Revista Comunicación
La base fallida de House of Cards
Publicado el 26 marzo 2015 por Reino Reino De Series @reinodeseriesSi algo le ocurre a House of Cards es que es un fenómeno muy interesante. De hecho, probablemente funcione mejor como fenómeno social que como serie en sí. En el momento en que Netflix puso a disposición de sus usuarios los episodios de la nueva temporada, todo el mundo quería maratonearla y comentarla. Sí, todos queremos hablar de ella. El problema es que, una vez le quitamos la novedad de los primeros días, probablemente nos demos cuenta de que lo importante alrededor del fenómeno de House of Cards es que existe una conversación en la que (casi) todos queremos participar. Lo de menos es el contenido de la conversación. Hasta tal punto que la serie en sí realmente es algo secundario. Lo que en realidad juega a su favor es que si aplicásemos a House of Cards los mismos criterios que aplicamos a la mayoría de las series que vemos, quedaría muy claro que, sin ser el mayor desastre jamás creado, House of Cards no se merece estar situada en los primeros puestos de ninguna lista de “lo mejor de”.
El problema que tiene House of Cards como serie es que a veces se queda demasiado en tierra de nadie. De hecho, no simplemente a veces. House of Cards existe en un punto intermedio en el que ni es una cosa ni es otra. Y lo hace porque se vende a sí misma como un trabajo cuidado, adulto, serio. Se toma demasiado en serio a sí misma. Cuando en realidad todo lo que ocurre en ella, sus personajes y básicamente todos los elementos que la componen la convierten en un drama político mamarracho mucho más en el estilo de Scandal.
Y que quede clara una cosa: no hay nada de malo en ser una serie mamarracha como Scandal. De hecho, en sus mejores momentos, Scandal nos regala episodios que ya les gustaría poder darnos a muchas otras series. El problema viene cuando una serie intenta vendernos algo que no es. Cuando nos pide que nos la tomemos muy en serio, que veamos lo bonito y oscuro que nos está mostrando todo, que entendamos que lo que nos cuenta es un drama muy adulto y muy serio. Y eso es lo que le ocurre a House of Cards, que le pone un envoltorio muy de serie “seria” a un conjunto de elementos que de otro modo podrían ser muy disfrutables en el sentido más palomitero de la palabra.
Por ejemplo, en esta tercera temporada, nos pide que nos tomemos en serio a Frank Underwood como político y como presidente en general, y como presidente muy inteligente y que sabe lo que está haciendo en particular. Algo que nunca jamás va a funcionar cuando uno de los elementos centrales de esta temporada ha sido America Works, el plan de reformas económicas promovido por Frank Underwood que cualquier estudiante de primero de Económicas podría explicar por qué es un auténtico sinsentido. De hecho, a mí como economista, el estar escuchando constantemente a Frank soltando tonterías y a nadie realmente parándole los pies, hizo que me sintiera probablemente como un médico viendo Grey’s Anatomy. Con la diferencia de que Grey’s Anatomy sabe lo que es, y House of Cards juega con decirlo todo en un tono muy serio. House of Cards lo plantea todo de una forma tan seria, sin reírse, con Frank Underwood como el héroe y aquellos que lo dudan como idiotas, que resulta especialmente chirriante.
Y ese es el problema. House of Cards es una serie mamarracha que no acaba de verse a sí misma como tal, aunque tenga momentos en los que se nota que le encantaría poder reconocerlo. Sin ir más lejos, el primer episodio de la segunda temporada tiene un momento en el que lo deja clarísimo. House of Cards es un culebrón político con tanta base real como puede esperarse del culebrón más loco. Pero su manera de presentarse simplemente no encaja con la historia que nos cuenta.
Y ni siquiera es simplemente que no concuerde la forma con el contenido. Es que ella misma, en lo que nos cuenta, se contradice a sí misma en lo que nos contó en temporadas o episodios anteriores. Y así, Frank ahora se sorprende cuando los mismos mecanismos que le permitían tener poder y parar a otros antes le estén parando ahora, porque por lo visto se ha olvidado de las dos temporadas anteriores. Y la Claire que vemos esta temporada no tiene nada que ver con la Claire que veíamos en temporadas pasadas, y a la serie parece no importarle.
Esto no quiere decir que House of Cards no tenga sus momentos. Ver las maquinaciones de Frank es entretenido, ver sus monólogos maravillosamente teatrales también lo es. Seguir los tejemanejes en los que anda metido siempre resulta divertido, incluso aunque no nos los tomemos demasiado en serio, o precisamente por ello. El matrimonio Underwood, esa relación al completo, es lo suficientemente compleja (y nos deja en un lugar lo suficientemente interesante al final de la temporada) como para querer seguir con ellos. A su manera, los Underwood nos intrigan, y eso es un punto muy positivo para la serie. E incluso ocurre que a veces la serie es capaz de sacarse de la manga episodios más centrados en las emociones de los propios personajes y funcionar mejor que nunca. Es lo que ocurrió en el octavo episodio de la primera temporada, que hasta ahora continúa siendo el mejor episodio de la serie. Y es lo que vuelve a ocurrir en el sexto episodio de esta tercera temporada. Que, sin estar en mi opinión a la altura del episodio de la biblioteca, sí que es fácilmente el mejor episodio de la temporada.
Y llega un punto en que, a pesar de nosotros mismos, acabamos entrando en ella. Y sí, disfrutando con lo que nos cuenta. Mandamos a paseo todo tipo de lógica y simplemente entramos en el juego y nos dejamos entretener. Que es de lo que se trata. Y llega el final y nos damos cuenta de que nos lo estamos pasando bien con ella. Y de que por supuesto que volveremos la temporada que viene. Independientemente de que no nos parezca más que una mamarrachada envuelta de una forma muy bonita.