Revista Cine
Juan Herrezuelo es un excelente escritor. Por supuesto, a ustedes esta afirmación no les conmoverá. Se dice con tanta facilidad de un artista, en estos tiempos forzosamente posmodernos en que vivimos, que es grande, fantástico, excelente, que ya ni sorprende ni conmueve. Esta posmodernidad que nos viste estrechamente ha decretado que la genialidad es algo tan común como el buen oficio, el acierto parcial, el logro relativo, la labor simplemente bien hecha. Abres un periódico y hay, cada semana, críticas de libros de autores excelentes, fundamentales sin falta, de dos en dos y en surtido inacabable. Créanme cuando les digo que no. No hay un genio en cada esquina. No hay un excelente artista en cada esquina. Y, sin embargo, afirmo sin miedo a la hipérbole, al error del amiguismo, a la alabanza idiota que Juan Herrezuelo es un excelente escritor. Y lo es, para que ustedes vayan teniendo ya argumentos sólidos entre manos, porque es un excelente narrador. Y con esta afirmación, no les quepa duda, ya hemos dejado a un lado a muchos escritores, a muchos supuestos genios. Excelentes narradores, aquí y ahora, en esta España posmoderna nuestra, hay muy pocos. Juan Herrezuelo es un excelente narrador. Sabía decir muy bien las respuestas exigidas por nuestro profesor de literatura Pedro Vázquez Cabrera en los exámenes de B.U.P. Eso le valió ser aprobado en un examen difícil, que contó sólo con dos alumnos aprobados. El otro fui yo. Pero no se imaginen que Juan y yo éramos dos alumnos modelos. Su mujer, Aida, podría testificar en nuestra contra. No le quitábamos tiempo a la vida ni a las lecturas de nuestros escritores favoritos para entregarlas a la devoción de los libros de texto. Estudiábamos para cumplir, pero amábamos la literatura y acertábamos a engalanar bien las respuestas de los exámenes. Menos mal. Si Juan no hubiera aprobado aquel examen no nos habríamos conocido. Les parecerá exagerado, pero cuando el profesor dijo que sólo dos habían aprobado, cuando reveló en clase los nombres, los amigos me miraron con afecto y algo de fastidio -nunca se olviden de que el éxito ajeno nunca lo creemos del todo merecido- y buscaron con la mirada la cara del otro tipo, que había dejado su silla y su espacio vacíos. ¿Quién es ese tipo? Nos preguntamos. Ah, sí, atinó a decir alguien: Es uno muy alto, que no habla mucho, que aparece y desaparece. Temimos que se tratara de alguien extraño, un ser de un relato de Poe, pensé yo. Con el tiempo supe que no era nadie extraño. Coincidimos a la vuelta del instituto y muchas veces anduvimos y conversamos y le escuché hablar y me embobé siguiendo el curso de sus palabras. Aún recuerdo el día que pensé que se trataba de un excelente narrador: Juan leía con gran pasión los relatos de un tal Cortázar, un argentino con mucha imaginación, muy alto y parece que también un poco huidizo, y en la puerta de su casa, en el camino de regreso de las aulas no grises pero sí con poco color de aquel tiempo de nuestra juventud primera, empezó Juan a contarme los cuentos de Cortázar. Contar los relatos de Cortázar en voz alta no es nada fácil. No es como contar un chiste, ni una anécdota, ni un recuerdo: los relatos de Julio Cortázar tienen historia, claro, pero están hechos de imágenes muy difíciles de traducir en pocas palabras, tienen un ritmo literario muy difícil de trasladar a la narración oral, basan su mayor fuerza en la manera tan particular, tan personal de narrar de Cortázar. Sin embargo, cuando yo empecé a leer a Cortázar – y he aquí lo que tiene de gran valor lo que les refiero- no tuve la sensación de que los relatos que me había contado Juan Herrezuelo de vuelta del instituto fueran algo de un formato inferior, una adaptación rápida y seguramente demasiado resumida ni efectista. No, señores: el gran narrador, el excelente narrador que es Juan Herrezuelo había conseguido ser fiel al espíritu Cortázar, había sido de alguna forma un alter ego de Cortázar mientras me contaba los relatos del bueno de Julio Cortázar. El talento para narrar de este otro buen hombre, este autor del libro "Pasadizos" no era una casualidad, no era algo menor, sino una parte importante de su valía tan destacada y tan celebrable: el talento de un narrador excelente.
Vino a confirmarlo Juan Herrezuelo en los textos que escribía y sigue escribiendo, como este reciente "Pasadizos" confirma de nuevo. Abunda en los personajes que no ganan nuestro buen amigo y excelente narrador y escritor en "Pasadizos", vuelve a mostrarnos las vidas de los que no están arriba y proclamando sus públicas virtudes y públicas ganancias sociales y sentimentales. Insiste en su mundo de perdedores y es una buena señal de sinceridad el mostrar la cara verdadera del tiempo que nos ha tocado vivir, posmoderno y vencido y de seres desengañados. Se abre el libro "Pasadizos" y hallamos un relato titulado "Los invisibles". Es una buena declaración de intenciones. Escribe Juan Herrezuelo: "Quise forzar mi invisibilidad cuando tomé conciencia de que empezaba a ser tratado como si ya fuera invisible". "Y es eso lo que acabó importando, una especie de ir desapareciendo hacia atrás, hacia el que fui y ya no volvería a ser". Y ahí estamos en la clave:con este personaje y con otros anteriores, aparecidos en libros como "Desde el lugar donde me oculto" y "El veneno de la fatiga", nuestro escritor nos remite a un espacio perdido, nunca vivido enteramente con satisfacción pero añorado de manera rotunda, que es la infancia y la adolescencia, la "adolesinfancia", el territorio de una edad indefinida pero esencial en la formación de todas las personas. Con mucha habilidad, sin mencionarlo apenas, Herrezuelo nos remite a ese lugar perdido desde el que se mira el resto de la vida aunque ya se tengan cuarenta o cincuenta o sesenta años y se evalúa lo que uno es y no ha sido, sobre todo lo que no ha sido. Es la gran lección, es la gran obsesión del autor de "Pasadizos": me quedé en esa época, mi cuerpo envejece, mis deseos envejecen, mis sueños se deshilachan, nadie lo ve, pero yo sigo allí. El personaje de "Los invisibles", un inadaptado, un ser sensible, muy sensible que nunca se reconoce en los espejos, decide desaparecer porque él no es quien debiera, quien debió ser. Mírense ustedes ahora, aunque sea sin espejo, durante un segundo, o dos o tres, o los que necesiten. Si es preciso, callo yo tres segundos. O los cuento muy despacio. Uno dos tres. ¿A que casi ninguno puede decirse a sí mismo: Soy el que quería ser, soy el que soñaba ser? Pero eso no sabemos articularlo en palabras que nos calen, que nos sacudan, que nos saquen de la lástima paralizadora que nos embarga al vernos a nosotros mismos y ver nuestra tristezas. No, amigos: para eso está la literatura, para eso están los buenos escritores como Juan Herrezuelo. Imprescindibles, sí, estos escritores que nos hacen ver qué somos, qué perdimos en el intento, qué queda de lo que algún día soñamos ser.
"Tempus fugit" es el quinto relato de este libro. La vida y el tiempo huyen, escapan, se dan a la fuga ante nuestros ojos como dos pájaros a los que amamos, a los que cuidamos cuando abrimos la jaula junto a una ventana. ¿Cómo huye el tiempo de quien amó y no supo amar o ser amado? ¿Sabemos decirles a los que están a nuestro lado cómo deben amarnos? Difícilmente, ¿verdad? Habría que empezar por amarlos correctamente, como ellos quieren que los amemos, no como nosotros creemos que quieren que los amemos. ¿Quién conoce de verdad a quien tiene a su lado, aunque lo ame intensa, desesperadamente? Este es otro de los temas capitales en la obra de Juan Herrezuelo. Quien haya leído "El veneno de la fatiga" sabrá que no basta con amar, con darlo todo, con darse en todo. Quizá nos amábamos mal, decían unos personajes de una película de José Luis Garci, director de cine y guionista y escritor con planteamientos y obsesiones temáticas cercanas a la del autor de "Desde el lugar donde me oculto". Las relaciones íntimas sufren colapsos inesperados cuando uno de los dos abre de repente los ojos, en mitad de la noche o preparando unas tostadas, y se dice: "No me siento amado. Me lo dan todo, pero no me lo dan bien, no como yo quiero. Nunca acabaremos de entendernos. " Esa sensación agria aparece en algunos personajes creados por Herrezuelo. Los personajes, algunos importantes personajes de los escritos de Juan Herrezuelo no temen sino quedarse solos, temen no merecer que los quieran porque son conscientes de que no quieren como sería necesario que quisieran, y en su debilidad hay un ejercicio de crítica que de nuevo vuelve fundamental esos escritos, de nuevo hace valiosísima su aportación al mundo de la literatura, pero, cómo no, también valiosísima su aportación al mundo de los que aún respiran y piensan y sienten y creen que quedan cosas por mejorar y que merece la pena intentarlo, porque quienes nos aman se lo merecen. ¿Cómo nos va a extrañar que en el relato "Los sueños deshabitados", el personaje tiemble sólo con pensar en estar al lado de su amada en el espacio impersonal pero pequeño e íntimo de un ascensor? Claro: los personajes de nuestro escritor temen a la realidad, temen que la realidad se corrompa si la miran a la cara, si ingresan en esa realidad, si son parte de esa realidad. El protagonista de "Los sueños deshabitados" no renuncia a amar, pero sí renuncia a manchar con sus dedos y con sus miedos y con sus deseos a la amada, y se lanza a soñar. Pero como el sueño es algo tan volátil, tan inasible, perfecciona un método de su invención, convierte los sueños en algo más, los dota de una verdad que nadie como el que no se sabe por completo puede dibujar, planear, llevar a cabo tan bien y tan concienzudamente.
Pero no quiero dar una imagen de ser hipersensible y tendente a la evasión de la realidad , una imagen de tiquismiquis de este escritor que está aquí sentado cerca de quien esto lee. Porque, además, si Juan Herrezuelo sólo fuera el dueño de cuatro obsesiones, el pergeñador de cuatro historias que bucean en los mismos temas, la verdad es que sería un autor aburrido, limitado, insistente pero monótono. No sería, lo digo sin miedo, un excelente escritor. Y, como debo ser coherente con la afirmación de la primera frase de este texto, daré otros datos. En "Pasadizos", este libro que el Instituto de Estudios Almerienses ha tenido a bien publicar con un sabio criterio, hay otros relatos que ofrecen otras perspectivas y enriquecen el mundo narrativo de nuestro autor. "Silencio purísima y oro" es uno de los mejores relatos que he leído yo en los últimos tiempos. Releído, para ser más concreto y sincero, pues lo había leído hace algunos años. La prosa alta, magnífica, de largo aliento de Herrezuelo aparece aquí en plena libertad y absolutamente madura, poderosa, y señala claramente a uno de los mejores autores con los que cuenta nuestra literatura española no posmoderna de ahora. No posmoderna porque Herrezuelo tien que ver con William Faulkner, con Juan Carlos Onetti, con Julio Cortázar, con Marcel Proust, grandes que hicieron literatura pura y dura, desde dentro del alma de lo literario, sin juegos vanos ni metaficciones socorridas: con un texto de generoso léxico, con personajes creíbles, con descripciones que ponen un espejo con palabras, con páginas que son otra vida que añadir a la vida y la memoria. Sabréis -os tuteo desde este momento- que Juan es un apasionado de los toros. Pues bien: "Silencio purísima y oro" es un relato excelente incluso para alguien que no es un seguidor de la fiesta nacional como yo, que es más bien antitaurino, aunque eso no importa: la estructura de la historia, la inmersión en un duelo a vida o muerte conmueve a cualquiera que tenga sangre en las venas. Y no esperen un relato a lo Hemingway: el de Herrezuelo es mejor porque no hay pose, no hay una mirada exterior y festiva, sino una mirada cargada de genuina fatalidad, un escorzo imaginativo de un calibre mayúsculo, que al lector lo deja con ganas de volver al inicio del relato, a la plaza y la mirada nunca del todo animal del toro. Es uno de los mejores relatos que he leído, es una pieza de antología.
Y dejo para el final "Volver a ser", el relato que cierra el libro "Pasadizos". Por dos motivos: es un relato que abre una nueva vía en la narrativa de Juan Herrezuelo y es mi preferido del libro, y nada mejor que acabar con lo que más gusta para dejar buen sabor en los futuros lectores de un libro. Quienes conozcáis a Juan sabréis que nunca ha sido, aparentemente, un hombre mundano. Lo habéis visto herido en batallas de celebraciones y de encuentros sociales, adaptado pero ausente, ensoñando mientras levanta una copa o mira a su mujer con ojos arrobados. En su literatura, Herrezuelo -este mismo Juan- es en buena parte el mismo hombre que vive bastante melancólicamente en los intersticios de la vida. O caso todo para él sea un largo intersticio. Bueno, si quiere que nos lo aclare ahora, cuando intervenga en su inexcusable turno. El caso es que esto induce a pensar que vive encerrado en su mundo de ensoñaciones y de regiones más transparentes, como diría nuestro camarada el poeta, José Luis Campos, a quien hoy no tenemos aquí y a quien mando un fuerte abrazo. Pero, señores, eso sería tanto como decir que Herrezuelo y Juan no ven más allá de sus narices y no oyen sino lo que late en sus mentes y en su pecho únicamente. Sería muy decepcionante. Un hombre muy limitado, un escritor muy limitado. No, no. Juan Herrezuelo es un hombre capaz de sentir y de escribir un relato como "Volver a ser", ajeno por completo a sus obsesiones principales: es la historia de un anciano que ha muerto, la indagación de un policía que se entrevista con los que le conocieron, gracias a quienes vamos sabiendo más de ese muerto, gracias a quienes vamos contemplando cómo ha sido una vida, cómo ha sido una muerte. Con un estilo distinto, que recoge el habla de la calle -de las calles de Almería – con tanta gracia y tanto acierto que cualquier alabanza mía se quedaría corta, mediante unos breves incisos de tres puntos para separar el monólogo de los entrevistados -enorme acierto narrativo, que democratiza lo que dice cada uno, que no separa en verdad sino que une, advirtiendo de que cuanto se dice de alguien es una parte y es el todo también-, unos incisos que nos permiten respirar y asimilar, nos vamos acercando al corazón de los ancianos de nuestros tiempos, estos en que sobran compras pero nunca abrazos, en que sobran vanidades pero nunca humildes besos, en que sobran gritos pero nunca amorosas palabras, con gran sensibilidad nuestro buen escritor nos sitúa poco a poco dentro de una historia que nos conmueve sin efectismos, sin trucos, sin a prioris, sin responder a un guión previo elaborado para vender mejor y colocar bien el producto. Porque el escritor Juan Herrezuelo cuenta algo que llega de verdad, con una voz que tiene mucho que ver con aquélla apasionada y generosa que me contaba los relatos de Cortázar viviéndolos como si fueran suyos. Juan Herrezuelo ha sabido mantener la humildad y el entusiasmo noble del escritor que empieza y por eso le auguro muchos lectores nuevos, muchos caminos nuevos, muchas historias nuevas que le saldrán al paso y que seguro que contará con voz bien modulada y atenta al que le escucha, al que le espera, al que oyéndole y leyéndole entenderá que la literatura es una extensión de lo vivido que, en manos expertas y limpias, siempre será una iluminación y un regalo.
(Texto para la presentación del libro)