Si en los años 60 el cine de Hollywood identificaba a María Magdalena con la mujer adúltera, en las cintas europeas de los años siguientes tenderá a identificarse a esta discípula con la mujer pecadora que baña con sus lágrimas los pies de Jesús y los enjuga con sus cabellos.
Así sucede, por ejemplo, en la coproducción italo-británica “Jesús de Nazaret” (1977). En su primera aparición, Zefirelli nos la muestra como una pecadora que es objeto de burla de unos chiquillos: ellos prenden fuego en el exterior de su chabola y ella sale enfurecida persiguiéndolos. Unos de los padres dispersa a los niños de aquel lugar y le increpa con rabia: “En este barrio no hay paz desde que viniste. ¡Ruido y suciedad!”. María entra de nuevo en su casa, donde su último cliente está terminando de vestirse. Se percibe el disgusto profundo de la vida que lleva y el rechazo frontal de todos sus vecinos: “Los niños no destruirían mi casa. Pero sus padres están contra mí”.
El cliente le habla entonces de Jesús, “amigo de publicanos y de pecadoras”. Y aunque ella musite por lo bajo “yo no tengo amigos”, las palabras de ese hombre suscitan su curiosidad. Más tarde, veremos cómo se acerca a escondidas para escucharle, y allí asiste conmovida a sus palabras y al milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. Esta escena produce en María una radical conversión interior, que pasa oculta a los demás, pero que más adelante, en casa de Simón el fariseo, se manifiesta encendidamente en lágrimas de dolor que vierte sobre los pies de Jesucristo. Aquí, vemos sólo la imagen desastrosa de su vida antes del encuentro con Jesús. Después le veremos renovada en la unción de Betania y decidida y valiente durante la Pasión: en el juicio ante Pilatos, pide a gritos la liberación de Jesús, cuando todos exigen que sea crucificado.
Una caracterización parecida de María Magdalena es la que vemos en la miniserie italiana “Jesús” (1999). Ella sigue a Jesús, pero a escondidas. En uno de los descansos, la Virgen la descubre entre los arbustos y sale a su encuentro para presentársela a su Hijo. Y acontece el diálogo que cambia subida y sella su definitivo compromiso de seguirle.
Jesús inicia la conversación: “Conozco a María”; como si dijera: no hace falta que me la presentes; sé lo que hay en el corazón de cada hombre. Entonces ella confiesa su condición, lo que considera su verdad más íntima: “Soy una ramera, Jesús”. Pero Él no acepta esa afirmación: “Lo fuiste, una vez. Hace mucho tiempo”. Jesús le hace ver que su dolor y su arrepentimiento le han convertido en otra persona, y Él ya la ha perdonado. La sonrisa de la Virgen confirma las palabras de Jesús, y la Magdalena se retira aturdida, sin fuerzas todavía para manifestar su amor a Jesús.
Al final de la película, María Magdalena vuelve al sepulcro tras haber contado a los Apóstoles que han robado el cuerpo de Jesús. No le han creído. Y ahora ella vuelve llorosa y aún desconsolada porque no cree aún en su Resurrección. Una voz le habla entre el follaje y las palmeras. No le vemos bien. Y María le pide entre sollozos: “Si te has llevado a mi Señor, dime dónde le has puesto. ¡Te lo ruego!”.
Entonces aparece Jesús, pero más que su presencia es su voz la que ayuda a reconocerle. Basta una sola palabra: “¡María!”, y la Magdalena le descubre, aún incrédula pero llena de alegría. Dios le ha llamado por su nombre, personalmente. Dios le ha escogido a ella desde toda la eternidad, y ahora le reclama para que vuelva. María corre a abrazar a Jesús, para nunca más apartarse de Él. Y Jesús tiene que pedirle que le suelte… Es, probablemente, la escena que mejor y con más emotividad ha reflejado ese encuentro entre los dos.
(Para ver los 3 vídeos en Facebook: pincha abajo "Ver la publicación original").