Mucho se está hablando de la austeridad y la contención de Pedro Almodóvar en Julieta, su nueva película. Que si Almodóvar deja de lado la mayoría de sus tics, que si el director manchego aparta sus aspavientos melodramáticos… Y no falta verdad en todo ello. Con Julieta, Almodóvar decide hablar en voz baja y plantear el que probablemente sea el drama más cotidiano que jamás ha encarado en su cine. Aquí no hay secuestradores enamorados, ni transexuales conquistadores y, mucho menos, mujeres al borde de un ataque de nervios o esposas que se deshacen de sus maridos a golpes de pata de jamón y los meten después en congeladores.
Julieta es una película sobre la muerte y sobre como enfrentarse a ella. Y nada es más cotidiano que la muerte, presente en el día a día de todos los seres humanos. En Julieta la muerte está presente en cada esquina, en cada fotograma prácticamente. Esto es lo excepcional. Almodóvar decide contar una historia que te podría pasar a ti o a mi. Y lo hace con el pudor y el respeto del genio que sabe que ahora no debe andarse con estridencias visuales ni dramáticas.
Como no podía ser menos, sigue el talento para la imagen que siempre ha tenido, pero ahora sin dejar que la forma se coma al fondo; utilizando la precisión del encuadre para enmarcar el drama sin que la puesta en escena sea más grande que el texto. En la coherencia entre lo que cuenta y cómo lo cuenta reside una de las grandes bazas de Julieta: este Almodóvar en voz baja sabe que en lo no-dicho reside gran parte del drama de su película y por tanto no tienen cabida las imágenes estilizadas ni las frases lapidarias. Y, quizás, por ello, estemos ante una de las películas de Almodóvar más difíciles de apreciar.
No hay asideros catárticos, canción mediante como solía ser habitual; no hay un momento de explosión emocional; solo hay tristeza y silencio ante la muerte y el abandono que rodea en todo momento al personaje protagonista interpretado por Adriana Ugarte y Emma Suárez. Ugarte es la luz que se va apagando a medida que pasan los minutos; Suárez, la oscuridad que lucha por salir del túnel. Ambas actrices encarnan magistralmente a esta Julieta que ve cómo el vacío de la ausencia se come su vitalidad inicial.
Pedro Almodóvar construye con Julieta una película que habla de tantas cosas de manera tan sutil que pueden pasar desapercibidas y necesitan una segunda revisión. Pero me quedo, de forma absolutamente personal, con la reflexión sobre la identidad de los hijos que apunta: ese momento de terror donde la Julieta de Emma Suárez no reconoce a su hija, convertida en una extraña. Una mirada de pavor recorre el rostro de la actriz; en unas cuantas imágenes Almodóvar capta uno de los mayores miedos que una madre o padre puede sentir: ese momento donde ya no se identifica a esa persona que se ha criado bajo tu regazo pero no puedes hacer nada. Solo mantener el silencio.
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