Revista Expatriados
Cuando en 1952 terminó la ocupación norteamericana, Japón se dio cuenta de que tenía que dotarse de una política hacia Asia y, dadas las circunstancias, no resultaba nada sencillo. Durante los sesenta años anteriores, Japón había visto Asia como la tierra sobre la que expansionarse y que debía de proporcionarle los recursos que le faltaban y que le ayudarían a elevarse al rango de gran potencia. Ahora tenía que cambiar en su manera de relacionarse con Asia. Y no sólo eso. También tenía que conseguir que los asiáticos se olvidasen de los años sangrientos de la ocupación japonesa.
El Primer Ministro Shigeru Yoshida estableció los parámetros que regirían la política exterior japonesa conforme a la nueva situación: 1) Descansar en la alianza con EEUU para garantizar la seguridad del país, lo que permitiría a Japón redirigir el gasto en defensa hacia la reconstrucción de la economía; 2) Poner el énfasis en las relaciones económicas; 3) Mantener un perfil bajo en la esfera internacional.
En el caso del Sudeste Asiático, para normalizar las relaciones, la Doctrina Yoshida necesitaba de algo más: indemnizar de alguna manera a los países de la región por la ocupación durante la II Guerra Mundial. Con gran habilidad Japón disfrazó las reparaciones como asistencia económica. Así, lo pasado, pisado, y de paso, dado que las reparaciones en buena medida las hizo en especie, logró abrir las puertas de la región a sus exportaciones.
Lo malo de las relaciones internacionales es que la circunstancias están cambiando constantemente y lo que en un momento dado parecía una buena idea, unos años después resulta que es menos buena. En 1974 el entonces Primer Ministro Kakuei Tanaka realizó una gira por el Sudeste Asiático y descubrió que se acabó lo que se daba con la Doctrina Yoshida. Hubo manifestaciones estudiantiles en Yakarta y Kuala y en Bangkok le recibieron en el aeropuerto con pancartas que decían: “Vete, feo imperialista”. A la debacle de la visita de Tanaka de 1974 se sumaron los acontecimientos de 1975 (la conquista de Vietnam del Sur por Vietnam del Norte y la instauración de regímenes comunistas en Laos y Camboya, más la retirada parcial de EEUU de la región) que cambiaron la situación en el Sudeste Asiático. Japón necesitaba una nueva política en el Sudeste Asiático.
En agosto de 1977 el Primer Ministro Takeo Fukuda durante una visita a Manila pronunció un discurso en el que señaló los nuevos principios que regirían las relaciones de Japón con la región: 1) Japón renunciaba a jugar un papel militar en la región (algo inapreciable viendo los recuerdos que había dejado la II Guerra Mundial); 2) Japón, consciente de las limitaciones de una aproximación meramente económica, se aproximaría a la región con un enfoque más multifacético, que incluyese las relaciones políticas, las relaciones culturales y las relaciones entre sociedades civiles; 3) Japón cooperaría con ASEAN y ayudaría a componer las relaciones en la región, dividida tras la victoria del comunismo.
La estrategia de Fukuda fue básicamente exitosa. Las inversiones directas y la ayuda al desarrollo hicieron que Japón se convirtiera en el primer socio económico de la región. Además el modelo japonés se convirtió en el modelo a imitar. También tuvo éxito en la promoción del “poder blando” japonés con iniciativas tales como el establecimiento del ASEAN Cultural Fund o del Southeast Asia Youth Invitation Program. Donde tuvo menos éxito fue en lo de recomponer las relaciones entre los países de la ASEAN y los tres Estados comunistas de la región. Japóndescubrió que podía ser la segunda economía mundial, pero carecía de estatura política para intervenir por su cuenta en un conflicto mayor (la invasión vietnamita de Camboya) sin la aquiescencia de EEUU.
Para finales de los ochenta, los decisores políticos japoneses habían comprendido que si Japón quería ser un actor relevante en la esfera internacional, tenía que empezar siéndolo en el Sudeste Asiático, que no era su patio trasero, pero casi. En 1987 el Primer Ministro Nobuo Takeshita decidió que su primera visita al extranjero sería al Sudeste Asiático, algo que ya se iba convirtiendo en una práctica. En Manila anunció un Nuevo Partenariado para la Paz y la Prosperidad que apoyaría al desarrollo de los países de ASEAN. Y lo genial es que además de palabras, puso dólares: un Fondo de Desarrollo Japón-ASEAN por un monto de 4.000 millones de dólares para otorgar créditos a tipos de interés preferenciales.
A comienzos de los noventa el Sudeste Asiático proporcionaría a Japón la oportunidad de jugar ese papel de relevancia política en la esfera internacional que no acababa de encontrar. Fue con ocasión del proceso de paz de Camboya. Japón patrocinó la Conferencia de Tokio de junio de 1990 donde se consiguió reunir a todas las facciones en liza en el conflicto camboyano para que se pusieran de acuerdo. Al año siguiente, cuando se firmó el Acuerdo de Paz de París, Japón fue clave para convencer a los khmeres rojos de que aceptaran lo acordado. Además de la diplomacia, Japón puso algo mucho más importante: el dinero. Organizó la Conferencia Ministerialsobre la Rehabilitación y Reconstrucción de Camboya de junio de 1992, en la que los participantes se comprometieron a contribuir con 1.400 millones de dólares. El 25% de esa cantidad la puso Japón, que además se convirtió en el principal donante de ayuda al desarrollo a Camboya. Otra novedad fue que por primera vez desde el final de la II Guerra Mundial, las FFAA japonesas salieron del país: un total de 1.300 miembros de las FFAA y de la policía japonesa participaron en UNTAC, la Autoridad de Transición para Camboya de NNUU. En reconocimiento al papel clave jugado por Japón, ese designó como cabeza de UNTAC al japonés Yasushi Akashi.
La experiencia camboyana parecía indicar que Japón en lo sucesivo jugaría un papel protagonista en el Sudeste Asiático. Sin embargo, pronto se desinflarían esas expectativas. Tanto en el conflicto de Mindanao como en el caso de Birmania, Japón jugó un papel muy secundario y casi a regañadientes. Y en esto llegó la crisis asiática de 1997 y se advirtieron cuáles eran los límites de Japón.
Cuando la crisis financiera asiática se desató en el verano de 1997, se crearon expectativas inmediatas de que Japón intervendría decisivamente. La primera reacción japonesa fue convencional y ortodoxa: asistir a los programas de rescate diseñados por el FMI para Thailandia e Indonesia. Pero entonces en agosto Japón se sacó de la chistera una iniciativa revolucionaria: la creación de un Fondo Monetario Asiático, cuyos miembros serían Australia, China, Corea del Sur, Filipinas, Hong Kong, Indonesia, Japón, Malasia, Singapur y Thailandia. Con gran chulería no consideró que EEUU tuviera que participar y ni tan siquiera le consultó la idea. Y ya la gota que colma el vaso: el Fondo Monetario Asiático no coordinaría necesariamente sus actividades con el FMI.
Cuando uno echa órdagos de ese calibre debe ser muy consciente de cuáles son las cartas de que dispone. Japón calculó mal la jugada y en la Reunión de Ministros de Finanzas de la región que se celebró el 21 de noviembre de 1997 en Hong Kong, se la tuvo que envainar. EEUU lanzó su artillería pesada contra la iniciativa japonesa con la inapreciable ayuda de China, que lo último que quería era un Japón crecido en Asia. Al final todo quedó reducido a algo que se llamó el Marco de Manila (Manila Framework) que acabaría siendo el germen de eso de lo que ahora se habla tanto que es el G-20.
Al año siguiente Japón vendría con otra idea, la denominada Nueva Iniciativa Miyazawa. Consistía en un fondo de 30.000 millones de dólares, la mitad de los cuales estarían disponibles para cubrir las necesidades financieras a medio y largo plazo para la recuperación y la otra mitad cubriría las necesidades de capital a corto plazo para poner en marcha las reformas económicas. Fue un intento tardío por parte de Japón de recobrar el liderazgo y la iniciativa que había perdido en la reunión de Hong Kong del año anterior. Aunque la Iniciativa tuvo efectos positivos, no consiguió borrar el recuerdo de cómo se había achantado el año anterior. Peor todavía. Mientras que la imagen de Japón quedaba un tanto disminuida, la de China salía reforzada con su decisión de no devaluar su moneda y de conceder ayuda financiera a Thailandia e Indonesia, aunque su montante fuera inferior al de la japonesa.
Japón terminó la década de los noventa capitidisminuido. Las buenas expectativas con las que comenzó la década se habían esfumado. En lugar de milagro económico japonés, se hablaba de la crisis japonesa. Su papel en la Guerra del Golfo no fue excesivamente glorioso: básicamente se limitó a pagar la factura que le pasaron. Y en el Sudeste Asiático no sólo había quedado su imagen oscurecida por el fiasco del nonato Fondo Monetario Asiático, sino que además tenía que enfrentarse al auge de China. En éstas estaba, cuando Junichiro Koizumi llegó al Primer Ministerio.
Creo que nunca se encarecerá lo bastante lo poco japonés que es Koizumi. Un hombre de ideas en una vida política que aprecia sobre todo el pragmatismo. Un hombre que busca imponer sus programas, en una sociedad en la que los líderes buscan consensos y mínimos denominadores. Koizumi además fue atípico en otro sentido: gobernó durante cinco años, desde abril de 2001 hasta septiembre de 2006. Para encontrar otro Primer Ministro que haya sido tan longevo, hay que remontarse hasta Yasuhiro Nakasone, que ejerció el cargo de noviembre de 1982 a noviembre de 1987.
La política exterior de Koizumi estuvo marcada por cuatro hechos: 1) El 11-S, que hizo que la lucha contra el terrorismo apareciese como una prioridad en la agenda global; 2) La Administración Bush, decidida a reafirmar el estatus hegemónico de su país por las buenas y por las malas, lo que no impidió redujese su presencia estratégica en Asia-Pacífico; 3) Una China cada vez más segura de sí misma; 4) Una economía nacional languideciente que, además de afectar a la manera en que Japón era percibido en el extranjero, le forzó a recortar su ayuda oficial al desarrollo.
Koizumi descubrió que le habían tocado malas cartas, pero las jugó con inteligencia. Lo principal fue que comprendió que en el mundo 11-S había que estar con los EEUU de Bush y que había que colocar los temas de seguridad y de lucha antiterrorista en lo más alto de la agenda.
En enero de 2002 Koizumi realizó una gira por el Sudeste Asiático y allí anunció sus grandes designios para la región, porque Koizumi era de esos políticos que no tienen ideas, sino designios. Habló mucho de la necesidad de nuevas estructuras económicas, manifestó la disposición de Japón a contribuir a la estabilidad de la región incluso mediante el envío de sus Fuerzas de Autodefensa e incluso hizo propuestas sobre la arquitectura regional en Asia. Lo más novedoso de los planteamientos, perdón quise decir designios, de Koizumi fue su énfasis en las cuestiones de seguridad y la idea de llevar la cooperación entre Japón y la ASEAN a otros foros multilaterales.
Lo segundo quedó más en una quimera que en otra cosa, pero lo primero sí que dio juego. Japón accedió en julio de 2004 al Tratado de Amistad y Cooperación de ASEAN y posteriormente ingresó en la East Asia Summit cuando se creó. Japón impulsó la cooperación en la lucha contra la piratería y estuvo detrás de la firma del Acuerdo de Cooperación Regional para Combatir la Piratería y el Robo Armado de barcos en Asia (ReCAAP). También se involucró en la lucha contra el terrorismo en la región y en 2004 ambas partes adoptaron la Declaración Conjuntapara la Cooperación para Luchar contra el Terrorismo Internacional e iniciaron un diálogo en la materia.
En el terreno económico Koizumi propuso un partenariado más intenso con ASEAN y lanzó un designio que se llamó IDEA, porque se ve que no se le ocurría ninguna iniciativa que tuviera la palabra “designio” como acróstico. La Initiative for Development in East Asia trataba de hacer frente a los nuevos desafíos al desarrollo y crear vínculos entre la ayuda oficial al desarrollo, el comercio, las inversiones y las finanzas. “Totum revolutum” es como se solían llamar esas ideas-designios en el pasado. Hoy se habla de crear sinergias que es como más moderno.
Otro designio económico fue el Acuerdo Marco sobre un Partenariado Económico Comprensivo Japón-ASEAN (JACEP). JACEP serviría de marco a los Acuerdos de Partenariado Económico que Japón iría firmando bilateralmente con los países de la ASEAN. Un Acuerdo de Partenariado Económico se diferencia de un Acuerto de Libre Comercio al uso, en que trata de llevar más allá la liberalización del tráfico de bienes, servicios e inversiones.
Como se puede ver los cinco años del Primer Ministerio de Koizumi dieron mucho de sí. Aunque las cartas que tenía eran regularcillas, las jugó con mucha habilidad. Aun así, no bastaron para contrapesar el auge de China, cuya economía estaba a punto de arrebatarle a la japonesa el segundo puesto como principal economía del planeta.
Al gobierno de Koizumi le siguieron unos años muy complejos tanto a nivel geoestratégico como en la vida política japonesa. EEUU regresó a Asia-Pacífico, después de las distracciones de Iraq y Afghanistán, y estableció una cierta rivalidad con una emergente China. A medida que se deterioraba la salud de Kim Jong-Il, el comportamiento de Corea del Norte se volvía más errático. ASEAN daba pasos para constituir la Comunidad ASEAN en 2015, mientras que las negociaciones del Partenariado Transpacífico para crear una gran área de libre comercio en Asia-Pacífico cogían impulso. Japón perdió su puesto de segunda economía mundial en favor de China… Internamente, entre septiembre de 2006 y diciembre de 2012 Japón tuvo ni más ni menos que seis Primeros Ministros. Demasiados como para poder ocuparse adecuadamente del Sudeste Asiático.
El diciembre de 2012 Shinzo Abe fue elegido Primer Ministro y parece que tiene vocación de quedarse. Lo primero que ha hecho, como todos los Primeros Ministro japoneses con grandes planes de política exterior, ha sido visitar el Sudeste Asiático y lanzar un designio que, en este caso se ha llamado “los Cinco Principios”. Los principios incluyen la protección y promoción conjunta de valores universales como la libertad, la democracia y los derechos humanos básicos, la promoción del comercio y la inversión y la protección y fomento del patrimonio cultural y las tradiciones de los pueblos asiáticos. Ahora queda por ver si son los principios para un nuevo comienzo o los principios para titulares periodísticos bonitos.