QUÉ BONITO, TODO...
Que un género (como el de la comedia), o un apartado, o subgénero, dentro del mismo (como sería el del romance), llegue, sometido a una extraña ley de Murphy, a degradarse hasta extremos insospechados, no puede resultar, en modo alguno, un fenómeno casual: cabe suponer que confluyen en la generación del mismo, cuestiones que atañen al emisor —aquejado, desde un punto de vista global, de una falta de creatividad rayana en el encefalograma plano...—, y otras que afectan al receptor —un público cuyo nivel de exigencia, “curtido” en un consumo televisivo de dimensiones colosales, se adocena día a día sin remedio—. En cualquier caso, las consecuencias prácticas saltan a la vista (o, más bien, a la pantalla) en forma de comedias románticas incapaces de recuperar el hálito de encanto de sus precedentes clásicos (a los que, por otro lado, fagocitan sin el más mínimo empacho), convertidas en contenedores industriales de melaza mal digerida y desarrollos de guiones en las que el tópico y la falta de inventiva campan a sus anchas y largas.
Ésas son las trazas que muestra en sus elementos promocionales diversos, un film como “La boda de mi familia”; una propuesta que, bajo el señuelo de unos componentes argumentales tan políticamente correctos como los de la interracialidad e interculturalidad, y con el atractivo que siempre proyectan figuras de gancho comercial indudable, como el oscarizado —y excelente actor— Forest Whitaker y la latina America Ferrera, nos vuelve a contar, por enésima vez, la historia de enfrentamientos y fricciones familiares que se desarrollan alrededor de la organización de una boda. Gags explotados hasta la saciedad; situaciones argumentales mil veces vistas en comedias de similar pelaje; todo un compendio, en suma, de los males que aquejan a una industria que, incapaz de reinventarse, se empeña en reincidir en fórmulas que, pese a todo, aún siguen funcionando, aunque cada vez lo hagan de forma más languideciente —así lo evidencian los discretos resultados en taquilla de este film en su país de origen—. ¿Un desfallecimiento pasajero, el signo de los tiempos? Quién sabe...
PRONÓSTICO: pues va a a ser que no, supongo...