La anorexia desde otro punto de vista

Cuando escuchamos la palabra anorexia, rápidamente nos viene a la cabeza la imagen de una chica muy delgada, la cual se niega a comer porque aún no se ve lo suficientemente atractiva y necesita seguir perdiendo peso. Sin embargo, aunque haya parte de verdad en esa definición, no todas las anoréxicas presentan las mismas motivaciones para estar delgadas.

En muchos casos, un comentario a destiempo en la infancia con respecto a la imagen corporal de una persona puede convertirse en el detonante para que dicha persona comience a conceder más y más importancia a su físico, pudiendo acabar desarrollando anorexia nerviosa

Otro ejemplo podría ser el hecho de ver a todas sus amigas delgadas, las cuales pueden usar casi cualquier tipo de ropa y que además aparentemente están rodeadas de éxito.

Pero quizá la razón más desconocida, y no por ello menos frecuente, está impregnada de un alto componente emocional. Se trata de la maduración sexual de la mujer, la cual liquida ese aspecto “infantil” anterior y supone un verdadero cambio a nivel físico.

Aunque esto no debería suponer ningún problema especial para la persona, hay muchos casos en los que los padres (varones) de estas chicas, consciente o inconscientemente, dejan de mostrarles cariño, o al menos en la misma medida en la que lo hacían antes. No es fácil aceptar que sus “princesitas” ya empiezan a ser reinas, y el miedo a perderlas empieza a hacerse cada vez más grande.

Ante tal tesitura, no es de extrañar que estas mujeres deseen volver a recibir ese amor paternal que tanto bien le hacían, por lo que casi sin darse cuenta llegarían a rechazar esos atributos femeninos propios de la adolescencia que para ellas estarían sobrando. Para hacerlo, perder peso supone una buena opción, puesto que acaba llevando a una deformación del cuerpo con carácter retroactivo que las acerca un poco más a lo que fueron.

Y es esta una explicación alternativa para la anorexia, una manifestación inconsciente del deseo de volver a ser esa niña que quizá nunca debió crecer.

foto|louisa stokes