No todos los artistas consiguen vivir una segunda carrera tras haber pasado al olvido y menos son aún los que, habiendo sido exitosos en una primera etapa, consiguen reinventarse y superar sus logros y su antigua popularidad. Entre ellos tenemos que contar sin dudarlo a Karl Jenkins. En sus años llegó a formar parte de Soft Machine quienes, si bien es cierto que no al nivel de sus primeros años cuando aún contaban en sus filas con Robert Wyatt, sacaron algunos trabajos muy notables bajo su liderazgo. “Seven” y especialmente “Bundles”, fueron algunos de los discos más reconocidos de la banda y en ambos Jenkins era el compositor principal.
Sin embargo, su gran momento iba a llegar un par de décadas más tarde. Después de mucho tiempo de trabajo anónimo creando música para anuncios y programas de televisión, especialmente en los años ochenta, una de sus piezas obtuvo un éxito inesperado. Se trataba de una composición para una campaña de De Beers, una de las mayores compañías en el negocio de los diamantes. La pieza, de aire clásico, se hizo popular inmediatamente lo que le dio a Jenkins el impulso necesario para lanzar su proyecto más conocido: Adiemus. En su momento hablamos ya del primer disco lanzado bajo ese nombre en el que se combinaban sonidos orquestales, percusiones y voces tribales, cantos exóticos, etc. todo ello con una excelente factura que, a partir de la inclusión del tema principal en un anuncio de Delta Airlines convirtió a Jenkins en una estrella.
Desde ahí en adelante, el músico galés ha venido publicando discos con regularidad en dos vertientes diferentes: una que podríamos llamar neoclásica bajo su propio nombre y otra más cercana a lo que un día se llamó “new age” y a la “world music” bajo la denominación de Adiemus. Hoy queremos hablar aquí de la segunda entrega de este último proyecto, publicada en 1996 con el subtítulo de “Cantata Mundi”. En ella, Jenkins hace uso de una orquesta mucho más amplia que en el disco anterior, incorporando maderas, metales y un sinfín de percusiones que se iban a encargar de arropar a la voz de Miriam Stockley. Junto a la cantante y a los integrantes de la London Philharmonic Orchestra, participan en la grabación Mary Carewe (coros), Pamela Thorby (flautas), Christopher Warren-Green (violín) y Jody Barratt-Jenkins (percusiones). El disco, como sugiere su título, adopta la forma de una cantata con catorce movimientos que alternan cantos con corales. Los primeros voces y orquesta trabajando a la par y las segundas, con mayor protagonismo de la voz.
Miriam Stockley y Pamela Thornby flanquean a Karl Jenkins
“Cantus – Song of Tears" – No hay sorpresas aquí para el oyente familiarizado con la primera entrega de Adiemus. Miriam Stockley esboza un tema vocal sin texto (el canto es básicamente fonético para maximizar su musicalidad) que en sus sucesivas repeticiones es reforzado por la orquesta en pleno. En el papel solista hay momentos que recuerdan mucho al tema central del disco anterior a cargo de la quena aunque en el aspecto instrumental son las percusiones las que más ayudan a contextualizar la pieza. Un buen comienzo que no se despega de lo que el oyente puede esperar teniendo en cuenta los precedentes.
"Chorale I (Za Ma Ba)" – La primera “coral”, con refuerzo de la orquesta, es un breve himno de influencia africana que, como ocurrirá con todas las demás, termina antes de poder alcanzar un gran desarrollo.
"Cantus – Song of the Spirit" – Una de las piezas más intensas del disco que comienza como un vals acelerado con los metales acompañando a las cuerdas a la perfección. La parte vocal, pese a estar en primer plano, no atrae nuestra atención tanto como lo hacen los arreglos orquestales hasta llegar a la parte central del tema, un precioso interludio en el que la voz esboza la melodía para que las cuerdas la repitan después en un momento digno de los más exclusivos salones de baile europeos del S.XIX. Probablemente sea esta una de las piezas más logradas del disco.
"Chorale II (Roosh Ka Ma)" – Más oscura que la anterior es esta coral en cuyo comienzo las maderas contribuyen decisivamente a la creación de ese tipo de ambiente aunque luego desaparezcan por completo en beneficio de los metales. Aparece aquí por primera vez esa influencia celta no siempre evidente en la música de Jenkins pero que termina por aflorar de modo habitual de una u otra forma.
"Cantus – Song of the Trinity" – Volvemos a África con el tercer canto del disco. Las voces y la propia melodía, así como el uso de algún instrumento como la marimba nos remiten inmediatamente a ese continente. No eran extrañas en los años 80 y 90 estas mezclas entre la música africana y la música culta europea. De hecho proliferaron bajo el manto de la “new age” y nos dejaron varios ejemplos de mucho valor que sobresalían entre toneladas de morralla. Afortunadamente, Adiemus suele estar más cerca el primer grupo.
“Chorale III (Vocalise)" – Adopta Jenkins aquí un tono más romántico al estilo de Rachmaninov con una melodía muy inspirada que por momentos, en la voz de Miriam recuerda a Enya.
"Cantus – Song of the Odyssey" – Los juegos vocales van un paso más allá que en los temas anteriores dibujando una especie de dueto que desemboca en una serie de florituras orquestales pseudo-barrocas muy resultonas. Pese a que la fórmula puede dar síntomas de agotamiento a estas alturas del disco, la escucha sigue siendo placentera.
"Chorale IV (Alame Oo Ya)" – Una de las corales más elaboradas del trabajo y una de las más equilibradas en la relación entre orquesta y cantante. Imponentes las cuerdas del inicio y majestuosos los metales que más tarde arropan a Miriam Stockley. Hasta el solo de violín, de la parte final, una rareza en el disco, es extraordinario. Una pieza que habría encajado muy bien en la trilogía de “El Señor de los Anillos” que se estrenaría unos años después, y cuya banda sonora se diría influida por composiciones como esta.
"Cantus – Song of the Plains" – El tono festivo marca la siguiente canción, llena de ritmos joviales y con toques de gospel pero también de la música clásica europea (las piezas sinfónicas de Richard Strauss, por ejemplo). En cualquier caso, la mezcla no termina de gustarnos demasiado y su larga duración no ayuda a mejorar esta impresión.
"Chorale V (Arama Ivi)" – Volvemos a los tonos oscuros en los que Jenkins, al menos dentro de este trabajo, se mueve especialmente bien. Es muy adecuada también esta pieza para prepararnos para el segmento final de la obra.
"Cantus – Song of Invocation" – Seguimos con un cierto tono solemne reforzado por el uso de unas “letras” que, fonéticamente, se asemejan al latín. Musicalmente es una pieza cercana al barroco en su primer tercio, algo que le viene bien a Jenkins para ir creando variaciones del tema central. El tramo intermedio tiene un comienzo casi épico que se frena casi en seco para ofrecernos un tranquilo interludio muy logrado que se va difuminando con la vuelta del tema central. En ningún momento se sale de la linea del disco y por eso mismo termina por distraer nuestra atención hacia otras cosas.
"Chorale VI (Sol-Fa) / Cantus – Song of Aeolus" – La sexta coral y el séptimo canto del disco son las únicas piezas que van unidas y es todo un acierto porque son, probablemente, el mejor momento, no sólo de este trabajo sino de todos los aparecidos bajo la denominación del “Adiemus”. El inicio es magnífico: una melodía silábica (el texto es el nombre de la propia nota que se canta) en la mejor tradición del “tintinnabuli” de Arvo Pärt que, primero con el uso de ecos, y luego, a través del uso del contrapunto, termina por convertirse en algo casi mágico. Es un fragmento de apenas dos minutos que justifica por sí sólo todo el disco. Lo que viene después es casi tan bueno como lo anterior pero en una linea completamente diferente: la orquesta desatada, las voces engarzándose en ella como un diamante en una alianza de matrimonio y todo con un aire grandilocuente que, curiosamente, no resulta impostado en ningún momento. Una verdadera maravilla de esas que te obliga a reproducirla un par de veces más cuando concluye el disco.
"Chorale VII (A Ma Ka Ma)" – El disco podría haber terminado con el tema anterior y habría sido un broche perfecto pero Jenkins se guarda una miniatura final que, si bien no está a la altura del tema precedente, es un final muy digno.
El proyecto Adiemus, como le pasaba a muchos otros de aquella época como Beautiful World, Deep Forest o la propia Enya tenía un problema y es que se trataba de propuestas musicales tan particulares y con unos elementos tan concretos y fácilmente identificables que cualquier nueva entrega caía de forma inevitable en la repetición de patrones e ideas. Querámoslo o no, eso era un lastre a la hora de disfrutar el siguiente trabajo de cualquiera de estos artistas. Tanto es así que muchas de estas propuestas tuvieron una vida más bien corta y sólo unas pocas consiguieron tener una vida más o menos prolongada. Las que lo hicieron fue gracias en buena parte a que la calidad de su música conseguía sobreponerse al estereotipo sonoro que ellas mismas habían creado. En el caso de Jenkins en particular, le ayudó el hecho de que supiera aprovechar el éxito de Adiemus para llevar de modo simultaneo una carrera como compositor bajo su propio nombre, bien diferenciada del proyecto que le dio más fama. En todo caso, Adiemus, y muy en especial las dos primeras entregas, es un proyecto al que se le debe dar una oportunidad, si no se ha escuchado nunca.