Wikileakers de nuestras vidas
Por Hugo Pardo Kuklinski
Digitalismo
Soy un ferviente defensor de la visibilidad profesional y del uso de las redes sociales para potenciarla. Pero ya superamos la pre-historia de la Web social y nos espera un futuro de total ubicuidad por delante, de la mano de la masificación de los smartphones con conectividad 24 horas y geolocalización.
Entonces vale enfatizar en el valor de la invisibilidad en la vida privada. Considero que el derecho a la privacidad será una fuerte demanda social en la próxima década, y en este sentido debemos promover usos más inteligentes de la Red. Creo que será la próxima frontera de debate en las ciencias sociales. Las voces sobre este tema se multiplican constantemente.
La portada de marzo de 2011 de Time Magazine analiza el tema con el artículo Your Data for Sale de Joel Stein. Pero el más interesante análisis que se ha hecho sobre el tema en el último año ha sido el de Wired. Bajo el título Your Life torn Open, el número de marzo 2011 de Wired UK publica tres interesantes ensayos sobre el tema.
La elección del abordaje de los textos es muy inteligente, porque va de la feroz crítica a la transparencia que ofrece la Red, de la mano del texto Sharing is a trap de Andrew Keen; a una postura intermedia de Steven Johnson con su Zuckerber’s next move; hasta el apoyo sin restriciones a dicha visibilidad, aún la privada, con el texto Get over it de Jeff Jarvis.
Vamos a las ideas centrales de los tres ensayos.
Sharing is a trap
Para el siempre polémico Andrew Keen (ver podcast sobre su debate con David Weinberger) la visibilidad y el compartir en la Red son una trampa donde ha desaparecido la valiosa invisibilidad social. The Cult of the Amateur se ha transformado en the Cult of the Social. Su nuevo libro Digital vertigo: An Anti-Social Manifiesto, con lanzamiento previsto para comienzos de 2012, profundizará en estos argumentos. Dice Keen: “our billions of confessional tweets and narcisistic updates is invading the sacred precincts of private and domestic life”.
Coincido con gran parte del argumento de Keen, sobre todo si miramos hacia adelante y vemos el exponencial crecimiento que tendrá la interacción social a través de las redes sociales móviles. Considero que se debe cuidar más el posicionamiento personal y su visibilidad.
Como decía al comienzo del post, voto por una mayor visibilidad, pero haciendo foco en los intereses profesionales y limitando el acceso de nuestro amplio social graph a la vida privada, mucho más aún en el campo de lo emocional. Pocos interesan los tweets confesionales sobre con quien se duerme o con quien se amanece. No sólo no son relevantes, sino que a largo plazo pueden afectar nuestra construcción de imagen personal y agenda social.
En un mundo donde varias generaciones apuestan por las relaciones líquidas, puede que la extrema visibilidad afectiva acabe pasando factura. Hay un equilibrio posible. Resulta útil y gratificante compartir nuestros gustos musicales o nuestros viajes de ocio con followers y amigos. Pero el equilibrio se termina cuando twitteamos en contra de un jefe o compañero de trabajo, o expresamos los cambiantes estados de ánimo en relación a nuestros seres queridos. Si no se cuida la privacidad, la era de la exhibición y la visibilidad será reemplazada por un exhibicionismo irrelevante para la conversación social.
Andrew Keen afirma que nos estamos volviendo Wikileakers de nuestras propias vidas, en un escenario en el que la privacidad queda relegada a un hecho histórico donde “the Panopticon has reappeared with a chilling twist. What we once saw as a prison is now considered a playground”.
Zuckerber’s next move
El análisis de Steven Johnson construye argumentos en el mismo sentido, pero es menos radical que Keen. Aconseja moverse en nuestro social graph lejos de los extremos de lo excesivamente privado y lo excesivamente público, y observa en ciertos comportamientos en Red “el final del misterio y la interioridad”.
Johnson piensa que nuestras conversaciones en Facebook no son muy diferentes a las que teníamos por teléfono hace una década y que, para los outsiders, estas conversaciones no tienen ninguna importancia. Entonces ¿por qué practicarlas en forma pública si podemos hacerlo en privado? Nos interesan los tweets que genera un experto o conocedor de un campo, pero no nos interesa si tiene una nueva novia/o.
Según Johnson la red sigue siendo muy efectiva para filtrar la realidad bajo el lente de nuestro social graph. Creo que ese filtro es muy poderoso y a la vez atractivo para intermediarios, marcas, anunciantes y otras personas con ganas de “pertenecer”. Pero si eres un oversharer puedes resultar afectado en tu visibilidad profesional.
Get over it
Por su parte, Jeff Jarvis considera que compartir nuestra información privada en Internet es un próximo paso en la evolución del ser humano. Para Jarvis, en la gestión de esa información hay un porcentaje de nuestras posibilidades sociales. Public Parts, su nuevo libro, defiende estas ideas. Jarvis cita a Eric Schmidt afirmando que la data de Google demuestra que las personas están autoviolando su propia privacidad.
Pero para Jarvis, compartir nos trae más beneficios que dificultades, ya que difundimos nuestras ideas, obtenemos atención y ganamos confianza a través de la transparencia. A la vez nos entretenemos y hasta cuestionamos la autoridad. “Publicness disarms stigmas. It provokes generosity”
Hasta aquí totalmente de acuerdo, pero ¿todo esto aplica a ciertos aspectos de nuestra vida privada? Jarvis enfatiza en la transparencia social, pero también pide cuidado en los aspectos privados: “Not everything I do is or should be public; I especially want to be careful not to drag others into my glasshouse”.
La gestión de nuestra información privada
El descuido sobre la gestión de nuestra información privada es un problema que irá a más en el post digitalismo.
Cada vez leo más voces que van en este sentido. Recomiendo el excelente ensayo Twitter revolución, de Delia Rodríguez en El País del 13 de marzo de 2011 y el tema no ha perdido actualidad. Va sobre la fuerza de Twitter y su poder viral, pero alerta sobre cierta visibilidad “ruidosa”. Yo ya mencionaba algo similar en un post de 2007, cuando nadie o casi nadie hablaba de Twitter.
Hace algunos posts atrás hablábamos del análisis que sobre los screenagers hace Richard Watson en su Future Minds. Según Watson los screenagers son una reset generation que demanda respuesta instántanea y recompensa inmediata. Esa es parte de la razón de su transparencia radical.
Marzban Cooper (Herraiz Soto) se pregunta en La Vanguardia: ¿Es calidad de vida esclavizarte a Twitter, Facebook, mirar portadas, los e-mails? ¿No estaremos convirtiéndonos las personas en periféricos de nuestros terminales? El debate no es nada trivial y se profundizará en los próximos años. Allí estaremos para seguirlo.
Por Hugo Pardo Kuklinski – Dic 11, 2011
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