La Razón estrangulada. Carlos Elías.
Estudiar Ciencias seduce menos hoy en día que pagar hipotecas, por culpa de la culturas mediática y audiovisual, incentivadas estas dos ultimas por miopes licenciados en letras que han copado hasta la sopa los medios de comunicación y las decisiones educativas. Esto es lo que afirma Carlos Elías en este libro prolijo y bastante currado.
Se atreve a entrar en harinas desde su doble licenciatura; una en Químicas y otra en Periodismo y el panorama que relata es desasosegante para los fans del pensamiento duro y con aplicaciones, ya sea tanto en las ciencias naturales como en la Historia, Filosofía, etc. A esta última le proporciona alguna colleja, al denunciar la supuesta mala influencia de Feyerabend, Kuhn, Lákatos y Popper.
Y en mi opinión, es esta la parte más floja del libro, sobre todo porque realiza una interpretación muy sesgada de los dos últimos citados. Le honra el incluir una corrección en este sentido que le hacen. Hasta el mismísimo Kuhn se acongojaba del uso extremadamente relativista que hacían de sus teorías.
Pero es cuando aborda la política educativa y de publicaciones cuando se sitúa en terreno más sólido. El hecho de que las carreras de letras en general y las de periodismo en particular tengan el mismo estatus académico, lo considera un escándalo. No se corta un pelo al realizar agravios comparativos entre los licenciados en ciencias, capaces de sacarse otra carrera más de letras si lo desean, y los de letras, intelectualmente incapaces de alcanzar el razonamiento científico, tara que ya exhiben sin complejos desde el instituto.
Y después de la educación, el gran villano es la comunicación. Hay una polarización excesiva y asfixiante del panorama científico revistero por parte de Nature y Science, británica y estadounidense respectívamente. Su enorme tirón gravitatorio deforma el conocimiento de lo investigado, al seleccionar los temas y, complementariamente, al contarlos al mundo.
Pone el ejemplo de como en cierto número de Nature se decidió relatar las novedades de la temporada a la prensa generalista. Puesto que eran las navidades, reyes magos y demás, se optó por publicitar el hecho de que la mirra -sí, la que llevaron Melchor y Cia.- poseía ciertas propiedades curativas. Y todo ello, ignorando alegremente los trabajos sobre autoinmunidad, agujeros negros, genoma, etc que venían en ese mismo número.
Lo anterior, con ser ridículo, no es más que el banderín de enganche para toda una forma de relatar lo que es la investigación en base, o bien a estereotipos facilones y masticaditos, o bien con los clichés proporcionados por la cultura cinéfila: el científico loco, la ciencia como proceso maligno con creaciones destructivas, etc.
Y otro de los grandes sopapos se lo lleva la proliferación de pantallas idiotizantes de todo tipo, ya sean televisiones o videojuegos. De estos últimos, afirma que lo de que favorecen la concentración es una leyenda urbana, tan solo las áreas cerebrales responsables de la visión y el movimiento y para de contar.
Es más, ni siquiera estimulan. En un experimento encontraron mayor flujo sanguíneo al realizar simples sumas de dos dígitos.
Según los neurólogos, la TV ocasiona déficits importantes en las zonas encargadas de la atención sostenida, con el consiguiente daño para el pensamiento abstracto.
De ahí que ya no tenga tanto predicamento la concentración y sí la narración, preferentemente audiovisual y con acento en la telegenia. En las facultades, estos estudios arrasan. En las facultades de por aquí, por Occidente, claro. En China y Japón desprecian nuestra cultura literaria, filosófica y comunicativa, pero se pirran por los tubos de ensayo y la quema de pestañas, lo que faltaba. Sayonara para la ciencia futura.
Un saludo desconcentrado y disperso y bienvenidos a mi wordpress de las narices.