El cine francés es un ejemplo a seguir para la triste industria española en muchos aspectos. Uno de ellos es que en Francia son capaces de realizar comedias banales, intrascendentes y con ese sabor moralista tan querido a los norteamericanos mucho mejor que ellos, esto es, con buen gusto, calidad en los diálogos, sin apelar a la eterna adolescencia con personajes maduros (o casi), tiernos en su patetismo y descacharrantes en su desorientación, y a la vez, huyendo de la chabacanería, la vulgaridad y los modos y maneras inherentes a la televisión adquiridos por la nueva hornada de directores españoles, salida de las telecomedias, que tienen por norma identificar la comedia con los chascarrillos sexuales, los topicazos, los chistes sobre gays y el lenguaje malsonante, a poder ser, a grito pelao.
Es el caso de Usted primero (Pierre Salvadori, 2003), divertida comedia sentimental asentada sobre la excelente química entre su pareja protagonista, Antoine, el maître de un restaurante parisino (espléndido, desquiciado Daniel Auteuil), y Louis, el hombre al que salva de un intento de suicidio (el español afincado en Francia José García) cuando, una noche, impide que se ahorque en el árbol de un parque. El conmovedor relato del hombre despierta en Antoine un extraño sentimiento de culpa por el hecho de haberle salvado y también a causa de su imposibilidad de hacer la vida de Louis un poco mejor. Con todo, Antoine se propone hacer algo, así que lo acoge en su casa e intenta prestarle su ayuda para recomponer su agitada vida, en especial para que Louis se rehaga del hecho que le ha llevado al borde del suicidio, la pérdida de la mujer que ama.
La película se estructura en tres apartados claramente diferenciados, como suele ocurrir en general en este tipo de productos. El primero es el más especialmente volcado en las risas: el patetismo de Louis unido a la impericia de Antoine siembra la acción de equívocos, metidas de pata, torpezas, ridículos y tensiones disparatadas, casi siempre con el restaurante en el que Antoine trabaja, y en el que acoge a Louis como camarero, como escenario para el desastre. Los diálogos ágiles y las situaciones de vodevil convierten la cinta en un vaivén alocado con un puñado de acertados gags y mucho ingenio verbal, en la que Antoine se ve superado por una situación que le obliga poco a poco a asumir la posición inicial de Louis, mientras éste paulatinamente se va asentando en su nueva condición y empieza a moverse en el mundo con la sensatez que Antoine va perdiendo a chorros, especialmente cuando, por culpa de Louis, se mete en problemas con su madre, con su pareja, a la que está a punto de perder, y en su trabajo.
La segunda sección de la película pierde algo de ritmo y de gracia y se vuelca en el terreno puramente sentimental a raíz de las dudas de Antoine respecto a sus sentimientos y del descubrimiento del amor que empieza a sentir por la antigua pareja de Louis. Ahí la película se vuelve sensible, tierna, incluso lacrimógena, testigo mudo de la caída en desgracia de Antoine, de su hundimiento personal. Con algunos puntos de recuperación de las risas, la trama aquí se debate en la duda sentimental, se vuelve sensiblera y un tanto pesimista, justo antes de coger carrerilla para el final en el que las piezas se obligan a encajar de nuevo y en el que los personajes encuentran acomodo y tranqulidad, de nuevo con el humor salpicando la trama.
La película bucea y explota constantemente en los tonos agridulces, combina amargura y risas, y se sustenta en las magníficas interpretaciones de Auteuil y García, uno histriónico y el otro pasivo, indolente. Narrada con buen ritmo, la trama amable y la identificación del espectador con ciertos pasajes de las relaciones sentimentales que se plantean hacen que se olvide la simplicidad del guión, el abuso de lugares comunes o la previsibilidad de la conclusión final del argumento. El guión, probablemente el mayor acierto de la película, busca mezclar desde el inicio la tristeza y la comedia, la amargura y la excentricidad, el drama y el absurdo, la reflexión reposada y dolorida con la aceleración frenética del humor visual.
Todo ello constituye un cóctel que se deja ver con agrado, que hace reír (aunque no muchas veces) y que en algunas ocasiones también emociona. Una de las muestras de por qué el cine francés sigue siendo una referencia válida para la industria española por encima de los ejercicios de imitación de la fabricación en serie de películas que se estila por otras latitudes.