Revista Coaching

Inteligentes

Por Soniavaliente @soniavaliente_

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En muy poco tiempo dos personas le han trasladado su preocupación por el Coeficiente Intelectual de sus hijos. Una por exceso y el otro por defecto. Después de quitar hierro a situación, llega a casa, busca un test de CI en Google. Y se pone manos a la obra. Sudó tinta china.

Era incapaz, incapaz, de entender alguna de las preguntas basadas en secuencias alfanuméricas y problemas espaciales. Imposible hallar la solución entre las respuestas tipo test. Lo que comenzó como un pasatiempo se convirtió en un asunto de estado por aquello de competir con una misma pero ni por ésas. El tiempo expiró y el programa se cerró dejándole boquiabierta ante su propia ineptitud.

Inteligentes

Le recordó a los tests de inteligencia que les hacían en su colegio público. Les enseñaban secuencias de consonantes en un ordenador primitivo de letras verdes y debían memorizarlas. También recuerda cómo sufría en los tests de comprensión lectora. Y en las clases de matemáticas. Su profesora de sexto de EGB solía decirle que cuando se empeñaba en no entender algo su mente era más impenetrable que el telón de acero. Creció pensando que era una burra. Una negada para los números. Años después, tiene el absoluto convencimiento de que es disléxica.

El sistema educativo actual es obsoleto. No importa las veces que lo reformen. Todo él, afirma Sir Ken Robinson, es una herencia de la Ilustración, de la Revolución Industrial, épocas en las que las necesidades no eran las mismas que ahora. Entonces, eran fundamentales los conocimientos científicos, aritméticos.

Siglos después, continuamos focalizando en materias como matemáticas y lengua. Robinson defiende que, originalmente, los test de inteligencia se crearon para detectar a personas con necesidades especiales, no para desecharlas.

Estas pruebas nos reducen a un número. A algo mensurable, a un valor en una tabla de 1 al 100, que dice cuánto somos de inteligentes. Cuando la pregunta correcta es de qué modo lo somos.

La escuela mata la creatividad. La cualidad más demandada en el mundo empresarial que, curiosamente, no se enseña en las aulas y no cabe en ningún test.


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