Aunque sin llegar a entusiasmarme, reconozco que la película “Joker” me gustó. Se trataba de una propuesta arriesgada, atrevida, original, transgresora y con el atractivo de una gran interpretación. Ganadora de dos premios de la Academia de Hollywood en 2020 (actor protagonista y banda sonora) supuso un éxito mundial absoluto, pese a hallarse en las antípodas del célebre personaje de la saga “Batman” y a alejarse sustancialmente de la idea que albergaba el público sobre el cómic. Ingresó más de mil millones de dólares a nivel internacional tan sólo en concepto de taquilla, cuando su presupuesto apenas superó los cincuenta. Así pues, era enorme la tentación de rodar una segunda parte con vistas a repetir el triunfo económico. Había anzuelos de sobra por todos lados y, finalmente, se mordieron. Y sucedió lo mismo que ocurre con la mayoría de las secuelas nacidas de una gloria inesperada: el guion se torna menos trabajado, se pierde la sorpresa, se malogra la fascinación del proyecto anterior y se cae en una especie de caricatura del original.
Su director, Todd Phillips, posee una de las carreras profesionales más irregulares que conozco. Comenzó rodando comedias absurdas y sin interés. Dos de sus primeros títulos, “Viaje de pirados” y “Escuela de pringaos”, ya evidencian el tipo de largometraje ofrecido al espectador. Tras adaptar de forma torpe para la pantalla grande la serie televisiva “Starsky & Hutch”, se dio de bruces con la destacada repercusión de “Resacón en Las Vegas”. Hasta entonces, su cine ni me atraía ni me entretenía. Pero en 2016 estrenó “Juego de armas”, una cinta que sí provocó mis carcajadas y me mantuvo atento durante toda la proyección. Más tarde llegaría “Joker” (2019), constatando un notable salto de calidad en el cineasta. Sin embargo, con “Joker: Folie à Deux” vuelve a dar un paso atrás, arrastrado por esa absurda pretensión de alargar un historia que se había terminado perfectamente con su antecesora. Sea como fuere, la trama continúa.
Tras crear el caos, Arthur Fleck ha sido internado en un centro, a la espera de juicio por sus crímenes como “Joker”. Allí lidia con sus problemas mentales, pero encuentra un amor imprevisto y, además, descubre una pasión por la música.
Con independencia de que, en sus más de ciento treinta minutos, contenga secuencias llamativas y algún destello reflejado en la cinta previa, se nota la artificialidad del guion, impuesta por unos productores ávidos de más. Conserva el simbolismo de la mítica cara pintada, pero el trasfondo se presenta claramente más hueco. En determinados aspectos, se nota la careta y se aprecia el vacío que le envuelve.
Tampoco termina de funcionar en el plano de la música, y no me refiero a la calidad de las canciones, sino a su engarce con el marco cinematográfico. Se fuerza más, si cabe, el histrionismo del personaje, así como el impacto de los números musicales, pero pierde demasiada fuerza en cuanto a la esencia que encumbró a su predecesora. Desconozco si se reproducirá la antigua recaudación pero, a mi juicio, se llevará a cabo a costa de emborronar, más que de recalcar, los méritos del “Joker” de 2019.
Joaquin Phoenix, intérprete de papeles tan magníficos como los de “The Master”, “En la cuerda floja” o “Gladiator”, encabeza de nuevo el reparto. Bordea intencionadamente la frontera entre la recreación ajustada de la locura del personaje y la desproporción generada por querer dar más de sí. Le acompaña Stefani Joanne Angelina Germanotta, conocida popularmente por el nombre artístico de Lady Gaga, quien ha sido capaz de crear su propio perfil al margen de los que interpreta en la gran pantalla. No niego su habilidad, pero me resulta demasiado cargante y fingida.
Junto a ambos figuran algunos curtidos secundarios, como Brendan Gleeson (“Escondidos en Brujas”, “Green Zone: distrito protegido”, “Sufragistas”), Catherine Keener (“Cómo ser John Malkovich”, “Truman Capote”, “Begin Again”) o Steve Coogan (“Philomena”; “¿Qué hacemos con Maisie?”).