Revista Asia

Japón y la energía nuclear (2)

Por Tiburciosamsa
Japón y la energía nuclear (2)

Pluto-Kun demuestra que beber agua con plutonio no es malo para la salud. La prueba: ninguno de los personajes de ficción que lo ha hecho ha sufrido daño alguno.

Para finales de los ochenta Japón tenía una industria nuclear que daba envidia a EEUU. Tenía 16 reactores de agua hirviendo y 15 de agua a presión y había siete centrales más en curso de construcción o ya planeadas, que deberían entrar en funcionamiento a partir de 1992. Japón construía las centrales en el 60% del tiempo que empleaba EEUU y desde finales de los 70 había aprendido a recortar costes y construía centrales más baratas que las de los norteamericanos. Para rematar, sus centrales operaban a más del 90% de su capacidad.

Entonces llegaron los 90 y el chiringuito se vino abajo. Reventó la burbuja inmobiliaria y bursátil de los ochenta y Japón entró en una crisis económica de la que realmente no ha llegado a salir. El sistema político que desde 1945 se basaba en la hegemonía del Partido Democrático Liberal, que ni era democrático ni era liberal, empezó a hacer aguas. Los japoneses empezaron a preguntarse si realmente sus burócratas eran tan inteligentes, desinteresados y honrados como les vendían. La respuesta fue que no y en ese contexto, empezaron a airearse casos de accidentes nucleares que en los 70 o los 80 habrían permanecido en el silencio. Y para colmo tuvieron a un Ministro de Asuntos Exteriores, Kabun Muto (“Bruto” más bien se habría tenido que apellidar) que en 1993 soltó que a la hora de la verdad, de mostrar que se tienen huevos, fabricar armas nucleares es importante. Lo dijo aludiendo a la amenaza que supone Corea del Norte, pero hay cosas que no deben decirse en público. El Primer Ministro Tsutomu Hata lo terminó de arreglar en junio de 1994, cuando reconoció en el Parlamento que Japón tenía la capacidad de producir armas nucleares. Para terminar de arreglar las cosas, en 1993 había comenzado la construcción de la central de reprocesamiento de Rokkasho. La central permitiría a Japón ser más independiente en su suministro de combustible nuclear. Pero también le permitiría elaborar plutonio para armas nucleares. Muchos analistas consideran que Japón es un Estado paranuclear, esto es, un Estado que carece de armas nucleares, pero podría fabricarlas tan pronto se lo propusiera.

Como dije, los noventa fueron los años en los que los japoneses tomaron conciencia de que la energía nuclear no estaba tan bien administrada como les habían dicho, bueno, ni la energía nuclear ni otras muchas cosas en el país. Aunque no fuera hasta mediados de la década que los japoneses empezaron a enterarse de estas cosas, los accidentes y su ocultación venían ocurriendo desde hacía varios años.

En 1978, precisamente en Fukushima, varias barras de un reactor se salieron de su sitio, pero la empresa no informó, porque en aquel entonces no estaba obligada a notificarle al Gobierno esos pequeños accidentes. En 1981 300 trabajadores se vieron sometidos a dosis excesivas de radiación como consecuencia de la rotura de unas barras en la central nuclear de Tsuruga; nada trascendió. En 1989 a Kei Sugaoka, un ingeniero nuclear que trabajaba para una central nuclear de TEPCO, le pidieron sus superiores que suprimiera de un vídeo que iban a someter a los reguladores unas imágenes en las que aparecían unas tuberías agrietadas. En 1995 en el reactor experimental de Monju, perteneciente a la compañía Donen, se produjo una fuga de ocho toneladas de sodio. A los de Donen les pillaron intentando que no se viera en los vídeos lo más grave del escape. Dos años después los de Donen intentaron ocultar información sobre un incendio en la central de Tokaimura, en el que 37 trabajadores se vieron sometido a bajas dosis de reacción. Lo de que las dosis eran bajas lo dijeron los de Donen.

Con estos desastres, que cada vez resultaban más difíciles de tapar, fue adquiriendo más prominencia la voz del Citizen’s Nuclear Information Center (CNIC), una organización opuesta a la energía nuclear que fue fundada en 1975 y que es independiente de intereses políticos o empresariales. El CNIC intenta proporcionar a la población información veraz sobre la energía nuclear y ha jugado un papel creciente en dar a conocer los accidentes nucleares que se producen. Es posible que sin el CNIC supiéramos todavía menos sobre los accidentes que han ocurrido en Japón. Una curiosidad es que los japoneses, con CNIC o sin CNIC, mantienen una posición ambigua sobre la energía atómica: el 55’1% son favorables a su promoción y sólo el 17% la abolirían; sin embargo, sólo el 24’8% la consideran segura en Japón y el 65’9% se sienten preocupados por su seguridad. Uno diría que la propaganda gubernamental sobre la inevitabilidad de la energía nuclear ha calado hondo, pero que al mismo tiempo los japoneses no son tontos y se han dado cuenta de en manos de qué indocumentados está.

Por cierto que una manera que tuvo el Gobierno de contrarrestar la mala prensa de la energía nuclear fue crear un personaje animado, Pluto-Kun. Pluto-Kun cuenta que es pacífico y querría ser como la dinamita, que ayuda mucho al hombre. También cuenta que se le puede beber, pero que inhalarlo no es aconsejable y que si los malos pusieran sus malos en él, no les serviría para nada, porque para ser eficaz ha de tener un grado de pureza inalcanzable para los malos… Sí, después de todo va a resultar que el Gobierno japonés piensa que sus ciudadanos son idiotas.

En septiembre de 1999 se produjo uno de los peores accidentes hasta entonces. En la central de Tokaimura unos trabajadores insuficientemente preparados y sin las calificaciones técnicas necesarias, manipularon uranio enriquecido sin las medidas de seguridad precisas y provocaron una reacción en cadena. Dos de los operarios murieron posteriormente por efecto de la radiación y casi 700 personas se vieron afectadas por dosis de radiación excesivas.

El Gobierno reaccionó como a menudo reaccionan los gobiernos: promulgando leyes, que es más fácil que adoptar medidas reales. En diciembre de 1999 el Gobierno japonés aprobó la Ley Especial de Preparativos de Emergencia en caso de Desastre Nuclear y la Ley para la Regulación de los Materiales Nucleares, el Combustible Nuclear y los Reactores. La Ley Especial establecía la cadena de mando en caso de desastre nuclear y obligaba a los operadores a tener planes de contingencia para el caso de siniestro. La Ley para la Regulación introdujo controles más severos en el manejo de materiales radioactivos, porque lo sucedido en Tokaimura había puesto en evidencia que había algo de cachondeo en la práctica habitual.

Las leyes anteriores se vieron acompañadas por la creación en 2001 de la Agencia de Seguridad Industrial y Nuclear. La Agencia tiene como misión supervisar la energía nuclear en Japón. Depende del Ministerio de Industria y Comercio que es un firme defensor de la energía nuclear y está compuesta por burócratas que proceden básicamente de las carreras de Derecho y económicas. Creo que lo he dicho todo sobre su imparcialidad y eficacia, ¿no? Existe también una Comisión de Seguridad Nuclear adscrita a la Oficina del Primer Ministro y compuesta por investigadores y expertos en temas nucleares. La Comisión se ocupa de la normativa de seguridad nuclear y formula recomendaciones. Pero, y esto es importante, no realiza inspecciones ni tiene funciones supervisoras.

En 2002 se promulgó la Ley Básica de Política Energética. La Ley estableció tres políticas básicas: 1) Asegurar un suministro energético estable; 2) Respeto al medio ambiente; 3) Uso de los mecanismos del libre mercado, concorde con las dos políticas anteriores. La Ley obligaba al Gobierno a elaborar un Plan Básico de Energía que fijase las directrices de la oferta y la demanda energéticas hasta 2030. El Plan fue elaborado en octubre de 2003. El Plan preveía reducir la dependencia energética hasta el 30%, reducir a la mitad las emisiones de CO2 de los hogares y que el 70% de la energía proviniese de fuentes que no produjesen emisiones de CO2. Para cumplir estos objetivos, el Plan apostaba fuertemente por la energía nuclear. Habría que construir 14 nuevas centrales nucleares entre 2003 y 2030. Las existentes operarían al 90% de su capacidad. Para 2030 la energía proporcionaría la mitad de toda la electricidad que se consumiese en el país.

A pesar de todas estas leyes tan bonitas, la realidad de la energía nuclear en Japón era bastante más preocupante. En agosto de 2002 se descubrió que la ahora famosa TEPCO había falsificado los certificados de inspección y había intentado ocultar grietas en las tuberías de sus reactores en 13 de sus 17 centrales. TEPCO se vio forzada a cerrar temporalmente sus centrales. La broma le costó el equivalente a 1.900 millones de dólares. En 2004 cinco trabajadores murieron en una explosión en Mihama-3. La investigación posterior puso al descubierto carencias en la inspección de las centrales nucleares. ¿Carencias o connivencias? Finalmente, en Julio de 2007 (me estoy saltando algunos incidents menos importantes que ocurrieron en el interim) un terremoto de 6’8 afectó a la centrar de Kashiwazaki Kariwa, que también pertenecía a TEPCO (esta compañía realmente debería plantearse cambiar de actividad y dedicarse a la fabricación de tableros de parchís, porque está gafada) y produjo filtraciones de agua radioactiva y rompió tuberías. Los daños quedaron contenidos dentro de la central, pero pusieron de manifestó que construir centrales nucleares en una zona sísmica tal vez no sea una de las ideas más inteligentes que a uno se le pueda ocurrir.

Y mientras ocurrían esos sucesos, algunos políticos japoneses jugaban con la idea de que su país pudiera disponer un día de armas nucleares. En abril de 2002 el Presidente del Partido Liberal, Ichiro Ozawa, dijo que Japón podría fabricar miles de cabezas nucleares con el plutonio extraído de sus centrales y darle a los chinos si se ponían tontos. Eso hubiera podido quedar como la venada de un político opositor, rabioso porque no pilla cacho. Más grave es que al mes siguiente, el Jefe del Gabinete del Primer Ministro, Yasuo Fukuda, dijo que la Constitución japonesa no prohibía las armas nucleares, si era con fines defensivos, y que podría llegarse a un momento en el que la situación mundial y la opinión pública requiriesen que el país tuviese armas nucleares. La poleémica que se suscitó fue tan fuerte, que tuvo que desdecirse. Echando leña al fuego, ese gran amigo de la paz mundial que fue el Vicepresidente norteamericano Dick Cheney, dijo en marzo de 2003 que el desarrollo de misiles nucleares por parte de Corea del Norte podía provocar una carrera armamentística en Extremo Oriente y forzar a Japón a reconsiderar su política en lo concerniente a las armas nucleares. Aunque más tarde el Primer Ministro Koizumi repitiese en varias ocasiones que Japón no rompería con sus tres principios no-nucleares (¿o habría que decir con sus dos principios no-nucleares, toda vez que el de no autorizar la presencia de armas nucleares en su suelo lo había incumplido desde el principio?), a uno le queda la impresión de que la tentación de poseer armas nucleares queda ahí, en algún rinconcito de la mente de los políticos japoneses, como medida de último recurso frente a una Corea del Norte nuclear e impredecible y una China en ascenso, que mete miedo.

Con todo esto, no es extraño que la sociedad japonesa reaccionase a comienzos del siglo XXI en contra de la energía nuclear, abandonando su tradicional pasividad. De pronto encontrar una comunidad que aceptase la construcción en sus inmediaciones de una central nuclearse convirtió en un problema. La Federación de Asociaciones de Abogados de Japón pidió en mayo de 2002 que se cancelasen la construcción de las centrales Kaminoseki 1 y 2. El gobernador de la Prefectura de Fukui advirtió en 2003 que 15 centrales nucleares en su prefectura ya le parecían una exageración y que no toleraría una más. La industria nuclear se ha lanzado a la búsqueda de localidades donde la sociedad civil sea más débil o los gobiernos locales necesiten más subvenciones, para construir allí sus centrales. Aun así, en un país con una sociedad civil tan sometida como la japonesa, en torno a la mitad de las veces se encuentran con una oposición importante a la construcción de centrales nucleares en una localidad determinada.

Y en medio de todo esto ocurrió el desastre de Fukushima… Aquí paro la entrada y os dejo un enlace a una entrevista que apareció en “La Vanguardia” con un ingeniero ruso que algo entiende de centrales y accidentes nucleares, ya que, no en vano, trabajó en Chrenobyl.

http://www.lavanguardia.es/internacional/20110317/54129422489/andreyev-en-la-industria-nuclear-no-hay-organismos-independientes.html


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