienso en mi mala suerte, dicen Los Enemigos, porque el grupo madrileño no canta, sugiere. Las calles de la ciudad son infinitas, un bucle urbano del que es imposible escapar sin pretender el vacío o los barrios altos, económicamente sostenibles. En este lado de la ciudad cargo mi culpa, mi silencio. Callejuelas y miradores, piedras y poemas de Claudio Rodríguez afinados en una notación sostenida, afinada en alto. La poesía no funciona, nunca lo hizo. Puede que este viento sólo pretenda llevarse las palabras o tal vez traernos canciones estupendas que, como decía un fan de Nacho Vegas en aquel concierto cien veces escrutado, son las mejores: las canciones de Nacho son la leche. Me ponen triste cuando estoy contento y me ponen todavía más triste cuando estoy triste. Youtube. Los mismos planes una y otra vez sucumbiendo ante idénticas estrategias. Coronoles que envían a sus tropas a la muerte de Siberia o de cualquier otro punto indeterminado. Cuando escucho a Christina no tenemos que escondernos/ alguien nos encontrará / hacer siempre lo incorrecto/ es una forma de acertar/ la mañana nos recoge donde muere la ciudad/ yo buscando tu fuerza y tú mi debilidad se desploma mi universo musical. ¿Para qué coño queremos poetas -si es que los quisimos alguna vez- teniendo canciones? No lo sé, cualquier mensaje cultural que no pueda estamparse en una camiseta negra es un fraude. Es una pregunta que jamás he podido responderme. Quizá por eso afino esta Yamaha Pacífica y la hago sonar. Ruido. Interferencias. #desafino. Siempre desafino. Por muchos aparatos contra la distorsión que inventen los japoneses hay algo en estas manos que no termina de funcionar. Hay algo en este amplificador que chirría. Es el rock del invierno, siempre melancólico. El invierno fatal. Aquel calendario colgado de uno de los muros de la vieja estación ya pasado de fecha. Así no hay dios que pueda ser puntual-dice el graffiti. Otra vez la misma música, los mismos Rolling Stone de los últimos dos mil años, desde el 0 de la creación en adelante. La misma candidez. Las mismas oraciones subordinadas. No escuché a Nacho Vegas decir nada acerca de ser gilipollas, de convertirnos en estúpidos que caminan en la misma dirección o tal vez en círculos concéntricos cada vez más pequeños. Sólo la muerte y un buen setlist para acompañar el final, para qué más.