Revista Cultura y Ocio

José María Valverde: la vida de las palabras

Publicado el 01 febrero 2011 por Santiagobull
José María Valverde: la vida de las palabras
En el mundo de las letras hay todo tipo de sujetos. Unos pasan como grandes, y permanecen grandes aunque les caiga el olvido con todo su peso encima; están los que brillan mucho y, al par de años (o meses) ya ni en su casa se sabe quiénes son; otros suenan una vez y nunca más se dejan silenciar; otros brotan en silencio y recién al cabo de muchos años es que todo el mundo se entera de quién carajo era ese tipo tan inmortal. Y ya se imaginarán: etcétera, etcétera, ectérera. Y existe, también, otro tipo de hombre de letras: el académico, el estudioso esmerado y genial que, sabiendo que su trabajo va a ser aclamado y admirado, la mayor parte de las veces, sólo en el aula de estudios, logra crear un canon propio, sacando a relucir lo mejor de otros autores y dando, a cada uno de ellos, un nuevo giro, personal y fulminante. Claro que no todos los académicos llegan a tanto, pero creo que es un buen momento para recordar a uno de los más grandes del rubro, a un verdadero genio que, aún cuando su nombre le suene poco o nada a la mayor parte de los mortales, es de los que con mayor maestría a empuñado una pluma.José María Valverde, valenciano de nacimiento y universal por vocación, lo fue todo: un pertinente y atinado crítico literario, un filólogo de la alta escuela, un traductor con personalidad, filósofo e historiador de la filosofía, catedrático, ensayista y poeta con más de un brillo. Yo ya no recuerdo cuándo su nombre empezó a significar algo para mí, pero calculo que debió ser mientras leía un estudio crítico sobre Schiller. Después, me encontré con su nombre miles de veces: en estudios críticos sobre Gógol, Joyce, Shakespeare y demás, por ejemplo. Luego, me topé con sus traducciones: las obras completas de Shakespeare, el Ulysses de Joyce, Goethe, Byron, Keats, Kavafys, el Nuevo Testamento, Heidegger, Faulkner, Novalis y un largo etcétera son autores que él, dándose el lujo de dar un toque personal a la vez que tratando de respetar el estilo del idioma original, ha traducido al español. También ha hecho ediciones de autores clásicos de nuestro idioma (Calderón entre ellos), y ha escrito, junto con ese otro maestro que fue el medievalista Martín de Riquer, una fascinante, amplia y muy bien escrita Historia de la Literatura Universal. En el terreno de la filosofía (que fue lo que estudió), su principal interés fue la filosofía del lenguaje, y ha hecho algunos estudios, que por desgracia aún no he leído, sobre Humboldt y Nietzsche, entre otros. También es el autor de un libro que nunca me canso recomendar, y que lleva por título Vida y muerte de las ideas. Se trata de una admirable y breve historia de la filosofía, que la propone como una suerte de "desarrollo": pasa de girar en torno de las "ideas" (piensen en Platón, muchachos) a centrarse en el lenguaje, que como dijo el mismo John Searle es la reflexión de la filosofía sobre su propio medio de expresión. Bueno, pero dejémonos de catálogos. Para mí, José María Valverde es admirable no sólo por su infinito mar de lecturas, su habilidad de pensamiento y su atinadísima capacidad reflexiva. Es, también, un escritor sereno, capaz de convertir una materia espinosa en un prado sobre el que uno puede revolcarse si quiere. Basta que leamos lo que él tiene para decirnos sobre un autor para que enseguida podamos sentirlo cercano, como un amigo, aún si se trata de un monstruo del tamaño de Goethe, Shakespeare o Joyce. Recuerdo haber conocido a un filólogo catalán que me contó que había sido alumno de Valverde cuando todavía estudiaba para arquitecto, en un curso sobre estética arquitectónica, y me dijo que el viejo catedrático no sólo sabía todo lo que había que saber de arquitectura e historia del arte, sino que encima lo exponía con una destreza y una pasión inigualables (yo, por supuesto, estaba verde de la envidia). Como tantos grandes hombres, murió pronto, demasiado pronto, cuando apenas tenía cincuenta años. Carlos Pujol, otro académico brillante, escribió sobre él unas palabras memorables, que procedo a citar: "Era un hombre -al que el cáncer se llevó prematuramente, cuando aún hubiera podido añadir mucho más a su ya considerable obra- de apariencia seria, pero muy propenso a desvelar por medio de la ironía el lado oscuro de las cosas; inquieto y apasionado, cultísimo, no menos atractivo que Riquer en sus clases, aunque de un modo muy diverso; alternando la vehemencia y la sorna, la iluminadora cita de algún poeta con la frase coloquial o el chiste que daba inesperadas dimensiones al asunto del que estaba hablando".Una de esas personalidades, pues, que dejan su huella muy clara en el paso de los años, aunque no sean tantos los que reparen en ella. De alguna forma, la forma en que él leyó a los autores sobre los que ha escrito ha marcado, también, y aunque no nos demos por enterados, la forma en que nosotros los leemos hoy, tantos años después; un hombre para el que, en palabras de Pujol, "la literatura no se conformaba con un muestrario de palabras bellas y sonoras, sino que tenía que ser también un medio misterioso y acuciante de ir más allá".
El silencioYo te espero, mi amor, para el silencio.
¿Para qué cantar más cuando ya seas cierta?
              
Cansado de gritar de maravilla,
cansado del asombro sin palabras,
me callaré despacio, como el niño feliz
que se duerme, en las manos el juguete.
              
Tardarás mucho tiempo en dormirme del todo,
en borrarme los últimos recuerdos que me hieren,
lentísimos recuerdos sin forma ni sustancia;
sombra más bien, o sangre y carne casi,
con raíces que entraron mientras iba creciendo.
              
Y tendré el blanco sueño de la infancia
desde el que hablaba a Dios, aun a mi lado;
aquel sueño, tan cerca de la muerte,
que podía llegar, serena, clara,
a volverme a mi origen, aun casi en el recuerdo.
              
Sueño que no será como el de ahora,
lleno de ávidos pozos, de agujeros
que de repente se abren a la nada;
porque tendrá, disuelta en su materia,
como nana de madre,
tu voz muda, la luz de tu existencia,
tapizando las salas de mi sueño.
              
No me pidas que cante cuando vengas.
Cansado estoy del canto. Tú has de ser la paz última
el blanco umbral de Dios...
              
Sólo oirás mi silencio, como rumor de fuente,
como la paz de un lago, creada por tus manos,
trayéndote el reflejo de Dios para alabarte.
Confundidas las almas
en las anchas llanuras del silencio, en su noche
sin borde, esperaremos...  

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