"Nosotros, los que creemos ¿qué podemos temer? No hay retroceso en las ideas como no lo hay en los ríos. Nosotros no queremos ninguna muerte: la del cuerpo lo más tarde posible, la del alma, nunca".
Se trata de una frase de la obra de Victor Hugo, "Los miserables", un complejo y extenso relato de la sociedad francesa del siglo XIX, donde entre otras cosas se retrata el crecimiento de la pobreza que fenómenos como la industrialización o el éxodo rural produjeron en aquellos años.
De manera sostenida e imparable, la pobreza y la desigualdad se están extendiendo en nuestra sociedad, en una cruel analogía con lo que sucedía en ese momento histórico.
La política neoliberal ha ido convirtiendo lo que era un fenómeno coyuntural, asociado a distintos acontecimientos vitales, en un fenómeno estructural, generalizado entre grandes capas de la sociedad y del cual es imposible resguardarse.
“Pertenecían estos seres a esa clase bastarda compuesta de personas incultas que han llegado a elevarse y de personas inteligentes que han decaído, que está entre la clase llamada media y la llamada inferior, y que combina algunos de los defectos de la segunda con casi todos los vicios de la primera, sin tener el generoso impulso del obrero, ni el honesto orden del burgués.”
Mucho más allá de los valores morales que el romanticismo de Victor Hugo les atribuía, lo cierto es que los miserables, hoy al igual que entonces, son seres condenados. Condenados a vivir una vida llena de penurias y desdichas.
Porque nuestra sociedad ha decidido que la miseria no es digna de protección. Como mucho, de conmiseración.
Ya hace tiempo que perdí toda esperanza de que las cosas cambien. Me gustaría pensar otra cosa, pero no veo motivos. Las propuestas de los partidos políticos en esta materia son desalentadoras sin apenas excepción.
Medidas parciales, sectoriales, confusas, dificilmente realizables... Tras las últimas elecciones no veo ninguna posibilidad de que se implante en nuestro país unas medidas serias que acaben de una vez con la pobreza. Las que se proponen, en el hipotético caso de que se puedan poner en marcha, sin duda aliviarán la situación de alguna familia o persona concreta, pero... no les van a sacar de la pobreza. Seguirán siendo miserables, y como tales, condenados a diversos tipos de sufrimiento.
Nos hemos conformado con eso. Instalados en un pragmatismo tan ineficaz como tranquilizador pareciera que hemos hecho bandera de esta recomendación:
"Si podéis curar, curad; si no podéis curar, calmad; si no podéis calmar, consolad." Augusto Murri, (1841-1932) Médico italiano. Y aquí andamos: entre bancos de alimentos, campañas navideñas y orgullosos de dedicar al Sistema de Servicios Sociales (¿quién si no?, se plantea sin excepción...) a la imposible tarea de erradicar la pobreza transfiriendo algunas migajas de renta en una nueva forma de caridad institucionalizada.
Ahora que está de moda poner ostentosos nombres a los departamentos de servicios sociales y todos hablamos de justicia y derechos sociales, Wang me propone un nuevo nombre para nuestro sistema: la administración de la miseria. Dice que se aproxima mucho mejor a nuestro contenido.
Una veces pienso que como es chino, no se entera. Otras que, lamentablemente, tiene razón.