Muchas obras arquitectónicas albergan grandes historias de amor. Tal vez, la más espectacular sea la del Taj Mahal construido por el emperador Shah Jahan en honor a su mujer Mumtaz Mahal que muriera dando a luz a su decimocuarta hija. Sin embargo, hoy quiero contarles sobre el castillo y la pequeña catedral de Kylermore, en Connemara, Galway, Irlanda. Ya ha pasado casi un año y medio desde nuestro regreso con la permanente intención de escribir sobre ese rincón del planeta desde entonces. Hoy, la proximidad de San Valentín, me da la excusa perfecta. Es que, Kylemore fue concebida por Mitchell y Margaret Henry para refugio y arrullo de la familia que amorosamente formaron con sus nueve hijos. La piedra fundacional la emplazó Margaret en persona en 1867, en el lugar exacto donde se ubicaba una pequeña cabaña que descubrieron juntos, durante su luna de miel allá por 1850. Tal fue la atracción del lugar, que recién casados, volvieron y compraron las tierras. El diseño estuvo a cargo del arquitecto irlandés James Franklin Fuller y el ingeniero Ussher Roberts. Corrían épocas duras luego de una epidemia de cólera que siguió a la gran hambruna en Irlanda, era imposible imaginar semejante proyecto, sin embargo, Mitchell, como buen pionero, fue capaz de imaginar la potencialidad del lugar. Se decidió a impulsarlo dando trabajo y acercando el progreso a Galway y su gente a quienes más tarde representaría en el parlamento.Kylemore es sinónimo de ubicación soñada. Porque si bien el castillo es impactante por donde se lo mire (por su dimensión y amplitud, por su estilo y detalles de decoración y bienestar, por su infraestructura de avanzada para la época), lo que deja sin aliento es, simplemente....el verlo. Se erige sobre una ladera de la montaña, luce como suspendido en el aire, envuelto en la espuma verde del bosque que lo rodea y en el exacto punto que le permite reflejarse en el lago Pullaacapul.A la manera de esos giros llamados a recordarnos que la vida es sólo presente, cuenta la historia que en medio de tanto amor, belleza y prosperidad, Margaret trágicamente murió a los 45 años cuando su hija más pequeña tenía sólo dos años. Fue en 1874, mientras vacacionaban por Egipto. Habían pasado apenas unos pocos años después de terminado el castillo. Tan triste circunstancia daría paso a la construcción de otra joya arquitectónica del lugar. Mitchell, hundido en un profundo dolor, en 1877 impulsó la construcción de una pequeña catedral neogótica en memoria de Margaret, a la que hoy se accede siguiendo por un camino serpenteante al costado del lago. Si la belleza de esta pequeña iglesia fuera el reflejo del amor que Mitchell le tenía a Margaret, podemos concluir, sin dudas, en que era inconmensurable. Se eleva femenina, frágil y contundente a la vez, entre la montaña y el bosque. Está ornamentada con vitrales, ángeles sonrientes y flores, y sostenida por columnas de mármoles de distinto color representando todas las provincias de Irlanda (verdes de Connemara, rosas de Cork, negros de Kilkenny, y grises de Armagh).
Revista Cultura y Ocio
Muchas obras arquitectónicas albergan grandes historias de amor. Tal vez, la más espectacular sea la del Taj Mahal construido por el emperador Shah Jahan en honor a su mujer Mumtaz Mahal que muriera dando a luz a su decimocuarta hija. Sin embargo, hoy quiero contarles sobre el castillo y la pequeña catedral de Kylermore, en Connemara, Galway, Irlanda. Ya ha pasado casi un año y medio desde nuestro regreso con la permanente intención de escribir sobre ese rincón del planeta desde entonces. Hoy, la proximidad de San Valentín, me da la excusa perfecta. Es que, Kylemore fue concebida por Mitchell y Margaret Henry para refugio y arrullo de la familia que amorosamente formaron con sus nueve hijos. La piedra fundacional la emplazó Margaret en persona en 1867, en el lugar exacto donde se ubicaba una pequeña cabaña que descubrieron juntos, durante su luna de miel allá por 1850. Tal fue la atracción del lugar, que recién casados, volvieron y compraron las tierras. El diseño estuvo a cargo del arquitecto irlandés James Franklin Fuller y el ingeniero Ussher Roberts. Corrían épocas duras luego de una epidemia de cólera que siguió a la gran hambruna en Irlanda, era imposible imaginar semejante proyecto, sin embargo, Mitchell, como buen pionero, fue capaz de imaginar la potencialidad del lugar. Se decidió a impulsarlo dando trabajo y acercando el progreso a Galway y su gente a quienes más tarde representaría en el parlamento.Kylemore es sinónimo de ubicación soñada. Porque si bien el castillo es impactante por donde se lo mire (por su dimensión y amplitud, por su estilo y detalles de decoración y bienestar, por su infraestructura de avanzada para la época), lo que deja sin aliento es, simplemente....el verlo. Se erige sobre una ladera de la montaña, luce como suspendido en el aire, envuelto en la espuma verde del bosque que lo rodea y en el exacto punto que le permite reflejarse en el lago Pullaacapul.A la manera de esos giros llamados a recordarnos que la vida es sólo presente, cuenta la historia que en medio de tanto amor, belleza y prosperidad, Margaret trágicamente murió a los 45 años cuando su hija más pequeña tenía sólo dos años. Fue en 1874, mientras vacacionaban por Egipto. Habían pasado apenas unos pocos años después de terminado el castillo. Tan triste circunstancia daría paso a la construcción de otra joya arquitectónica del lugar. Mitchell, hundido en un profundo dolor, en 1877 impulsó la construcción de una pequeña catedral neogótica en memoria de Margaret, a la que hoy se accede siguiendo por un camino serpenteante al costado del lago. Si la belleza de esta pequeña iglesia fuera el reflejo del amor que Mitchell le tenía a Margaret, podemos concluir, sin dudas, en que era inconmensurable. Se eleva femenina, frágil y contundente a la vez, entre la montaña y el bosque. Está ornamentada con vitrales, ángeles sonrientes y flores, y sostenida por columnas de mármoles de distinto color representando todas las provincias de Irlanda (verdes de Connemara, rosas de Cork, negros de Kilkenny, y grises de Armagh).