Revista Política
Cuenta Eduardo Punset en su libro "Viaje al poder de la mente" que sus hijas nacieron todas con una mancha azulada en el cóccix (coxis o rabadilla, se decía años atrás). Según dice el mismo Punset, tal señal de nacimiento no es rara entre los habitantes de una pequeña población de la comarca del Ampurdán, de la que proceden los Punset. La explicación se le dieron los médicos en Washington, tras el nacimiento de su tercera hija: esa mancha azulada la tiene la mayoría de la población de Kazajistán, y es herencia genética de los antiguos mongoles.
Resulta que los mongoles se pasaban la vida a caballo, y fruto de esa circunstancia fue la aparición de esa pequeña mancha, originada por el frotamiento del trasero humano con la montura. Hacia el siglo X los mongoles se desparramaron hacia Occidente, y algo más tarde se les cerró el paso, dicen, tras una descomunal batalla en las llanuras húngaras, lo que al parecer no evitó que alguno de aquellos legendarios jinetes llegara hasta el norte de Catalunya y dejara allí su impronta genética.
Claro que Punset no es el único que puede presumir de herencia asiática. Hace tantos años que no quiero ni contarlos, a un servidor le revisó la vista el doctor Ignasi Barraquer, oftalmólogo de fama mundial. Tenía yo cinco años. El hombre me diagnosticó rápidamente astigmatismo miópico, y me recetó llevar gafas de por vida. Luego llamó a su hijo, el doctor Joaquim Barraquer, y le invitó a echarme una ojeada, mientras murmuraba algo así como "qué curioso, qué curioso" . Resulta que según descubrió el doctor Barraquer sólo con examinarme visualmente y palpar mi rostro, la configuración de la estructura ósea que rodea mis ojos proviene al parecer directamente de Extremo Oriente.
Hay infinidad de anécdotas de este estilo. En la provincia de Sevilla existe una comarca donde abundan los hombres altos y rubios: descienden de mercenarios eslavos importados en la época de los Reinos de Taifas hispanomusulmanes, en plena Alta Edad Media. En el norte de Castilla la Vieja y sobre todo en León, en los pueblos se dan desde siempre y con cierta frecuencia tipos pelirrojos y membrudos, muy diferentes de aspecto al tradicional campesino ibérico, chaparro y moreno: son gente en los que dominan genes visigodos, es decir, germánicos, llegados a la Península Ibérica hace milenio y medio.
Pero se puede ir mucho más atrás, incluso más allá de las decenas de miles de años a los que seguramente se remonta el gen extremo-oriental que heredó un servidor. Al parecer los científicos que se dedican a estudiar estos asuntos han comenzado a rastrear, y a encontrar, la presencia de genes neanderthales en poblaciones europeas contemporáneas. Lo cual conduce de cabeza a una verdadera revolución en la Paleontología, y sobre todo en el conocimiento de nosotros mismos y de nuestros orígenes. Resultaría que el Homo Sapiens actual (o Cromagnon, en mis tiempos de estudiante) no sería un "humano" aparecido sobre la Tierra tal como somos ahora, sino que en algún momento de su evolución se habría cruzado con el hasta hace poco considerado semihumano Neanderthal. De ese cruce comienzan a haber algo más que indicios, como los restos fosilizados de un niño descubiertos en Portugal hace algunos años, restos que inequívocamente corresponden a un mestizo directo, probablemente de primera generación, de Homo Sapiens y Neanderthal. En realidad tal vez los Neanderthales no se extinguieron sino que quedaron subsumidos en la nueva especie, mejor adaptada a los nuevos tiempos del mundo posterior a las grandes glaciaciones.
Así que ya ven. Mientras algunos presumen de raza pura quizá haya un bisabuelo suyo que les esté observando muerto de risa, mientras se balancea en el árbol de la Evolución colgado de la cola y está pelando un plátano con sus manitas prensiles.
En la ilustración del post, fragmento de la representación de un combate entre mongoles y rusos, siglo XIII.