Revista Arte
Una de las cosas que hice en Munich durante mi estancia veraniega fue empaparme de pintura. De las tres pinacotecas de más renombre que hay en la ciudad visité dos, así que siempre me queda una excusa para volver a la ciudad y ver la que me falta.
Como ya sabéis porque había comentado por aquí que me hacía mucha ilusión poder visitar la Alte Pinakothek, mucha gente me la había recomendado y por lo que había leído de ella me parecía un lugar fascinante.
Después del tour que realice por la capital bávara fui a ver el museo. Eran las tres de la tarde, hora ideal para poder visitar un museo porque prácticamente no hay mucha gente que se aglomere en frete de los cuadros. Si quiero resumir con pocas palabras mi experiencia en la pinacoteca diría que es “ESPECTACULAR” Todos los amantes de la pintura de los siglos XIV a mediados del siglo XVIII tienen una cita obligada en este lugar.
Me sorprendieron muchas cosas, y todas ellas para bien. La primera de ellas fue la calidad exquisita de los cuadros de Brughel. Siempre me habían dado un cierto reparo al decir que si me gustaban o no porque los veía bonitos pero no entendía porque mucha gente decía que son una maravilla. Ahora lo entiendo. No había visto unos cuadros con tanto detalle. Desde las migas de pan hasta la expresión de la cara de un personaje no demasiado grande quedan reflejados en su pintura.Después también quedé encantada con el Gran Juicio Final de Rubens. Una obra colosal de 606 x 460 cm preside el centro de una sala. Empiezas a mirar hacia arriba y te faltan ojos para captar cada detalle de la obra.
Me quedé de piedra al tener delante de mi Rembrandt’s; Tintoretto’s; Guido’s Reni; Ghirlandaio’; Botticelli’s; Holbein’s; etc, etc, etc.
Pero me gustaría mencionar tres cuadros más. Estos tres cuadros me dejaron sin palabras, aun menos de las que ya tenía.
El primero de ellos es el gran autorretrato de Durero. La simetría, el detalle, la técnica del color son una maravilla. Mi tío me dijo que cuando estuviera delante de él me faltarían adjetivos para poderlo describir pero pensé que era muy exagerado porque sé que a él le fascina este tipo de pintura pero realmente tenía razón. Me quedé un buen rato delante de él y llegó a un punto que me daba la sensación que empezaría a pestañear y a mover los labios hablando conmigo.
El segundo de los cuadros es Altdorfer “La batalla de Isos”. Recordaba cómo nos lo habían comentado en la universidad y siempre me había llamado la atención. La representación en un mismo cuadro del día y la noche, la cantidad de soldados únicos (porque no hay dos de iguales), el desplazamiento del centro de la acción, los colores, la técnica… es una maravilla de cuadro. Este también le dedique un buen rato acercando la nariz casi casi a la tela para poder captar todo el detalle de los minúsculos soldados y quede muda al ver que estaban representados con todo tipo de detalles.
Finalmente quería hablaros de una obra que casi, casi consigue que me salte una lagrimita (ya sabéis porque comenté por aquí alguna vez que suelo emocionarme en los museos). Me sorprendió encontrarme con esa pintura allí, desconocía que se encontrara allí y al verla como digo me provocó una sonrisa en mi cara. Era la pintura de Bartolomé Esteban Murillo “Niños comiendo melón y uvas”. Siempre me había gustado ese cuadro, no me preguntéis la razón porque no la sé. Poder ver de cerca a esos dos pillastres comiendo con tanta hambre su botín me pareció sensacional. Había visto ya Murillos en el Museo del Prado y son una maravilla, de Murillo siempre me ha encantado la manera que tiene de representar a los niños en el lienzo, pero el que siempre había “soñado” con poder ver delante de mi era este, y en Munich conseguí poderlo contemplar.
Sin lugar a dudas l’Alte Pinakothek de Munich es una parada obligatoria si visitáis la ciudad. Cuando ves exteriormente el edificio no imaginas ni por un momento todos los tesoros que albergan en ella.