La artista estadounidense Kesha nunca se había visto rodeada de tantos titulares sin ser vinculada por sus éxitos musicales. Lamentablemente su imagen en el juzgado llorando tras perder el juicio contra su discográfica y productor ha rajado de repente la felicidad que envuelve a la industria discográfica y al mundo de las estrellas del pop. El juez no cree que haya sido violada por el hombre que hay detrás de sus canciones, Dr. Luke, ni siquiera acosada psicológicamente, y ha sentenciado que debe cumplir su contrato de seis álbumes más con su actual compañía.
Sin apenas haber cumplido los 29 años, la cantante protagoniza una rocambolesca historia que reúne demasiados ingredientes como para no interesar. Sexo, drogas, trastornos alimentarios y el debate sobre la igualdad de las mujeres en la sociedad y en una industria, la del entretenimiento, aún controlada por hombres. También ha sacado de nuevo a la luz el lado más oscuro de las factorías del éxito, que en ocasiones ven como algunos de sus artistas desvelan que se sienten marionetas en manos de los titiriteros de un negocio millonario. Ya ocurrió hace años con Prince, que tuvo que cambiar de nombre para continuar con su carrera. El caso de Kesha tiene un componente más. La mayoría de las personas que la convirtieron en trending topic hace unos días con la etiqueta #FreeKesha (liberad a Kesha) probablemente no sepan tararear alguno de sus temas. Lanzó un single de éxito en 2009 y ha dejado colaboraciones pegadizas con otros cantantes, pero su actividad en estos siete años no ha sido suficiente, ni en cantidad ni en logros. La tragedia que ha afectado a su imagen pública tiene hoy más peso que su aportación artística. Sin saber muy bien quién es, todo el mundo habla de una joven marcada por el escándalo.
Dr. Luke y Kesha, durante una entrega de premios en Los Ángeles en 2011.Nació en Los Ángeles, pero creció en un suburbio de Nashville (Tennessee, EE UU). Nunca conoció a su padre, y su madre era una cantante que componía para otros artistas. Kesha conoció los programas de asistencia social y los cupones de alimentos. En la adolescencia tiró de rebeldía para sobrevivir en un mundo que desde siempre había sentido como hostil. Pelo morado, bisexualidad y la música como expresión. Llegó a colarse en casa de Prince para dejarle una maqueta porque quería que él produjese su música. En 2009 firmó con el sello de Dr. Luke. Tenía todo lo necesario para triunfar como una nueva princesa del pop, y el éxito llegó de golpe el primer año. Su canción Tik Tok fue número uno en 11 países y es uno de los sencillos digitales más vendidos, con más de 14 millones de descargas. Los años siguientes intentó mantener el nivel, pero no consiguió encontrar su sitio en un panorama lleno de cantantes parecidas, y con el perfil de la “rebelde y rara” ocupado por una Lady Gaga en la cresta de la ola. Kesha quedaba relegada a estrella de segunda fila, y lo mismo aparecía en una campaña en favor de los animales con Iggy Pop que se marcaba un dueto pachanguero con Pitbull.
Su intención de huir del electropop de las radiofórmulas y orientarse hacia el rock no fue respaldada por el sello de Luke. En 2013 anunció un proyecto con la banda alternativa The Flaming Lips, pero meses más tarde se canceló. Muchos acusaron a Luke de haberlo bloqueado. Ella declaró que era algo que no podía controlar y que incluso quería liberar el material porque el dinero no le importaba. Lo siguiente que se supo fue que había ingresado en un centro médico por bulimia nerviosa. Varios medios culparon a Dr. Luke, porque supuestamente no soportaba la independencia que Kesha había adquirido y sus pretensiones de reconducir su carrera. Salió de la clínica con una camiseta que ponía “soy una superviviente”, y, como Prince, cambió su nombre a Kesha a secas, ya que antes la ‘s’ era el símbolo del dólar. Solo era el principio de un escándalo que en los tribunales ha destapado que Luke presuntamente se jactaba de drogar y emborrachar a mujeres para violarlas y que obligó a su mujer a abortar. En la acusación presentada por la cantante se habla de cómo la amenazaba con arruinarla y de que la humillaba ridiculizando su aspecto y talento, siempre ejerciendo un control asfixiante sobre ella. Todo por conseguir renegociar su contrato con él, y durante 10 años.
Sin embargo el juez ha dado la razón al productor, aunque solo en lo relativo al vínculo profesional. Se volverán a ver las caras el 16 de mayo, en un caso que, en palabras de Kesha, nunca ha sido por su contrato, sino por su lucha por alejarse de un hombre que asegura que la aterroriza. Tras la sentencia, Sony ha declarado que permitirá a Kesha trabajar con otros productores. Ella ha respondido en Facebook: “Expreso mi voluntad de cumplir el contrato con la multinacional si hacen lo correcto y rompen todos los vínculos que me unen con mi acosador”. Un mensaje que concluye dando las gracias a sus colegas de profesión, principalmente mujeres (abanderadas por Taylor Swift, que la ha ayudado con 250.000 dólares), que junto a miles de anónimos le han mostrado apoyo en las redes sociales. “Solo quiero hacer música sin tener miedo, sin que me acosen, sin sufrir abusos”, concluye.