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J.R.R. Tolkien – De la llegada de los Elfos y el cautiverio de Melkor – Quenta Silmarillion

Publicado el 26 julio 2015 por Diego Diego F Ospina @DiegO_OzpY
J.R.R. Tolkien – De la llegada de los Elfos y el cautiverio de Melkor – Quenta Silmarillion

Durante largos años los Valar vivieron en beatitud a la luz de los Árboles más allá de las Montañas de Aman, pero un crepúsculo estelar cubría toda la Tierra Media. Mientras las Lámparas habían brillado, surgió allí una vegetación que luego fue estorbada, porque todo se hizo otra vez oscuro. Pero las más antiguas criaturas vivientes habían aparecido ya: en los mares las grandes algas, y en la tierra la sombra de grandes árboles; y en los valles que la noche vestía había oscuras criaturas, antiguas y vigorosas. A esas tierras y bosques, los Valar iban rara vez, salvo Yavanna y Oromë; y Yavanna andaba allí por las sombras, lamentando que el nacimiento y la promesa de la Primavera de Arda se hubiesen diferido. Y puso a dormir a muchas criaturas nacidas en la Primavera, para que no envejecieran, y aguardaran el momento de despertar, que no había llegado aún.
Pero en el norte Melkor cobraba fuerzas, y no dormía, pero vigilaba, y trabajaba; y las criaturas malignas que él había pervertido andaban por las tierras vecinas, y los bosques oscuros y adormilados eran frecuentados por monstruos y formas espantosas. Y en Utumno reunió a sus demonios, los espíritus que se le unieron desde un principio en los días de esplendor y que más se le asemejaban en corrupción: sus corazones eran de fuego; pero un manto de tinieblas los cubría, y el terror iba delante de ellos; tenían látigos de llamas. Balrogs se los llamó en la Tierra Media en días posteriores. Y en ese tiempo oscuro Melkor creó muchos otros monstruos de distintas formas y especies que durante mucho tiempo perturbaron el mundo; y el reino fue extendiéndose hacia el sur por sobre la Tierra Media.
Y Melkor levantó también una fortaleza y armería no lejos de las costas noroccidentales del mar para resistir a cualquier ataque que viniera de Aman. La fortaleza era mandada por Sauron, teniente de Melkor; y se le daba el nombre de Angband.
Sucedió que los Valar se reunieron en consejo, turbados por las nuevas que Yavanna y Oromë traían de las Tierras Exteriores; y Yavanna habló ante los Valar diciendo: -Oh, vosotros, poderosos de Arda, la Visión de Ilúvatar fue breve y nos la quitaron pronto, de modo que quizá no podamos sospechar, dentro de un estrecho margen de días, la hora señalada. Esto, sin embargo, tened por seguro: se aproxima la hora, nuestra esperanza tendrá respuesta antes que esta edad termine, y los hijos despertarán. ¿Dejaremos, pues, las tierras que serán su morada, desoladas e invadidas por poderes malignos? ¿Darán a Melkor el nombre de "señor" mientras Manwë está sentado en Taniquetil?
Y Tulkas gritó: -¡No! ¡Hagamos la guerra sin demora! ¿Acaso no hace mucho que descansamos de la lucha y no se ha renovado ya nuestra fuerza? ¿Se nos opondrá uno solo para siempre?
Pero por mandato de Manwë habló Mandos, y dijo: -Los Hijos de Ilúvatar vendrán en esta edad por cierto, pero no todavía. Se ha proclamado además que los Primeros Nacidos llegarán en la oscuridad y primero contemplarán las estrellas. Verán la gran luz cuando empiecen a menguar, y acudirán a Varda cada vez que lo necesiten.
Entonces Varda abandonó el consejo y desde las alturas de Taniquetil contempló la oscuridad de la Tierra Media bajo las estrellas innumerables, débiles y distantes, e inició entonces un gran trabajo, la mayor de las labores de los Valar desde que llegaran a Arda. Recogió el rocío plateado de las tinas de Telperion, y con él hizo estrellas nuevas y más brillantes preparando la llegada de los Primeros Nacidos; por eso, a quien desde la profundidad de los tiempos y los trabajos de Eä se llamó Tintallë, la Iluminadora, los Elfos le dieron más tarde el nombre de Elentári, Reina de las Estrellas. También entonces hizo ella Carnil y Luinil, Nénar y Lumbar, Alcarinquë y Elemmírë, y reunió muchas otras de las antiguas estrellas y las puso como signos en los cielos de Arda: Wilwarin, Telumendil, Soronúmë y Anarríma; y Menelmacar, con un cinturón resplandeciente que presagia que la Última Batalla se librará al final de los días. Y alta en el norte, como reto a Melkor, echó a girar la corona de siete poderosas estrellas: Valacirca, la Hoz de los Valar y signo de los hados.
Se dice que al poner fin Varda a estos trabajos, y muy largos que fueron, cuando Menelmacar entró en el cielo por primera vez y el fuego azul de Helluin flameó en las nieblas por sobre los confines del mundo, a esa misma hora despertaron los Hijos de la Tierra, los Primeros Nacidos de Ilúvatar. Junto a la laguna de Cuiviénen, el Agua del Despertar, iluminada de estrellas, se levantaron del sueño de Ilúvatar, y mientras permanecían aún en silencio junto a Cuiviénen, miraron y contemplaron antes que ninguna otra cosa las estrellas del cielo. Por tanto, han amado siempre la luz de las estrellas, y veneran a Varda Elentári por sobre todos los Valar.
En los cambios del mundo, las formas de las tierras y de los mares se han destruido y reconstruido; los ríos no han conservado su curso, ni las montañas se han mantenido firmes; y no hay retorno a Cuiviénen. Pero se dice entre los Elfos que Cuiviénen estaba muy lejos al este de la Tierra Media y hacia el norte, y que era una bahía del Mar Interior de Helcar; y ese mar se encontraba donde habían estado las raíces de la montaña de Illuin antes de que Melkor la derribara. Muchas aguas fluían hacia allí desde las alturas del este, y lo primero que oyeron los Elfos fue el sonido de una corriente de agua, y el sonido del agua al caer sobre las piedras.
Mucho tiempo habitaron en esta primera morada junto al agua bajo las estrellas, y recorrían la tierra maravillados; y empezaron a hablar y a dar nombre a todas las cosas que percibían. A sí mismos se llamaron los Quendi, que significa "los que hablan con voces"; porque hasta entonces no habían descubierto criatura alguna que hablara o cantara.
Y una vez sucedió que Oromë cabalgó hacia el este en el curso de una cacería, y se volvió al norte junto a las costas del Helcar y pasó bajo las sombras de las Orocarni, las Montañas del Este. Entonces, de pronto, Nahar lanzó un gran relincho y se mantuvo inmóvil. Y Oromë, intrigado, permaneció en silencio, y le pareció que en la quietud de la tierra bajo las estrellas oía a lo lejos el sonido de muchas voces que cantaban.
Así fue que los Valar encontraron al fin, casi por azar, a aquellos que durante tanto tiempo habían esperado. Y Oromë se asombró al contemplar a los Elfos, como si fueran seres repentinos, maravillosos e imprevistos, porque así les sucederá siempre a los Valar. Desde fuera del Mundo, aunque todas las cosas puedan preconcebirse en la Música o preverse en una visión lejana, a los que en verdad penetran en Eä las criaturas siempre los sorprenderán, como algo novedoso que nunca fue anunciado.
En el principio los Hijos Menores de Ilúvatar eran más fuertes y más grandes de lo que fueron luego; pero no más hermosos, porque aunque la belleza de los jóvenes Quendi sobrepasaba a todo lo creado por Ilúvatar, no se ha desvanecido, sino que vive en el Occidente, y el dolor y la sabiduría la han acrecentado. Y Oromë amó a los Quendi, y los llamó en la lengua de ellos Eldar, el Pueblo de las Estrellas, pero ese nombre sólo lo llevaron después los que siguieron a Oromë por el camino del oeste.
Pero muchos Quendi se aterraron con la llegada de Oromë, y la causa era Melkor. Porque de acuerdo con las conclusiones de los sabios, Melkor, siempre vigilante, fue el primero en conocer el despertar de los Quendi, y envió sombras y espíritus malignos para que los espiaran y los acecharan. De modo que algunos años antes de la llegada de Oromë, no era infrecuente que si alguno de los Elfos se aventuraba lejos, solo o con escasa compañía, desapareciese y no volviese nunca; y los Quendi dijeron que el Cazador los había atrapado, y tuvieron miedo. Y, por cierto los más antiguos cantos de los Elfos, cuyos ecos se recuerdan todavía en el Occidente, hablan de formas sombrías que recorrían las colinas por sobre Cuiviénen y ocultaban súbitamente las estrellas; y del Jinete Oscuro que montaba un caballo salvaje y perseguía a los extraviados para atraparlos y comérselos. Ahora bien, Melkor sentía gran odio y temor por las cabalgatas de Oromë, y no se sabe si mandó en efecto a sus oscuros servidores a guisa de jinetes, o si envió a lo lejos engañosos rumores, con el fin de que los Quendi se apartaran de Oromë si alguna vez lo encontraban.
Así fue que cuando Nahar relinchó y Oromë estuvo realmente entre los Quendi, algunos de ellos se escondieron, y otros huyeron y se extraviaron. Pero los que tenían más coraje y se quedaron, comprendieron en seguida que el Gran Jinete no era una forma llegada de la oscuridad; porque en el rostro de Oromë estaba la luz de Aman, y los más nobles de entre los Elfos se sintieron atraídos por esa luz.
Pero de los desdichados que cayeron en la trampa de Melkor, poco se sabe con certidumbre. Porque ¿quién de entre los vivos ha descendido a los abismos de Utumno o ha explorado las tinieblas de los consejos de Melkor? Dicen los sabios de Eressëa que todos los Quendi que cayeron en manos de Melkor, antes de la caída de Utumno, fueron puestos en prisión, y por las lentas artes de crueldad, corrompidos y esclavizados; y así crió Melkor la raza de los Orcos, por envidia y en mofa de los Elfos, de los que fueron después los más fieros enemigos. Porque los Orcos tenían vida y se multiplicaban de igual manera que los Hijos de Ilúvatar, y Melkor, desde que se rebelara en la Ainulindale antes del Principio, nada podía hacer que tuviera vida propia ni apariencia de vida, así dicen los sabios. Y en lo profundo del oscuro corazón, los Orcos abominaban del Amo a quien servían con miedo, el hacedor que sólo les había dado desdicha. Quizá sea ésta la más vil de las acciones de Melkor, y la más detestada por Ilúvatar.
Oromë se demoró un tanto entre los Quendi, y luego volvió cabalgando de prisa por tierra y mar a Valinor y le llevó la nueva a Valmar; y habló de las sombras que perturbaban a Cuiviénen. Entonces los Valar se regocijaron, aunque todavía tenían alguna duda, y durante un tiempo discutieron qué consejo adoptar para proteger a los Quendi de la sombra de Melkor. Pero Oromë volvió en seguida a la Tierra Media y habitó con los Elfos.
Manwë estuvo pensando largo tiempo en Taniquetil, y buscó el consejo de Ilúvatar. Y descendiendo luego a Valmar, convocó a los Valar al Anillo del Juicio y aun Ulmo acudió desde el Mar Exterior.
Entonces Manwë dijo a los Valar: -Este es el consejo de Ilúvatar en mi corazón: que recobremos otra vez el dominio de Arda a cualquier precio y libremos a los Quendi de la sombra de Melkor-. Tulkas se alegró entonces, pero Aulë se sintió dolido pensando en las heridas que esa lucha abriría en el mundo. Pero los Valar se prepararon y partieron de Aman en pie de guerra, resueltos a atacar la fortaleza de Melkor y ponerle fin. Nunca olvidó Melkor que esta guerra se libró para salvación de los Elfos y que ellos fueron la causa de que él cayera. No obstante, los Elfos no tuvieron parte en esos hechos, y poco saben de la cabalgata del poder del Oeste contra el Norte al principio de los días élficos.
Melkor salió al encuentro de la arremetida de los Valar en el noroeste de la Tierra Media, y toda esa región quedó muy destruida. Pero la primera victoria de los ejércitos del Occidente fue rápida, y los servidores de Melkor huyeron ante ellos a Utumno. Entonces los Valar cruzaron la Tierra Media y montaron guardia en Cuiviénen; y desde entonces los Quendi nada supieron de la gran Batalla de los Poderes, salvo que la Tierra se sacudía y rugía por debajo de ellos y que las aguas se levantaban y que en el norte brillaban luces como de fuegos poderosos. Largo y penoso fue el sitio, y muchas batallas se libraron delante de las puertas de Utumno, que los Elfos sólo conocieron de oídas. En ese tiempo cambió la forma de la Tierra Media, y el Gran Mar que la separaba de Aman se volvió más ancho y profundo; e irrumpió en las costas y abrió un golfo en el sur. Muchas bahías menores aparecieron entonces entre el Gran Golfo y Helcaraxë, lejos, al norte, donde la Tierra Media y Aman casi se unían. De éstas la Bahía de Balar era la principal; y en ella desembocaba el poderoso Río Sirion que descendía de las altas tierras recién levantadas en el norte: Dorthonion y las montañas en torno a Hithlum. La desolación se extendió por las tierras del norte lejano en esos días; pues allí fue excavada la profunda Utumno y en esos abismos ardían muchos fuegos y se ocultaban las huestes que servían a Melkor.
Pero al fin las puertas de Utumno fueron derribadas y los techos se hundieron, y Melkor se refugió en el más profundo de los abismos. Entonces Tulkas se adelantó como campeón de los Valar y luchó con él y lo tendió de bruces; y lo sujetó con la cadena Angainor que Aulë había forjado, y lo llevó cautivo; y de este modo hubo paz en el mundo durante un largo tiempo.
Pero los Valar no descubrieron todas las poderosas bóvedas y cavernas ocultas con malicioso artificio bajo las fortalezas de Angband y Utumno. Muchas cosas malignas había aún allí, y otras se dispersaron y volaron en la oscuridad, y erraron por los sitios baldíos del mundo, a la espera de una hora más maligna; y a Sauron no lo encontraron.
Pero cuando la Batalla hubo terminado, y de las ruinas del norte se levantaban grandes nubes que ocultaban las estrellas, los Valar condujeron a Melkor de regreso a Valinor amarrado de pies y manos y con los ojos vendados; y fue llevado al Anillo del Juicio. Allí yació boca abajo ante los pies de Manwë y pidió perdón, pero esta súplica fue denegada, y lo encerraron en la fortaleza de Mandos, de donde nadie puede huir, ni Vala, ni Elfo, ni Hombre mortal. Vastas y poderosas son esas estancias, y fueron construidas en el oeste de la tierra de Aman. Allí fue condenado Melkor a permanecer por tres edades, antes de que fuera juzgado de nuevo o pidiera otra vez perdón.
Entonces una vez más los Valar se reunieron en consejo y quedaron divididos en el debate. Porque algunos, y de ellos era Ulmo el principal sostenían que los Quendi tendrían que tener la libertad de andar como quisiesen por la Tierra Media, y con la capacidad de que estaban dotados ordenar todas las tierras y curar sus propias heridas. Pero la mayor parte temía por los Quendi abandonados a los peligros del mundo en el engañoso crepúsculo estelar; y se sentían además enamorados de la belleza de los Elfos y deseaban su compañía. Por último, los Valar convocaron a los Quendi a Valinor, para reunirse allí a las rodillas de los Poderes bajo la luz de los Árboles sempiternos; y Mandos quebró el silencio y dijo: -Y así ha sido juzgado-. Esta decisión fue causa de muchos daños que vinieron después.
Pero los Elfos en un principio no estuvieron dispuestos a escuchar este llamamiento, porque hasta entonces sólo habían visto a los Valar encolerizados, cuando marchaban a la guerra, excepto a Oromë, y tenían miedo. Por tanto, una vez más les fue enviado Oromë, y éste escogió entre ellos a los embajadores que irían a Valinor y hablarían en nombre de los Quendi, y éstos fueron Ingwë, Finwë y Elwë, que más tarde llegaron a reyes. Y cuando estuvieron allí y vieron la gloria y la majestad de los Valar, se sintieron sobrecogidos y tuvieron grandes deseos de la luz y el esplendor de los Árboles. Luego Oromë los llevó de vuelta a Cuiviénen, y ellos hablaron al pueblo y aconsejaron escuchar el llamamiento de los Valar y trasladarse al oeste.
Sucedió entonces la primera división de los Elfos. Porque la gente de Ingwë y la mayor parte de la gente de Finwë y Elwë escucharon las palabras de los señores y de buen grado estaban dispuestos a partir y a seguir a Oromë, y a éstos se les conoció luego como los Eldar, el nombre élfico que les dio Oromë en un principio. Pero muchos rechazaron el llamamiento, prefiriendo la luz de las estrellas y los amplios espacios de la Tierra Media al rumor de los Árboles; y éstos son los Avari, los Renuentes, y en esa ocasión se separaron de los Eldar, y nunca más volvieron a encontrarlos hasta pasadas muchas edades.
Los Eldar se aprontaron a emprender una gran marcha desde el primitivo hogar oriental y se dispusieron en tres huestes. La más reducida y la primera en ponerse en marcha era conducida por Ingwë, el más grande de los señores de la raza élfica. Entró en Valinor y se sienta a los pies de los Poderes, y todos los Elfos reverencian el nombre de Ingwë; pero nunca volvió a la Tierra Media, ni siquiera a mirarla. Los Vanyar fueron su gente; son los Hermosos Elfos los bienamados de Manwë y Varda, y pocos de entre los Hombres han hablado con ellos alguna vez.
Luego llegaron los Noldor, un nombre de sabiduría, el pueblo de Finwë. Son los Elfos Profundos, los amigos de Aulë; y alcanzaron un gran renombre en las canciones, pues mucho lucharon y se afanaron en las tierras septentrionales de antaño.
La hueste más crecida fue la última en llegar, y éstos recibieron el nombre de los Teleri, porque se demoraron en el camino y no fueron unánimes en la decisión de abandonar la penumbra y dirigirse a la luz de Valinor. Encontraban gran deleite en el agua, y los que llegaron por fin a las costas occidentales se enamoraron del mar. Por tanto se les conoció en la tierra de Aman con el nombre de Elfos del Mar, los Falmari, porque hacían música junto a la rompiente de las olas. Tenían dos señores, pues eran muy numerosos: Elwë Singollo (que significa Mantogrís) y Olwë, su hermano.
Estos eran los tres clanes de los Eldalië, que llegaron por fin al extremo occidental en los días de los Árboles y reciben el nombre de Calaquendi, Elfos de la Luz. Pero hubo otros Eldar que emprendieron también la marcha hacia el oeste, pero que se perdieron en el largo camino, o se desviaron o se demoraron en las costas de la Tierra Media; y éstos pertenecían en su mayoría a la gente de los Teleri, como se indica más adelante. Vivieron junto al mar o erraron por los bosques y las montañas del mundo, aunque en lo más intimo del corazón añoraban el Occidente. A estos Elfos los Calaquendi llaman los Umanyar, pues nunca llegaron a la tierra de Aman y al Reino Bendecido; pero a los Umanyar y a los Avari los llaman por igual los Moriquendi, los Elfos de la Oscuridad, pues nunca contemplaron la Luz que había antes del Sol y de la Luna.
Se dice que cuando las huestes de los Eldalië partieron de Cuiviénen, Oromë cabalgó al frente en Nahar, el caballo blanco con herraduras de oro; y al dirigirse al norte bordeando el Mar de Helcar, se volvieron hacia el oeste. Unas grandes nubes negras flotaban todavía en el norte por sobre las ruinas de la guerra, y las estrellas estaban ocultas en esa región. Entonces no pocos se asustaron y se arrepintieron, y se volvieron atrás, y han sido olvidados.
Larga y lenta fue la marcha de los Eldar hacia el oeste, porque las leguas de la Tierra Media no estaban contadas, y eran fatigosas y sin sendas. Tampoco tenían prisa los Eldar, pues todo lo que veían los maravillaba, y deseaban morar junto a tierras y ríos; y aunque todos estaban dispuestos a seguir adelante, el final del viaje era para muchos más temido que esperado. Por tanto, toda vez que Oromë se alejaba, por tener que cuidar de otros asuntos, se detenían y ya no avanzaban más hasta que él regresaba para guiarlos. Y sucedió al cabo de muchos años de viajar de este modo, que los Eldar se internaron en un bosque y llegaron a un gran río, más ancho que ninguno que hubieran visto antes; y más allá había montañas de cuernos afilados que parecían horadar el reino de las estrellas. Este río, se dice, era el que más tarde se llamó Anduin el Grande, y sirvió siempre de frontera occidental de la Tierra Media. Pero las montañas eran las Hithaeglir, las Torres de la Niebla en los límites de Eriador, más altas y más terribles en aquellos días, y que habían sido levantadas por Melkor para entorpecer las cabalgatas de Oromë. Ahora bien, los Teleri habitaron a lo largo de la orilla oriental del río y quisieron quedarse ahí, pero los Vanyar y los Noldor lo cruzaron y Oromë los condujo por los desfiladeros de las montañas. Y cuando Oromë hubo partido, los Teleri miraron las sombrías alturas y tuvieron miedo.
Entonces uno se adelantó de entre el grupo de Olwë, que era siempre el último en el camino; y se llamaba Lenwë. Abandonó la marcha hacia el oeste y arrastró consigo a muchos que avanzaron hacia el sur unto al gran río, y los otros no supieron nada de ellos hasta después de muchos años. Ellos fueron los Nandor; y se convirtieron en un pueblo aparte, que no se parecía a la gente de Olwë, excepto en el amor que sentían por el agua, y vivieron casi siempre junto a las cascadas y las corrientes. Mayor conocimiento tenían de las criaturas vivientes, de árboles y hierbas, aves y bestias, que todos los otros Elfos. En años posteriores Denethor hijo de Lenwë se volvió nuevamente hacia el oeste, y condujo parte de ese pueblo por sobre las montañas hacia Beleriand, antes de levantarse la Luna.
Por fin los Vanyar y los Noldor llegaron a Ered Luin, las Montañas Azules, entre Eriador y el extremo oeste de la Tierra Media, que los Elfos llamaron más tarde Beleriand; y los primeros grupos pasaron por el Valle del Sirion y llegaron a las costas del Gran Mar, entre Drengist y la Bahía de Balar Pero cuando lo contemplaron, tuvieron un gran temor, y muchos retrocedieron a los bosques y a las tierras altas de Beleriand Entonces Oromë partió y volvió a Valinor en busca del consejo de Manwë
Y el grupo de los Teleri pasó por las Montañas Nubladas, y cruzó las extensas tierras de Eriador, conducido por Elwë Singollo, que sólo quería volver a Valinor y a la Luz que había contemplado, y deseaba no separarse de los Noldor, porque sentía gran amistad por Finwë, su señor. Así, al cabo de muchos años, los Teleri llegaron por fin a Ered Luin, en las regiones orientales de Beleriand. Allí se detuvieron y habitaron un tiempo más allá del Río Gelion.

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