Revista Cultura y Ocio

J.S. Bach y el cine (parte II)

Publicado el 19 noviembre 2013 por Isabelval @cabezadeisa

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Por Javier Guillén.La idea de que la gran cualidad de la música que Bach es que se basta a sí misma sin recurrir a artificios espectaculares es la primera que se plasma en el plano-secuencia que abre la película El silencio antes de Bach (del año 2007) de Pere Portabella. En él, el objetivo de la cámara husmea buscando algo a lo largo y ancho de unas estancias con paredes blancas y, de repente, del fondo de un pasillo, aparece una pianola que tiene vida propia y toca música por sí sola, como un robot (el aria de las Variaciones Goldberg en este caso).

Este comienzo hace referencia al título de la película y esta primera idea: por un lado las paredes blancas enmarcan un silencio que es interrumpido bruscamente por música como si estuviésemos hablando de un acto de creación, antes no había nada y de repente surge una realidad casi divina (como si de una referencia al libro del Génesis se tratase). Por otro lado, aquello que toca la música es una máquina que en lugar de interpretar ejecuta, el autor está diciendo que la calidad de esta composición es tan buena que sonará bien aunque la toque una pianola (y así lo hace, de hecho).

Este comienzo tan extraño no debe tomarse del todo en serio. En realidad tiene mucho de humor socarrón (un humor que se encuentra en algunas bromas o juegos de engaño que se urden en otras escenas) y da a entender que el motivo principal por el que se ha hecho la película es la admiración incondicional que Pere Portabella demuestra por la música de J.S. Bach (admiración un tanto irracional, equiparable en parte a la que siente un adolescente por el típico grupo de moda) por eso no tiene que demostrar nada, sólo invitar a escuchar y compartir este sentimiento.

En general, el resto de la película no sigue un argumento específico. Se suceden secuencias en las que esta música surge en ambientes cotidianos poblados por otros fans de Bach (como la escena de los camioneros), otras en las que se intenta hablar de la “leyenda” escenificando con actores momentos significativos de su biografía y otras que son, directamente, una especie de números musicales que interrumpen la acción como ocurre en cualquier película clásica del género (sea Cantando bajo la lluvia, My Fair Lady o cualquier otra).

Así se puede comprobar que el guión trata de explicar hasta qué punto el compositor se ha convertido en un clásico al haber conseguido que su lenguaje y su obra formen parte de la vida de mucha gente, que esta especie de energía vital que posee, de impulso, de fuerza (repito) mecánica que se asemeja al traqueteo de un tren o de una taladradora sea algo que se filtre sin problemas en cualquier acto cotidiano (tómese como referencia el ejemplo de los violonchelistas tocando en el metro, uno de los números musicales que se nos ofrece en uno de los lugares donde quizá la mayoría de la gente ha escuchado más música de Bach sin darse cuenta) al identificarse, quizá, con el acto de vivir si se entiende el transcurso de la vida como una especie de camino que se va construyendo a lo largo del tiempo (citando a Antonio Machado, claro). De nuevo aparece el tema de la música y la vida como algo complementario y se descubre, finalmente, que Bach es el intelectual que mejor ha entendido esto.

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La figura de Johann Sebastian Bach es y ha sido omnipresente durante dos siglos en occidente a pesar de que es un personaje increíblemente misterioso. La crónica de Ana Magdalena Bach incide en esto al recurrir sólo a aquello que se conserva de él, los textos escritos que lo mencionan y los textos musicales que se recuperaron, no importa para nada el rigor a la hora de ambientar su biografía (Jean-Marie Straub suele hablar de esto diciendo que “su” Bach, Gustav Leonhardt, es un hombre delgado que no envejece a lo largo de la película, algo que no importa en absoluto) y en El silencio antes de Bach se acude a la vieja leyenda que dice que la Pasión según San Mateo (una de las cumbres de la música occidental) se recuperó porque el carnicero de Mendelssohn envolvía la ternera con estas partituras (que nadie sabe de dónde habían salido) lo que refuerza ese misterio (un misterio que podría dar lugar a un best-seller lleno de conjeturas y conspiraciones aunque esperemos que eso no pase).

¿Qué quiere decir esto? Que sólo nos queda su música y que es el compositor que mayor éxito ha tenido sin que nadie sepa casi nada de él, que es una de las fuerzas más arrolladoras de la historia del arte y que lo que hizo fue tan honesto y sincero como complejo y aún así ha sido aceptado sin rechistar.

La música de Bach es la quintaesencia de lo barroco y sus preludios y sus fugas, sus motivos musicales, son tan atractivos como complicados. Esto no quiere decir que haya que huir al percibir esa grandiosidad abrumadora de la que a veces hace gala pero siempre es mejor hincarle el diente de manera progresiva.

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Sus obras son ideales para todo: el que está desanimado escucha a Bach y se anima, el que está con amigos de cena pone a Bach y alegra la velada, al que está escribiendo, trabajando, limpiando la casa incluso, Bach lo activa y en general consigue que todo tenga sentido cuando parece que deja de tenerlo. Y la verdad es que esta virtud, esta música compuesta para la gente que encaja en cualquier momento la tienen pocos músicos aunque se podrían citar a algunos: yo añadiría a Monteverdi, a W.A. Mozart, a Billie Holiday o a algunos bluesmen como Howlin’ Wolf por ejemplo, todos ellos intérpretes y músicos honestos y sinceros que se vuelcan en lo que saben hacer mejor desde el principio hasta el final de sus vidas.

Finalmente recomendaría que todo el mundo se atreva a romper el hielo y escuchar esta música. Es conveniente comenzar con cualquiera de sus conciertos (para violín, para violín y oboe, para uno, dos, tres o cuatro teclados, no importa), las Variaciones Goldberg o el maravilloso Libro para Ana Magdalena Bach que alterna preludios para teclado, órgano y algunas canciones porque es un tipo de música diseñada para alimentar el espíritu y animar y activar el alma, un tipo de música que puede ser escuchada o puesta de fondo como una especie de banda sonora mientras se hacen otras cosas y que nos recuerda o nos revela cómo está ordenado el mundo y el universo.

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