Enviado por Monica Noemy Hernandez
Y el problema va a más: si en el año 2000 se produjeron alrededor de 10 millones de toneladas de desechos electrónicos, ahora son unos 50 millones, equivalente a ocho veces el peso de la gran pirámide egipcia de Guiza.
Esa cifra significa que cada habitante del planeta genera una media de siete kilos de basura tecnológica y los cálculos prevén que en los próximos tres años esos residuos aumenten en un tercio, según datos de Naciones Unidas.
La basura per cápita producida varía según la riqueza y consciencia ambiental de cada país, y va desde los 63 kilos que genera un catarí, pasando por los casi 30 de un estadounidense, los 23 de un alemán, los 18 de una español, los 9 de un mexicano, los 7 de un brasileño o los 620 gramos de un maliense.
Materiales como el plomo, el mercurio, el cadmio o el zinc pueden ser una fuente contaminante a largo plazo si no se los recicla de forma adecuada.
Algo que sólo se hace con una mínima parte de toda esa basura, según denuncian desde Naciones Unidas y grupos de protección del medioambiente.
La Oficina de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), con sede en Viena, calcula que en 2016 los países en desarrollo producirán ya más basura electrónica que los industrializados.
Un desafío añadido porque esas naciones cuentan con menos medios para abordar el problema.
Para dar una respuesta a esta situación, la ONU ha lanzado la Iniciativa StEP, con el objetivo de promover la reutilización y aumentar el ciclo vital de los productos electrónicos.
Ruediger Kuehr, secretario ejecutivo de StEP, reconoce que aunque éste es un problema medioambiental subestimado, al menos comienza a figurar en la agenda política internacional.
“Estamos muy al inicio, por el momento no podemos decir que estemos en el buen camino, pero al menos está abriéndose paso en la agenda política”, explica el experto alemán a Efe en Viena.
“Quienes toman decisiones políticas, como los Gobiernos, son conscientes de que esto es una bomba de relojería y de que se deben tomar decisiones”, asegura.
El problema afecta a todos los países, porque en el mundo rico tampoco se recicla lo suficiente, falta concienciación sobre el problema y se tiene una visión equivocada de los peligros.
“Los consumidores (en los países industrializados) no son del todo conscientes del desafío que supone la basura electrónica”, ya que consideran que es un problema lejano, que afecta a quienes desmantelan los equipos de forma rudimentaria en África o Asia.
Y aunque ese tipo de reciclaje en precarias condiciones es muy peligroso, sólo es una parte del problema.
La cuestión de fondo es que “sólo una pequeña parte del material electrónico se recicla en países como Alemania, Reino Unido o Estados Unidos”, recuerda Kuehr.
Si en el mundo desarrollado la falta de reciclaje electrónico se debe a la escasa concienciación, en los países en desarrollo es por simple ausencia de infraestructuras para ello.
Kuehr afirma que algunas empresas tecnológicas han comenzado a tomar “cierta responsabilidad sobre la basura electrónica generada” mediante distintos programas, pero carga sus críticas en el consumidor que demanda tecnología al menor coste posible.
“Hay que criticar al consumidor, que sólo quiere la última tecnología por muy poco dinero. Y eso se traduce en que es muy difícil de reparar o es de muy baja calidad, lo que reduce la vida de estos productos”, subraya.
“Si levantaran la voz y dijeran que quieren equipos baratos pero también que se puedan reparar y renovar para que sirvan mejor en el futuro, porque son conscientes de las implicaciones ambientales, entonces las compañías responderían”, asegura.
Por eso, Kuehr aboga por campañas públicas y educativas para concienciar sobre este problema y sobre su impacto en el medio ambiente, y aclara que si no se da respuestas a esta situación “será difícil crear innovaciones tecnológicas sostenibles” en el futuro.
Para este experto, el objetivo a largo plazo es “cerrar el ciclo y llegar a un modelo sostenible”, en el que las empresas puedan crear nuevos equipos utilizando materiales de los antiguos.
Además, los viejos equipos encierran componentes de gran valor, como oro, plata y platino, utilizados por su estabilidad y capacidad conductora en ordenadores y portátiles.
Otro problema es la exportación ilegal de basura tecnológica desde los países ricos, especialmente de EE. UU. y Europa, a los pobres, donde esos residuos pone en riesgo la vida de los trabajadores que desguazan los equipos sin la debida protección.
Según estimaciones de la Agencia Europea de Medio Ambiente, al menos 250.000 toneladas de desechos electrónicos salen cada año de la Unión Europea de forma ilegal como bienes de segunda mano, cuando en realidad son productos inutilizables.
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