Cuando uno va al modista, confía en que la perícia de éste le ajuste el traje que va a comprarse de manera que lo adapte a su figura. Tan importante es elegir una talla que no le vaya a uno, ni muy pequeña, ni muy grande o de lo contrario a buen seguro que será el hazmereir allá por donde transite. Lo sucedido ayer en Dallas me hace pensar que el equipo eligió un modista que no está preparado para amoldar, con la habilidad necesaria, este traje llamado 'Cowboys. Y el caso es que mi concepto de Jason Garrett me pareció, a primer golpe de vista, un head coach con las ideas claras. Desde que hace casi un año tomara el mando de un equipo donde el desconcierto campaba a sus anchas, su balance fue en la temporada pasada de cinco victorias y tres derrotas, algunas de estas últimas con opción de victoria hasta el último instante.
Como escribí durante la pretemporada, Garrett tenía ante sí un inmenso trabajo. Pensé que la preparación psicológica combinada con la exigencia individualizada sería el núcleo en el que se centraría para llevar a los de Dallas hacia metas más acordes con su historia. Lo que no podía esperar es que Jason, en el papel de offensive coordinator, errara en lo más básico y el equipo de América acabara entregando un partido que, a la media parte, ganaban por 3-20.
Durante los dos primeros cuartos los Cowboys lucieron como hacía años que no veían los casi 80.000 seguidores que se dieron cita en el estadio. Los Jerry's boys fueron demoledores en ataque e infranqueables en defensa. Romo administraba el juego aéreo con precisión, lanzando pases a corta, media y larga distancia. Cualquier ruta era una amenaza real, no simple distracción, y los Witten, Robinson, Bryant o Choice recepcionaban, una y otra vez, cualquier envío que Tony pudiera arrojarles. Al tiempo, un renacido Félix Jones superaba la defensa rival a través de ella o flanqueándola, buscando él mismo sus pasillos de entrada, escapando a cualquier intento de placaje, rehaciéndose y volviendo a la carga. En defensa el espectáculo no era menos impresionante. Los Detroit Lions veían impotentes como los blitz locales llegaban hasta su quarterback y, cuando no era así, las coberturas funcionaban con igual eficacia. Una exhibición en toda regla.
Pero a los pocos minutos del tercert cuarto todo cambió. Los Cowboys tiraron su playcalling a la basura y se dedicaron a lanzar y lanzar pases imposibles buscando, quizá, una gloria que aún no pueden alcanzar. Si hablásemos de fallos puntuales, de errores de lectura, de precipitación o de desacierto, sin duda arreciarían las críticas justificadas a Tony el escorpión, pero cuando el error sucede de forma reiterada, hay que mirar hacia la banda y preguntarle a Jason Garrett. El juego terrestre simplemente desapareció y con ello, el poder ofensivo del equipo en conjunto, tanto por la aportación que la carrera proporcionaba al ataque como por la previsibilidad que los de Dallas concedían en sus drives. Demasiada ventaja para el viejo zorro de Gunther Cunningham quien no dudó en sacar buena tajada del error local. En el estadio, por televisión o por internet, el desastre se veía venir con la misma certeza con la que uno observa la llegada del otoño.
Jason debería hoy levantarse de madrugada. Tomar el coche y acudir al centro de mando. Recorrer la sección de archivos y escoger al azar tres o cuatro dvd's. Le aconsejaría que centrara su elección en la década de los noventa, cuando aquellos Dallas Cowboys de Troy Aikman, Emmitt Smith o Michael Irvin construyeron el último sueño en the lone star state. Observar en su despacho algunos de esos partidos y tomar notas: cómo conservar una ventaja en el marcador, cómo utilizar el juego terrestre, cómo administrar el tiempo de juego, etc... Incluso marcar el número de teléfono y llamar a un tal Jimmy Johnson. Quizá aprendiera el camino de ganar partidos jugando al fútbol, pero más importante que eso, aprender a cómo no perderlos.