Ira Sachs nos regala en Keep the lights on una historia autobiográfica sobre las relaciones sentimentales. La cinta empieza radiografiando la vida de soltero y los comienzos de las cosas. Poco a poco, vamos subiendo y bajando en la montaña rusa emocional junto al personaje protagonista, Erik, inmerso en una relación en la que cada vez es más consciente que no tiene control alguno. Tanto Thure Lindhardt (Erik) como Zachary Booth (Paul) nos brindan una actuación tan natural, tan contradictoria y tan incoherente que en un momento estamos odiándoles y al siguiente queriéndoles, como nos pasaría con una pareja, o como nos pasaría con nosotros mismos cuando estamos en una relación de pareja.
Si bien es cierto que la última parte de la película pierde ritmo, este hastío se corresponde al propio hastío de los personajes, más serenos pero más perdidos que nunca en toda su relación. Lo más sincero de la historia es que no pretende otra cosa que plasmar una historia. No reivindica, ni lucha, ni adoctrina, ni tiene dobles lecturas, algo común del cine de temática gay. Y esto es su mayor fuerte. Es la verdad de una historia como otra cualquiera. Con sus luces y sus sombras, como todas.