Editorial Destino. 262 páginas.
1ª edición de 1959.
(Hice yo la foto de la portada original, porque no estaba en internet)
Justo hace una década, en 2004,
me apeteció buscar libros españoles escritos y publicados en España durante el
franquismo. Quería saber qué se podía escribir por entonces, hasta qué punto
los escritores podían ser críticos con la realidad sin sufrir censura. Para
decidir qué leer me guié, de entrada, por los libros de texto que encontré en
el colegio donde trabajo (aquel fue mi primer curso), correspondientes a COU o,
más modernamente, a segundo de bachillerato. Y empecé a comprar libros de
bolsillo o de segunda mano. Leí seguidos libros como los siguientes:
-Tiempo de silencio
(1962), de Luis Martín-Santos;
-Entre visillos (1957) de Carmen Martín Gaite;
-Alfanhuí (1951) y El
Jarama (1955), de Rafael Sánchez
Ferlosio;
-El fulgor y la sangre
(1954), Con el viento solano (1956), El corazón y otros frutos amargos
(1959), de Ignacio Aldecoa;
-Los clarines del miedo (1958),
de Ángel María de Lera;
-Las afueras (1958), de Luis Goytisolo;
-Los bravos (1954), de Jesús Fernández Santos.
Y aún tengo en casa, comprado
durante esos meses, y sin leer: La noria (1951), de Luis Romero y Lola, espejo oscuro
(1950), de Darío Fernández Flórez.
En años anteriores había leído,
para ampliar la lista, libros como: La familia de Pascual Duarte (1942)
y La
colmena (1951), de Camilo José
Cela; Las ratas (1962), de Miguel
Delibes; o Nada (1945), de Carmen
Laforet.
En general esta es una literatura
muy marcada por el realismo (con la excepción de Alfanhuí) de corte crítico y social. Es decir, el compromiso de
estos escritores suele centrarse en mostrar la pobreza material y moral de una
época, el atraso de las costumbres bárbaras, o el puro aburrimiento y la falta
de expectativas: el franquismo está aquí, pero de modo latente, como un peso en
la sombra.
De la lista de diez libros leídos
uno detrás de otro, que dejaba arriba, quizás el que más me gustó fue Tiempo de silencio, porque en él
denuncia y la calidad literaria conseguían un resultado superior al de la
simple muestra de una realidad puramente costumbrista; pero, también, el resto
de esos escritores me pareció que tenían cosas interesantes que contar (algún
día volveré con Jesús Fernández Santos). Me sorprendió bastante Los clarines del miedo, una novela sobre
dos toreros aficionados que van ofreciendo sus servicios por los miserables
pueblos de España. Una historia brutal, con un gran sentido del ritmo. Y quizás
me sorprendió este libro, porque hasta que no tomé aquellos manuales de
literatura que consulté –a diferencia de los otros autores- el nombre de Ángel María de Lera (Baides,
Guadalajara, 1912 – Madrid, 1984) no me sonaba de nada, y creo que la
referencia a sus dos libros más famosos (Los
clarines del miedo y La boda)
sólo aparecía en uno o dos de los cuatro o cinco libros que consulté.
Hace unos meses, paseando por la cuesta de Moyano, durante un momento en
el que tenía bastante bajo control mi adicción a adquirir libros, no puede
resistirme a comprar por dos euros la primera edición de 1959 de La boda, un libro que (por derecho
propio, lo apunto desde ya) aparece (o debería aparecer) en los manuales de la
historia de la novela española del siglo XX, en el periodo de las novelas
realistas escritas durante el franquismo.
Ángel María de Lera es un
escritor prácticamente olvidado –aunque puede ser que a algún aficionado serio
a la literatura le suena Los clarines del
miedo, su obra más citada-, pero leídas ahora estas dos novelas, Los clarines del miedo y La boda, su lectura se sostiene
perfectamente. De hecho, la vida de Lera es digna de ser recordada: durante la
Guerra Civil llegó a ser comandante del ejército republicano. Estuvo preso en
las cárceles franquistas desde 1939 hasta 1947. Al recobrar la libertad, pese a
haber sido estudiante de un seminario (que abandonó por una crisis de fe) y haber
estudiado cuatro años de Derecho, tuvo que trabajar como peón de albañil,
barrendero, agente de seguros y contable de una empresa de licores. Empezó a
colaborar con la prensa; llegó a publicar un libro de periodismo de
investigación acerca de las condiciones de los emigrantes españoles en
Alemania, titulado Con la maleta al hombro (1965). Es posible, que una lectura de
este libro, desde la perspectiva de la nueva emigración actual, sea
interesante. Además fue el primer escritor que publicó en España (viviendo en
España) un libro sobre la Guerra Civil desde el punto de vista de los
republicanos: Las últimas banderas, premio Planeta de 1967. Fue también uno
de los fundadores de la Asociación Española de Escritores y Artistas.
Lera llegó a conocer en vida el
éxito como autor. Leemos en la contraportada de La boda: “Del éxito extraordinario de Los clarines del miedo baste decir que, al año escaso de su
publicación en España, son ocho ya los países en los que se está traduciendo para
su inmediata entrega al público: Francia, Estados Unidos, Inglaterra, Alemania,
Italia, Suecia, Holanda y Finlandia. La
boda constituye un nuevo y brillante fruto de la potencia narrativa de este
autor (…). El hecho de haber sido adquiridos por Estados Unidos los derechos de
traducción de La boda, antes de su
edición española, augura el éxito en el mundo de esta historia de amor
inolvidable.”
Me hizo gracia leer esta
contraportada de 1959: el éxito de La
boda viene marcado porque ya se han vendido los derechos de traducción en
Estados Unidos antes de que se publique el libro en España. Si recuerdan la
entrada del blog sobre Intemperie de Jesús Carrasco, critiqué esto mismo: lo provinciano que me parecía elogiar
una obra propia porque la validaban de antemano desde fuera de nuestro país.
Esto no era nuevo, compruebo, y poco ha cambiado.
La boda sitúa su acción en un pueblo castellano; que no ha de ser
demasiado pequeño ya que cuenta con un apeadero del tren.
Luciano ha dejado ya atrás su
juventud y además es forastero. Se encuentra alojado en la casa de su hermano
–el maestro del pueblo-. En la primera escena de la novela, Luciano le pide al
señor Tomás la mano de su hija Iluminaria. Luciano (apodado el Negro), a pesar
de sus orígenes humildes, ha hecho dinero en África; gracias a sus esfuerzos en
un almacén que más tarde se convirtió en cantina. De vuelta a España, viudo por
un episodio de sangre, quiere disfrutar del tiempo que le queda de vida
tranquilamente. En el pueblo, donde visita a su hermano (al que él le pagó los
estudios de maestro) se ha enamorado de Iluminaria. Lo que contraviene a las
costumbres locales. En la página 59, José (el hermano) le explica a Luciano por
qué se va a encontrar con el rechazo de los vecinos de la villa: los pinares
del pueblo son una renta común para las mujeres locales, una especie de seguro
en caso de viudez, y si estas mujeres se casan con forasteros, ese bien común
podría ir mermando. “Este hecho ha dado nacimiento a una costumbre, y es la de
que las hembras del pueblo sean únicamente para hombres del pueblo también.
Algunas se quedan solteras por falta de hombres, ya ves tú. Pero es que, si no,
hubiera llegado un momento en que más de la mitad, por lo menos, de esa riqueza
habría ido a parar a otros pueblos. ¡Quién sabe! Contra esa peligro
precisamente ha nacido la costumbre que has venido tú a saltarte a la torera.”
Además, Iluminaria fue novia del
Isabelo, que pertenece a la familia apodada Pelocabra (“Los Pelocabra son muy
sanguinos”, se dice en más de una de las página del libro). Fue Isabelo el que
dejó a Iluminaria, y ahora vive en la gran ciudad. Pero será su hermano,
Margarito, quien se encargue de recordar que Iluminaria ya fue tocada por un
Pelocabra. Lo que, según la lógica del pueblo, hace que ella ya se haya
convertido en una mujer repudiada.
Luciano es viudo, es forastero,
tiene dinero, y llega al pueblo para quedarse. Pretende construir una casa (la
que va a ser la mejor del pueblo) en la loma de una colina, de tal modo que va a
parecer que domina al resto de las casas. Allí vivirá con una de las más bellas
jóvenes del lugar (aunque ya no pueda ser cortejada por nadie).
La boda está narrada en tercera persona, y los personajes más que
por sus pensamientos se definen por sus acciones. La narración es prolija en
diálogos. Un costumbrismo naturalista, casi al estilo de Émile Zola (o, más cercano a nosotros, del Vicente Blasco Ibáñez de La barraca), domina las intenciones
narrativas de Lera. La novela, aunque el protagonista principal sea Luciano,
acaba siendo coral; puesto que el narrador nos quiere mostrar diversas escenas
de la vida del pueblo.
El primer capítulo –en el que
Luciano pide al señor Tomás la mano de su hija- se titula Preludio, y ocupa casi 50 páginas. El tiempo narrativo de las más
de 200 páginas que nos quedan por leer se desarrolla en un solo día, el de la
boda; y los capítulos se titulan La
mañana, La tarde y La noche. Aunque aquí, también, Lera
hace uso de la analepsia, y revivimos algunos de los episodios más importantes
de la vida de Luciano (al irse de su pueblo a hacer la mili, la vida en
Ángola…).
La tensión comenzará a creer
durante el día de la boda, hasta niveles de western
(en cierto modo, La boda me ha
recordado a la película Perros de paja de Sam Peckinpah).
La crítica soterrada que hace
Lera a la España de la época como país atrasado es manifiesta y brutal: Luciano
es víctima del rechazo del pueblo –de los suyos en realidad, porque él también
es de origen humilde-, pero Iluminaria es doblemente víctima de la violencia y
el machismo en este drama rural (no quiero revelar más datos de la trama).
El lenguaje de Lera, siendo la
frase de construcción sencilla, no carece de cierto lirismo. Algo me llamó la
atención en los diálogos: no existen palabrotas en este texto. Pero si uno se
fija con más atención se repiten dos expresiones: “ño” y “ordigas”, que deben
corresponderse, por la cercanía sonora, con “coño” y “hostias”; términos, los
suyos, que elige el autor, imagino, para poder pasar la censura de la época.
Si uno piensa fríamente que
durante la década de 1950, al otro lado del Atlántico, autores como Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti o Jorge
Luis Borges estaban escribiendo algunas de sus obras maestras -que van a
ser también algunas de las obras maestras del siglo XX- los libros de los
autores que cité en la primera lista de esta entrada pueden empezar a
palidecer, y entre ellos el de Ángel María de Lera.
Pero realmente autores como Jesús
Fernández Santos o Ángel María de Lera tienen mucho oficio como novelistas, y
pese a carecer de innovaciones formales, su realismo crítico nos habla de
nosotros mismos, del país que hemos sido y que preferimos olvidar. La suya es
una literatura que tiene un gran valor testimonial; y novelas como Los bravos o Los clarines del miedo y La
boda se pueden leer ahora y se puede disfrutar perfectamente de ellas,
porque están escritas con un lenguaje sencillo pero cuidado, los personajes
están bien construidos (pese a sus limitaciones naturalistas) y sus autores
poseen un gran sentido del ritmo y de la
construcción narrativa.
Imagino que Los clarines del miedo y La
boda se pueden encontrar en las páginas de iberlibro o en librerías de
segunda mano. No estaría de más que alguna editorial moderna se pensase el
rescate de un autor tan interesante como es Ángel María de Lera.