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La aventura con mayúsculas – El capitán Blood

Publicado el 13 junio 2011 por 39escalones

La aventura con mayúsculas – El capitán Blood

Barcos cañoneándose, aceros refulgentes que se cruzan en la cubierta de un buque o en la arena de una playa paradisíaca, romance, un héroe al abordaje, una heroína tierna y sensible pero valiente y decidida, velas al viento, galeones desmoronándose, ciudades amuralladas que vomitan fuego sobre la bahía, marineros que trepan a lo alto de los mástiles, coraje, gallardía, oro, ron, sables y trabucos… La quintaesencia del cine de piratas resumido en apenas ciento catorce minutos de epopeya fílmica por las aguas del Caribe.

Puede decirse que fue el gran Michael Curtiz el principal responsable de que el australiano Errol Flynn haya pasado a la historia como el prototipo del héroe de acción del cine clásico: elegante, pendenciero, apuesto, bribón, irónico, mordaz, valiente, atlético, sonriente, despreocupado por el peligro, fenomenal amante y locuaz orador. Nunca a un protagonista le sentó tan bien el uniforme, la casaca, el sombrero de plumas o los leotardos con el peinado a lo galleta Príncipe. El mayor acierto para ambos, Curtiz y Flynn, vino gracias a la negativa del por entonces exitosísimo Robert Donat a introducirse en la piel de este médico irlandés que en los tiempos del rey Jacobo I de Inglaterra, en pleno siglo XVII, víctima de la injusticia de un rey despótico que le condena junto a los rebeldes por ejercer su oficio con uno de ellos, termina vendido como esclavo en la colonia de Jamaica. A partir de ahí, la relación con la hija de su comprador, la encantadora, refinada y sensible Olivia de Havilland, con la que Flynn compartiría cartel en otras películas, siempre consiguiendo que su particular química saltara al otro lado de la pantalla, que transcurre entre la insolencia, las continuas insinuaciones mutuas y las pullas a medio camino entre lo irónico y lo procaz, deriva prontamente en la evasión aprovechando un ataque español a la plaza, la toma del buque agresor y su conversión en una factoría pirata de enorme éxito, sin mirar la bandera el enemigo y, finalmente, en una pésima asociación con un filibustero francés (imponente Basil Rathbone), que finalizará cuando la rivalidad por la bella resulte incompatible con el reparto de las riquezas materiales conquistadas. Pero, en suma, el honor, la lealtad, retornan al Capitán Blood a la senda de la legalidad, la honra y la felicidad convertido en gobernador, con la chica el botín y un palacio en un Edén de arenas blancas y aguas turquesa.

El talento de Curtiz para el cine de aventuras no tiene parangón. Con un ritmo vibrante ya desde su inicio, en esa Inglaterra retratada en penumbra bajo la amenaza terrible de un rey cruel y cobarde, en la que no hace ascos a emular escenarios más propios del cine soviético de Eisenstein (véase el principio, en el gabinete del doctor, con su perfil en sombra recortado sobre la pared débilmente iluminada por las velas) o a los cuadros nórdicos del cine de Dreyer (principalmente la secuencia del juicio, pero también algunos momentos en el interior del palacio del gobernador), la película desemboca prontamente en un torbellino de acción y aventuras, de arriesgadas fugas, ataques con el sable entre los dientes, borracheras colectivas en la isla de Tortuga, proas rompiendo las olas y velámenes captados a través del catalejo. Con un pulso que no decrece en ningún momento, Curtiz filma las singladuras en el océano embravecido (en algunos momentos consigue a través del leve balanceo de la cámara que retrata momentos a bordo que el espectador perciba sin darse cuenta la sensación del galeón flotando sobre las aguas), las escenas de combate y asalto, pero también conserva una sensibilidad muy especial para las distancias cortas, con Blood y su gente en el camarote o arengando a sus hombres en la cubierta o, especialmente, junto a su amada, incluso antes de que se den cuenta de que se aman. Igualmente, Curtiz registra con maestría lo que más adelante sería un momento clásico en muchas de las películas de Errol Flynn: los duelos a espada. Junto al mar, los pies sumergidos en la arena, Blood y su hasta entonces camarada de correrías francés, luchan a muerte por el botín que ambos desean, el amor de la bella cautiva inglesa que el capitán ama desde que la compró en la cuerda de esclavos, y con la que compartiría reparto en toda una serie de películas románticas, desde los mares al western, en las que ella ponía la belleza y la delicadeza y él el atractivo animal y resuelto de un portento sexual.

Además de la pericia de Curtiz para narrar una historia llena de acontecimientos y sucedidos (que deja a la saga de Piratas del Caribe a la altura de lo que es, una pura basura que más allá de la estética tiene que ver con el clásico cine de piratas como un huevo y una castaña), romántica, violenta, sensible, apabullante, grandiosa, sugestiva, vale la pena destacar la magnífica música, emotiva o monumental, según las necesidades de cada momento, de Erich Wolfgang Korngold. El conjunto logra superar así la excesiva dependencia verbal del texto de la obra de Rafael Sabatini (el mismo autor que Scaramouche, otro clásico de capa y espada llevado al cine con Stewart Granger enfundado en los leotardos) en la que se basa, también gracias al humor que aportan algunos de los miembros de la tripulación del capitán. Pero sobre todo la película es un tributo, ya en 1935, a la enorme figura de Errol Flynn, que se come con patatas no solamente a todos sus compañeros de reparto (aunque De Havilland y Rathbone siempre resulten unas presencias poderosas y la cinta esté plagada de esos fenomenales secundarios tan propios del cine clásico americano), sino prácticamente a todos los héroes del cine de aventuras que le han seguido, que a la larga no han sido otra cosa que imitaciones más o menos conseguidas de su particular carisma, su bravura y su capacidad para ironizar con su discurso y atrapar con sus cabriolas y fintas de esgrima. Gracias a El capitán Blood, Errol Flynn se convirtió de manera instantánea en el auténtico e inconfundible demonio de Tasmania.


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