Revista Cultura y Ocio
La muerte ha alcanzado finalmente a Jorge Semprún, tras haberle seguido como un perro fiel más que como una amenaza durante la mayor parte de su larga e intensa vida. En realidad el primer Semprún murió a los 20 años en Buchenwald, casi en el mismo momento en que se presentaba en sociedad Federico Sánchez.
El joven Semprún había nacido en una familia de la gran burguesía madrileña, gente liberal, ilustrada y republicana, una verdadera rara avis en un país en el que la burguesía maridó pronto con la aristocracia en vez de enviarla al cadalso de la Historia. Jorge Semprún fue hijo de embajador de la República, exiliado temprano, resistente antifascista precoz y comunista de hierro forjado. Que en aquella Europa barrida por el tsunami nazi (aquello sí era un tsunami con todas las de la ley, y no las victorias electorales del PP español), Semprún acabara en un campo nazi de exterminio por el trabajo, parece una consecuencia inevitable. Ocurre que allá adentro se inició y creció un filósofo, político y sobre todo escritor gigantesco, que algunos años después, de vuelta a la lucha clandestina, esta vez contra el Régimen de Franco, tomaría el nombre de Federico Sánchez, un mito en la pelea por derribar el carro de mierda que era la España de aquél general de piernas cortas y voz aflautada, y una de las cumbres de las literaturas española y francesa, porque Semprún-Sánchez era más que un afrancesado un verdadero francés espiritual, y ello sin renunciar un ápice a su condición de español integral.
En 1964 Santiago Carrillo les echó a él y a Fernando Claudín del PCE. Suerte tuvieron de que en aquellos tiempos en el PCE y en su casa matriz, la URSS, ya se contentaran simplemente con excomulgar a los disidentes. En realidad a Semprún y a Claudín les echaron del PCE precisamente por ser comunistas, pero esa es otra historia. Luego Semprún evolucionó políticamente, se distanció de las siglas sin moverse del ámbito de las izquierdas, y en 1988 recibió una oferta de Felipe González para ser ministro de Cultura; para asombro de propios y extraños la aceptó, y fue un excelente ministro. Para entonces Federico Sánchez había muerto asesinado por un Jorge Semprún redivivo, que después de años de cargar a sus espaldas con la memoria de Buchenwald había comenzado a desgranarla en libros que da escalofríos leerlos. Un poco antes había dejado constancia de que seguía en la brecha de la lucha política desde la izquierda, "muertas las certidumbres pero vivas las ilusiones" como solía decir, en guiones de películas tan emblemáticas como "La guerra ha terminado" y "Z".
Su memoria vital y política, fijada por escrito a a modo de testamento anticipado, la repartió finalmente en dos libros, verdaderos ajustes de cuentas consigo mismo y con su tiempo político: "Autobiografía de Federico Sánchez" y "Federico Sánchez se despide de ustedes". Son libros ácidos, descarnados y llenos de ironía, que conviene leer para dimensionar adecuadamente en su estatura humana -a veces, miserablemente humana- a los dioses políticos del último medio siglo español.
Escribe hoy Javier Pradera en El País que según algunos viejos camaradas de los años cincuenta, fue Federico Sánchez quien creó a Jorge Semprún y no al revés. Es posible. En todo caso, Semprún y Sánchez acaban de desaparecer de escena para siempre, dejándonos un poco más pobres espiritualmente y más desnortados políticamente en esta Europa cuya idea, como dijo Semprún el año pasado durante su último viaje a Buchenwald, comenzó a forjarse precisamente tras las alambradas nazis, cuando hombres de todos los rincones del Viejo Continente se reconocían como camaradas de infortunio y se aprestaban a darse apoyo mutuo. Decía Semprún que fue la lucha antifascista la que creó la idea de la Europa unida. Jorge Semprún se ha ido cuando politicastros y juntaletras están demediando esa hermosa y sagrada idea, hasta dejarla irreconocible; Semprún se ha ido en suma, cuando más necesitamos su insobornable lucidez.
En la imagen, Jorge Semprún hablando en Buchenwald el 12 de abril de 2010, en los actos conmemorativos de la liberación de ese campo.