En su momento los grupos de los Vanyar y los Noldor llegaron a las últimas costas occidentales de las Tierras de Aquende. En el norte estas costas, en los antiguos días que siguieron a la Batalla de los Poderes, se curvaban hacia el oeste, hasta que en el extremo norte de Arda, sólo un mar estrecho dividía Aman, donde se levantaba Valinor, de las Tierras de Aquende; pero este mar estrecho estaba lleno de hielos crujientes por causa de la violencia de las heladas de Melkor. Por tanto Oromë no condujo a las huestes de los Eldalië hacia el norte lejano, sino que las llevó a las dulces tierras en torno al Río Sirion, que se llamaron más tarde Beleriand; y a partir de estas costas, desde las que al principio los Eldar contemplaron el Mar, con temor y maravilla, se extendía un océano ancho y oscuro y profundo, entre ellos y las Montañas de Aman.
Pues bien, Ulmo, por consejo de los Valar, acudió a las costas de la Tierra Media y habló con los Eldar que aguardaban allí, contemplando las olas oscuras; y por causa de sus palabras y de la música que hizo para ellos con cuernos de madreperla, el temor que les despertaba el mar se convirtió de algún modo en deseo. Por tanto, Ulmo arrancó una isla que durante mucho tiempo se había levantado solitaria en medio del mar, lejos de ambas costas, desde los tumultos de la caída de Illuin, y con ayuda de sus servidores la arrastró como si fuera un poderoso navío, y la ancló en la Bahía de Balar, en la que se volcaban las aguas del Sirion. Entonces los Vanyar y los Noldor embarcaron en la isla y fueron llevados por el mar, y llegaron por fin a las largas costas bajo las Montañas de Aman; y entraron en la dichosa Valinor y allí fueron bienvenidos. Pero el cuerno oriental de la isla, que estaba profundamente encallado en los bajíos de las Desembocaduras del Sirion, se quebró y quedó atrás; y ésa, se dice, fue la Isla de Balar, que más adelante visitó Ossë con frecuencia.
Pero los Teleri permanecían todavía en la Tierra Media, porque habitaban en Beleriand Oriental, lejos del mar, y no oyeron la convocatoria de Ulmo asta que fue demasiado tarde; y muchos buscaban todavía a Elwë, su señor, y no estaban dispuestos a partir sin él. Pero cuando supieron que Ingwë y Finwë y sus pueblos habían partido, muchos de los Teleri se precipitaron a las costas de Beleriand y habitaron en adelante cerca de las Desembocaduras del Sirion, añorando a los amigos que habían partido; y escogieron a Olwë, hermano de Elwë, como rey. Largo tiempo se quedaron en las costas del Mar Occidental, y Ossë y Uinen fueron a visitarlos y los ayudaron; y Ossë los instruyó sentado sobre una roca cerca de la orilla de la tierra, y de él aprendieron todas las ciencias del mar y de la música del mar. Así fue que los Teleri, que desde un principio amaron el agua, y los mejores cantantes de entre todos los Elfos, se enamoraron luego de los mares, y en sus cantos se oyó con frecuencia y desde entonces el sonido de las olas en la costa.
Transcurrieron muchos años y Ulmo escuchó las plegarias de los Noldor y de Finwë, el rey, quienes lamentaban la larga separación de los Teleri, y le rogaban que los llevara a Aman, si ellos venían a buscarlos. Y la mayor parte de ellos estaban ahora por cierto dispuestos a partir; pero grande fue el dolor de Ossë cuando Ulmo volvió a las costas de Beleriand para llevárselos a Valinor; pues él cuidaba de los mares de la Tierra Media y de las costas de las Tierras de Aquende, y le entristecía que las voces de los Teleri ya no se escucharan en ese dominio. A algunos los persuadió de que se quedaran; y fueron ellos los Falathrim, los Elfos de las Falas, quienes en días posteriores moraron en los puertos de Brithombar y Eglarest, los primeros marineros de la Tierra Media y los primeros constructores de navíos. Círdan, el Carpintero de Barcos, fue señor de todos ellos.
Los parientes y amigos de Elwë Singollo también se quedaron en las Tierras de Aquende, pues lo buscaban todavía, aunque de buena gana hubieran partido a Valinor y a la luz de los Árboles, si Ulmo y Olwë hubieran estado dispuestos a demorarse un tanto. Pero Olwë quería irse, y por fin el grupo principal de los Teleri se embarcó en la isla y Ulmo se los llevó lejos. Entonces los amigos de Elwë quedaron atrás, y se dieron a sí mismos el nombre de Eglath, el Pueblo Abandonado. Vivieron en los bosques y las colinas de Beleriand en lugar de hacerlo junto al mar, que los ponía nostálgicos; pero llevaban siempre en los corazones el deseo de Aman.
Pero cuando Elwë despertó de aquel prolongado trance, acudió desde Nan Elmoth en compañía de Melian, y desde entonces vivieron en los bosques interiores. Aunque mucho había deseado volver a ver la luz de los Árboles, en la cara de Melian contemplaba la luz de Aman como en un espejo sin nubes, y en esa luz encontraba contento. Las gentes se reunieron alrededor de él, regocijadas, y asombradas, porque aunque había sido hermoso y noble, parecía a lora un señor de los Maiar: los cabellos de plata gris, y de talla más elevada que ninguno de los Hijos de Ilúvatar, y un muy alto destino tenía por delante.
Ossë siguió a la hueste de Olwë, y cuando hubieron llegado a la Bahía de Eldamar (que es el Hogar de los Elfos), los convocó a todos; y ellos reconocieron la voz y rogaron a Ulmo que detuviera el viaje. Y Ulmo accedió, y llamó a Ossë, que amarró la isla y la arraigó en los cimientos marinos. Lo hizo Ulmo de buen grado, pues comprendía el corazón de los Teleri, y en el consejo de los Valar había hablado en contra del llamamiento, pues creía mejor para los Quendi que se quedaran en la Tierra Media. Los Valar se alegraron muy poco al enterarse de lo que había hecho; y Finwë se lamentó ante la ausencia de los Teleri y más todavía cuando supo que habían abandonado a Elwë, y que ya no volvería a verlo excepto en los salones de Mandos. Pero la isla no volvió a ser trasladada y quedó allí sola en la Bahía de Eldamar; y recibió el nombre de Tol Eressëa, la Isla Solitaria. Allí habitaron los Teleri como lo desearon bajo las estrellas del cielo, y sin embargo a la vista de Aman y de las costas inmortales, y por esa larga estadía en la Isla Solitaria la lengua de ellos fue separándose de la de los Vanyar y los Noldor.
A éstos les habían dado los Valdar una tierra y una morada. Aun entre las flores radiantes de los jardines, iluminados por los Árboles de Valinor, deseaban a veces contemplar las estrellas; y por tanto se abrió un hueco en los grandes muros de las Pelóri, y allí, en un valle profundo que descendía hasta el mar, los Eldar levantaron una elevada colina verde: Túna se la llamó. La luz de los Árboles se derramaba sobre ella desde el oeste, y la sombra apuntaba siempre al este, a la Bahía del Hogar de los Elfos y la Isla Solitaria y los Mares Sombríos. Entonces a través del Calacirya, el Paso de la Luz, el resplandor del Reino Bendecido fluía encendiendo las ondas oscuras de plata y de oro, y rozaba la Isla Solitaria, y la costa occidental se extendía verde y hermosa. Allí se abrieron las primeras flores que hubo al este de las Montañas de Aman.
En lo alto de Túna se levantó la ciudad de los Elfos, los blancos muros y terrazas de Tirion; y la más alta torre de esa ciudad fue la Torre de Ingwë, Mindon Eldaliéva, cuya lámpara de plata brillaba a lo lejos entre las nieblas del mar. Pocos son los barcos de los Hombres mortales que hayan visto ese esbelto rayo de luz. En Tirion, sobre Túna, los Vanyar y los Noldor vivieron largo tiempo como amigos. Y de cuanto había en Valinor amaban sobre todo al Árbol Blanco, de modo que Yavanna hizo para ellos un árbol a imagen del Telperion, aunque no daba luz propia; Galathilion se llamó en lengua Sindarin. Este árbol se planto en el patio bajo la Mindon, y allí floreció, y os hijos de sus semillas fueron muchos en Eldamar. De entre éstos se plantó uno más tarde en Tol Eressëa, y prosperó allí y recibió el nombre de Celeborn; de él nació en la plenitud del tiempo, como se cuenta en otra parte, Nimloth, el Árbol Blanco de Númenor.
Manwë y Varda amaban sobre todo a los Vanyar, los Hermosos Elfos; pero los Noldor eran los amados de Aulë, y él y los suyos los visitaban con frecuencia. Grandes fueron los conocimientos y habilidades que mostraron, pero más grande aún era la necesidad que tenían de más conocimientos, y en muchas cosas pronto sobrepasaron a los maestros. Hablaban un lenguaje que no dejaba de cambiar, porque sentían un gran amor por las palabras y siempre querían encontrar nombres más precisos para las cosas que conocían o imaginaban. Y sucedió que los albañiles de la casa de Finwë, que excavaban en las colinas en busca de piedra (pues se deleitaban en la construcción de altas torres), descubrieron por primera vez las gemas de la tierra, y las extrajeron en incontables miríadas; e inventaron herramientas para cortar las gemas y darles forma y las tallaron de múltiples maneras. No las atesoraron, sino que las repartieron libremente, y con este trabajo enriquecieron a toda Valinor.
Los Noldor volvieron más adelante a la Tierra Media, y esta historia cuenta principalmente lo que hicieron, por tanto los nombres y parentescos de los príncipes pueden señalarse aquí en la forma que esos nombres tuvieron más tarde en la lengua élfica de Beleriand.
Finwë era Rey de los Noldor. Los hijos de Finwë fueron Fëanor y Fingolfin y Finarfin; pero la madre de Fëanor fue Míriel Serindë, mientras que Indis, de los Vanyar, fue la madre de Fingolfin y Finarfin.
Fëanor era el más poderoso en habilidades de manos y de palabra, y más instruido que sus hermanos; su espíritu ardía como una llama. Fingolfin era el más fuerte, el más firme y el más valiente. Finarfin era el más hermoso y el más sabio de corazón y más tarde fue amigo de los hijos de Olwë, Señor de los Teleri, y tuvo por esposa a Eärwen, la doncella cisne de Alqualondë, hija de Olwë.
Los siete hijos de Fëanor fueron Maedhros el Alto; Maglor el poderoso cantor, cuya voz se escuchaba desde lejos por sobre las tierras y el mar; Celegorm el Hermoso, y Caranthir el Oscuro; Curufin el Hábil, que del padre heredó sobre todo la habilidad manual; y los más jóvenes, Amrod y Amras, que eran gemelos, iguales de temple y rostro. En días posteriores fueron grandes cazadores en los bosques de la Tierra Media; y también fue cazador Celegorm, quien en Valinor fue amigo de Oromë y siguió a menudo el cuerno del Vala.
Los hijos de Fingolfin fueron Fingon, que fue luego Rey de los Noldor en el norte del mundo, y Turgon señor de Gondolin; su hermana era Aredhel la Blanca, más joven en los años de los Eldar que sus hermanos, y cuando alcanzó la plenitud en estatura y belleza, fue alta y fuerte, y amaba cabalgar y cazar en los bosques. Allí estaba con frecuencia en compañía de los hijos de Fëanor, sus parientes; pero a ninguno de ellos dio el amor de su corazón. Ar-Feiniel se llamaba, la Blanca Señora de los Noldor, porque era pálida, aunque de cabellos oscuros, y nunca vestía sino de plata y blanco.
Los hijos de Finarfin fueron Finrod el Fiel (que recibió más adelante el nombre de Felagund, Señor de las Cavernas), Orodreth, Angrod y Aegnor; los cuatro tan amigos de los hijos de Fingolfin como si todos hubieran sido hermanos. La hermana de ellos, Galadriel, era la más hermosa de la casa de Finwë; tenía los cabellos iluminados de oro, como si hubiera atrapado en una red el resplandor de Laurelin.
Ha de referirse aquí cómo los Teleri llegaron por fin a la tierra de Aman. Durante toda una larga edad habitaron en Tol Eressëa; pero poco a poco hubo un cambio en ellos y fueron atraídos por la luz que fluía sobre el mar hacia la Isla Solitaria. Se sentían desgarrados entre el amor a la música de las olas sobre las costas y el deseo de ver otra vez a las gentes de su linaje, y contemplar el esplendor de Valinor; pero al final el deseo de la luz fue el más poderoso. Por tanto, Ulmo, sometido a la voluntad de los Valar, les envió a Ossë, amigo de ellos, y éste, aunque entristecido, les enseño e arte de construir naves, y cuando las naves estuvieron construidas, les llevó como regalo de despedida muchos cisnes de alas vigorosas. Entonces los cisnes arrastraron las blancas naves de los Teleri por sobre el mar sin vientos; y así, por último y los últimos, llegaron a Aman y a las costas de Eldamar.
Allí vivieron, y si lo deseaban podían ver la luz de los Árboles, e ir por las calles doradas de Valmar y las escaleras de cristal de Tirion, en Túna, la colina verde, pero sobre todo navegaban en las rápidas naves por las aguas de la Bahía del Hogar de los Elfos o andaban por entre las olas en la costa con los cabellos resplandecientes a la luz de más allá de la colina. Muchas joyas les dieron los Noldor, ópalos y diamantes y cristales pálidos, que ellos esparcieron sobre las costas y arrojaron a los estanques; maravillosas eran las playas de Elendë en aquellos días. Y extrajeron muchas perlas del mar, y sus estancias eran de perlas y de perlas las mansiones de Olwë en Alqualondë, el Puerto de los Cisnes, iluminado por muchas lámparas. Porque ésa era la ciudad de los Teleri, y el puerto de sus navíos, y éstos tenían forma de cisnes, con picos de oro y ojos de oro y azabache. El portal del puerto era un arco abierto en la roca viva tallada por las aguas; y se alzaba en los confines de Eldamar, al norte del Calacirya, donde la luz de las estrellas era clara y brillante.
Con el paso de las edades los Vanyar llegaron a amar la tierra de los Valar y la plena luz de los Árboles, y abandonaron la ciudad de Tirion, sobre Túna, y habitaron en adelante en la montaña de Manwë o en los alrededores de las llanuras y los bosques de Valinor, y se separaron de los Noldor. Pero el recuerdo de la Tierra Media bajo las estrellas no se borró en el corazón de los Noldor, y moraron en el Calacirya, y en las colinas y los valles a donde llegaba el sonido del mar occidental, y aunque muchos de entre ellos iban a menudo a la tierra de los Valar, emprendiendo viajes distantes y explorando los secretos de la tierra y del agua y de todos los seres vivientes, sin embargo los pueblos de Túna y de Alqualondë estaban unidos en aquellos días. Finwë reinaba en Tirion y Olwë en Alqualondë; pero Ingwë fue siempre tenido por el Rey Supremo de todos los Elfos. Moró en adelante a los pies de Manwë, en Taniquetil.
Fëanor y sus hijos rara vez vivían en un mismo lugar mucho tiempo, y viajaban muy lejos por los confines de Valinor, llegando aun hasta los bordes de la Oscuridad y las frías costas del Mar Exterior en busca de lo desconocido. Con frecuencia eran huéspedes en los salones de Aulë; pero Celegorm iba sobre todo a la morada de Oromë, y allí adquirió un gran conocimiento de los pájaros y las bestias, y entendía todas sus lenguas. Porque todos los seres vivientes que están o han estado en el Reino de Arda, salvo sólo las criaturas salvajes y malignas de Melkor, vivían entonces en la tierra de Aman; y había también muchas criaturas nunca vistas en la Tierra Media y que quizá tampoco se verán ahora, pues la hechura el mundo había cambiado.