
The master se balancea constantemente entre el experimento y la cátedra. Un binomio interesante aunque se pierde entre tanta intención. Es un film que requiere, no sólo la predisposición del espectador para dejarse llevar sino un verdadero esfuerzo de asimilación. Un esfuerzo que por agotador que pueda llegar a ser, es preciso para su total comprensión. P.T. Anderson, al igual que Dodd se dedica a hipnotizar a su público. A través de exquisitos planos y una fotografía que embriaga vamos siendo partícipes en ese juego de dualidades donde expone fieramente las relaciones de dependencia de una sociedad hambrienta de optimismo por un lado, mientras que por el otro nos concede la batuta para orquestar el decaimiento del ente supremo. Nos otorga el placer de contemplar un baile de máscaras en el que predomina la dificultad de los pasos.

Como ya ocurriera en la reciente Pozos de ambición (2007), P.T. Anderson otorga unos minutos de su metraje a escarbar en nuestro inconsciente de forma segura hasta rozar la incomodidad con secuencias sumamente potentes en el que el texto es fundamental. Mordaz, ácido. En aquella constituía el final de la obra maestra que es, con un Day-Lewis inconmensurable en la bolera. Aquí también hay cabida para secuencias de esta índole. El tour de force interpretativo entre Phoenix y Hoffman en un continuo plano - contraplano sin parpadear, forma desde ya una escena para el recuerdo.

El clasicismo imperante de las obras de P.T Anderson se va descubriendo con el tiempo. The Master, es tal vez su obra más compleja y por ello debe macerar. Aún es pronto para valorarla como merece. El mismo tiempo dirá si perdura o no.
Lo mejor: Phoenix en la más contundente interpretación de su carrera.
Lo peor: desaprovechar a una actriz como Amy Adams. Vender la cinta como una crítica a la cienciología. Quedarse con la sensación de que pudo ser mucho más de lo que es.
